Nadie puede arrebatar a la izquierda el repugnante pecado de haber sembrado el odio en la vida de los españoles
Empecé a oír hablar de las atrocidades de la Guerra Civil cuando ya estudiaba Magisterio, pero aquellos discursos eran de repulsa a la violencia, la.de ambos bandos. Durante toda la etapa Franquista no escuché hablar de las checas, de los paseíllos, de los asesinatos y de los fusilamientos. Vivíamos en una España que, claramente, apostaba por la concordia y el olvido del terrible pasado.
Pero después de la muerte de Franco ya se empezaban a recordar las atrocidades del Franquismo y se calificaba de asesino al bando vencedor. Los portavoces de aquel odio incipiente eran los socialistas y algún que otro comunista.
Nosotros escuchábamos con los ojos muy aciertos y sorprendidos el relato de las atrocidades franquistas, pero nunca se oia el relato de los crímenes de la izquierda. El sectarismo y la mentira ya había entrado en escena, de la mano de las izquierdas.
Cuando llegó el miserable Zapatero, el odio se desbordó y la izquierda decidió apostar con fuerza por la división y el rencor. El zapaterismo empezó a esparcir el odio por todo el país. Su ley de Memoria Histórica fue una sucia y repugnante apuesta por la revancha, una línea rastrera y vil que Pedro Sánchez ha potenciado, quizás porque todos los psicópatas disfrutan con la opresión, el rencor y la sangre.
Hoy, por culpa de esos mensajeros del odio y el enfrentamiento, España es un infierno donde las familias, las amistades y hasta algunos matrimonios se rompen por culpa de la política.
Es evidente que la izquierda debe obtener réditos políticos con esa apuesta por el odio, pero, a pesar de eso, se trata de una apuesta miserable y viciosa que emputece a la política, envilece a la nación y degenera y destroza a la izquierda, que algún día pagará una factura enorme por esa estocada a la paz y la concordia de toda una nación.