Adiós, inflamados granujas
Juan Carlos Girauta.- Cuando Elon Musk compró Twitter lo consideraron una carísima excentricidad, un antojo político. Paniaguados y zurupetos de toda laya lo tildaron de inversión estúpida, sin sentido. Ayer un tertuliano de La Secta llamaba al fundador de Tesla, PayPal, SpaceX y Neuralink «vendedor de crecepelo». En fin. Nadie tira a la basura tantos ceros, y, menos que nadie, un milmillonario. Simplemente, Musk había comprendido que estábamos ante una situación insostenible en un sistema de libertades: la insólita homogeneidad ideológica del mundo oficial. Las redes, junto a los medios convencionales —segundos de la fila, mucho menos poderosos—, estaban construyendo un bloque sin fisuras, un totalismo sin disidencias. Las grandes compañías tecnológicas, después de acumular un poder como jamás ha existido (pues opera sobre miles de millones de mentes a través de las miradas fijas, varias horas al día, en sus pantallas) habían avanzado en el diseño de una realidad percibida que desdeñaba la realidad real. Redundancia necesaria, disculpen. Que la realidad real no existe es premisa necesaria del ‘wokismo’. Es más: explica la abrumadora preeminencia de la teoría del relato en la política y en las relaciones sociales. Pero la realidad acaba desmintiendo siempre al solipsismo, Aquiles pilla una y otra vez a la tortuga y los hechizos no funcionan más que en la medida en que impresionan al público, y solo mientras dure la impresión.
La agenda woke fue ordenada y apadrinada por las principales instituciones y corporaciones mundiales. Les movería sentirse buenos a la vez que poderosos. Pero el alardeo moral es incompatible con el bien. Por su parte, la izquierda deambulaba huérfana, desdichada desde la caída del muro. En un desplazamiento tectónico que solo los despistados llamarán paradójico, el socialismo se alineó con los emperadores del capitalismo, olvidó el principio de realidad, y decidió que a ellos también les bastaba con expresar buenas intenciones en un léxico reconocible. Por uno de esos azares de la vida, Errejón cayó poco antes que el artesonado woke. Y Errejón es el mejor conocedor (después de mí) de Ernesto Laclau, profesor que en 1985 anticipó la estrategia seguida luego por el socialismo para recuperar la hegemonía cultural.
Si en un sistema de libertades se levanta un bloque uniforme de «opinión pública», demonizando y cancelando a disidentes, basta con abrir una brecha. Con una sola fuente de verdad (de realidad real) saltándose los tabúes, basta. Una gran red sin control ideológico, por ejemplo. La agenda woke solo podría perpetuarse en un sistema totalitario. Con la conversión de Twitter en X, lo condenado, lo ridiculizado, lo censurado se expresó. Sin ello, Donald Trump, símbolo de la realidad real, no habría triunfado sobre Kamala Harris, símbolo de la realidad percibida que ayer reventó y de la que no queda huella. Sí, comprar Twitter fue un buen negocio. Y además ha hecho mucho bien al mundo arrojando al vacío a los pesados maestros ciruela del ‘wokismo’. Les seguirán, a no tardar, todas sus causitas. ¡Negocio y bien son compatibles, desechos de tienta woke!