Donald Trump representa el sueño americano y un muro de contención frente a la agenda globalista
AR.- Los planes del Nuevo Orden Mundial pueden verse truncados radicalmente por una victoria republicana en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América. En Europa, en cambio, los medios de comunicación hacen campaña a favor de la hiperabortista Kamala Harris. Hasta la emisora de radio de los obispos católicos de España se posicionó, en favor de la candidata abortista, con estas palabras hace cuatro años: “La elección de Kamala Harris como compañera de ticket presidencial ha insuflado optimismo a la campaña del demócrata Joe Biden. Frente a un Donald Trump que ha convertido el insulto en eje de su política, el cartel demócrata representa la convivencia étnica, la moderación y la seriedad. En clave interna la apuesta demócrata es brillante”.
La infame indecencia de la emisora de la Conferencia Episcopal Española, presentando a Trump como un facineroso frente al tándem demócrata, muestra la aviesa voluntad de plegarse al discurso dominante, a ese discurso que pretende convertir a toda la humanidad en una masa lobomotizada en permanente catatonismo. Ese síndrome esquizofrénico que, con rigidez muscular y estupor mental, algunas veces acompañado de una gran excitación, reducirá la población mundial a base de abortos, sodomía y vacunas, férreamente dominada por las élites de la gobernanza global.
Como se ve, aquí ya se ha tomado partido en contra de Trump escamoteando a la opinión pública española la más diáfana verdad: Trump representa la América grande y fuerte construida con aquellos pioneros que, arriesgándolo todo marcharon hacia el lejano Oeste y engrandecieron su nación. Allí, asumiendo innumerables riesgos, trabajando duramente, formaron nuevas ciudades con familias fuertes en la fe cristiana y en el amor a sus semejantes. Trump representa pues una limpia esperanza para los que aman la libertad verdadera. Esa que nos otorgó el Hijo de Dios muriendo en una cruz para liberarnos del poder de la muerte y hacernos libres a los que, por miedo a la muerte, pasábamos la vida como esclavos.
El candidato republicano fue el primer presidente que participó en la multitudinaria “Marcha por la Vida” en defensa de los no nacidos. Su discurso de aquel día será siempre recordado: “Todos los que estamos aquí hoy comprendemos una verdad eterna: Cada niño es un regalo precioso y sagrado de Dios. Juntos debemos apreciar y defender la santidad y dignidad de la vida humana. Cuando vemos la imagen de un bebé en el útero, vislumbramos la majestad de la creación de Dios. Cuando sostenemos a un recién nacido en nuestros brazos, sabemos el amor infinito que cada niño trae a una familia. Cuando vemos crecer a un niño, vemos el esplendor que irradia cada alma humana”. Y luego afirmó usted con el orgullo del que dice la verdad: “Desde mi primer día en el cargo, he tomado medidas históricas para proteger a los no nacidos. Los niños no nacidos nunca han tenido un defensor más fuerte en la Casa Blanca”.
Por ello Trump es el fiel reflejo de la América profundamente arraigada en aquellos principios que sellaron los padres fundadores de la nación. Ellos afirmaron en su Constitución que los Estados Unidos de América fueron construidos sobre el principio de que el Hombre posee Derechos Inalienables, y que estos derechos le pertenecen como individuo creado a imagen de Dios. Estos derechos constituyen el patrimonio incondicional, privado, personal e individual de cada hombre, no el patrimonio público, social y colectivo de un grupo, ya que estos derechos le son otorgados al hombre por el hecho de su nacimiento como hombre, no por el beneplácito de la sociedad. Por tanto, el hombre goza de estos derechos, no por la colectividad, ni para la colectividad, sino contra la colectividad. Es decir, como una barrera que el sistema no puede traspasar porque estos derechos constituyen la protección del hombre contra los abusos del Estado y de los demás hombres, y que sólo en base a estos derechos pueden los hombres tener una sociedad de libertad, justicia, dignidad humana y decencia.
La Constitución de los Estados Unidos de América no es pues un documento que limite los derechos del hombre, sino un documento que limita el poder del Estado sobre el hombre. Estos dos principios son las raíces de dos sistemas sociales opuestos. El problema básico del mundo hoy en día es la elección entre esos dos. Así pues, se trata de elegir la libertad con Donald Trump y J.D. Vance o la más infame esclavitud forzada por Kamala Harris y Tim Walz.
Y será precisamente el ticket demócrata, alabado por la Conferencia Episcopal Española, el que intentará destruir el sueño americano de libertad y bienestar para aquel que trabaje honradamente. Ese sueño en el que las convicciones religiosas y morales habían encontrado un indestructible espacio de autonomía hasta que Biden y Harris llegaron a profanarlo. Ese sueño que todavía hoy sigue atrayendo a tantos, pues saben que la auténtica prosperidad está fundada en el trabajo duro y honesto, no en los impuestos agobiantes, la corrupción moral y el sofocante control económico.
Esto es lo que Trump representa, el sueño americano frente a la tiranía de aquellos que quieren convertir la sociedad estadounidense y la de toda Europa en una opresiva colonia china de natalidad limitada, capitalismo salvaje, sueldos de miseria y un absoluto control social, implementado por un ejército de funcionarios paniaguados que llevarán a cabo -sin rechistar- la represión de cualquier disidencia.
El triunfo del neoyorquino hace 8 años fue el triunfo de lo políticamente incorrecto. Demostró que se puede ganar unas elecciones sin seguir el manual del buen candidato. Hacer lo que hizo, decir lo que piensa y creer en lo que dice le permitió a Trump crecer cada día más pese a tener a todos los grandes actores en contra: los medios, la academia, el mundo de la cultura y las finanzas, la opinión pública externa, las anquilosadas estructuras del partido republicano… casi sin demasiados recursos propios. Trump logró algo que ningún otro había sido capaz de lograr hasta hoy. Ahora puede volver a conseguirlo.
En estos últimos tres meses, Trump ha sufrido dos intentos de asesinatos. No le perdonan que el republicano haya permanecido fiel a los ideales que dan sustento y razón de ser a nuestra identidad colectiva. Trump tuvo el acierto de conectar con el alma de su pueblo, sin recetas ideológicas ni fingidas proclamas morales, para hacer lo que exigía la gravedad del momento presente, sin mentiras ni medias tintas.
En compensación, Trump tiene el apoyo mayoritario, casi abrumador, de los descendientes de aquellos que construyeron el mundo en el que ahora vive Estados Unidos, los que le dieron la sabiduría, la ciencia, la auténtica moral guerrera, heroica, noble y fiel del cristianismo y no la de Europa que es débil, hipócrita y cobarde. La clave de su éxito en 2016 fue su comunión con el pasado, su búsqueda de las raíces que hicieron grande, muy grande, no sólo a su país sino a todo el occidente cristiano. Trump ha defendido siempre la mejor tradición norteamericana porque sabe que en lo antiguo está lo genuino, lo puro. Actualmente la palabra modernidad está asociada a los degenerados; y la élite lo sabe. Por eso se apoya en personajes como la depravada Kamala Harris o el demente Joe Biden, cuyo fin no es otro que conducir a los norteamericanos a un pozo negro de mentiras, egoísmo, materialismo, falta de fe y aberraciones contra la naturaleza, que es lo más sabio y bello que hizo Dios en este mundo.
Millones de europeos contemplamos a Trump como el más firme obstáculo a esa agenda globalista que, destruyendo la identidad histórica de las naciones, quiere convertir el mundo en un nuevo gulag soviético, dirigido ahora por aquellos enemigos de la humanidad que se esconden tras la filantropía para crear una nueva y robotizada sociedad.