La deriva autoritaria del sanchismo
Francisco Marhuenda.- La tendencia a comportamientos autoritarios y populistas en las democracias es un escenario inquietante que se extiende en algunos países.
Muchos autores han escrito sobre el presente y el futuro de la democracia, los riesgos del autoritarismo y, por supuesto, un tema tan complejo como apasionante como son las dictaduras y su historia. La relación es interminable, pero entre los que he ido acumulando resultan interesantes los de Timothy Snyder (Sobre la tiranía y El camino hacia la no libertad), John Gray (Los nuevos leviatanes. Reflexiones tras el liberalismo), Moisés Naím (La revancha de los poderosos. Cómo los autócratas están reinventando la política en el siglo XXI), Frank Dikötter (Dictadores. El culto a la personalidad en el siglo XX), Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, (Cómo mueren las democracias), Anne Applebaum, (con el clásico El ocaso de la democracia: la seducción del autoritarismo) o Gideon Rachman (La era de los líderes autoritarios). No he podido leer todavía el Mussolini de Scurati, aunque sí el más breve de Fascismo y Populismo y a Griffin o Gentile, así como otros clásicos sobre esta materias.
Applebaum acaba de publicar, precisamente, La revancha de los poderosos donde reflexiona sobre cómo se usa, abusa y se pierde el poder en estos tiempos tan convulsos. En el caso de Dikötter es recomendable leer, también, los dos volúmenes que se han publicado hasta ahora en España de su famosa trilogía sobre la China de Mao. Es bueno conocer la horrible realidad del comunismo en cualquiera de sus formulaciones. Precisamente, las ideas sobre los líderes autoritarios, la muerte o el ocaso de las democracias me vienen a la mente cuando reflexiono sobre los despropósitos que estamos viviendo en España con el sanchismo. Nunca habíamos sufrido unos ataques tan persistentes contra el Estado de Derecho, la separación de poderes y el imperio de la ley.
Es cierto que no hay que ser catastrofistas, pero tampoco pensar que la democracia es un estado permanente y que, por tanto, no tenemos que defenderla. La deriva autoritaria de Sánchez, asediado por la corrupción sistémica del PSOE y los problemas judiciales de su familia, se ha convertido en un comportamiento carente de empatía.
No es que España evolucione hacia un régimen totalitario de izquierdas como sucede en algunos países de Iberoamérica, sino el ejercicio de un liderazgo populista y autoritario donde se mantienen los elementos formales de una democracia, pero el Poder Ejecutivo se impone y maneja al resto de poderes con la colaboración imprescindible del Tribunal Constitucional tal como está haciendo Conde-Pumpido y el bloque «sanchista».
Al igual que sucede en otros países que han sufrido este proceso o incluso si nos remontamos al inquietante pasado europeo, mucha gente no lo cree posible y piensa que es un exceso hablar de ello.
Hay una pauta común. En primer lugar está la institucionalización de la mentira como arma política. Sánchez miente sistemáticamente y nos hemos acostumbrado a que nadie asuma ninguna responsabilidad. Las minorías radicales deciden la gobernabilidad. En nuestro caso tenemos a los comunistas, los antisistema, los independentistas y los antiguos dirigentes del aparato político y militar de ETA. Todos son enemigos de la Constitución. Es lo mismo que sucedió, aunque en un contexto distinto y unas condiciones socioeconómicas muy complejas, con la República de Weimar.
Los defensores del autoritarismo que querían acabar con su famosa Constitución tenían como ideólogo a Carl Schmitt, nosotros sufrimos a Conde-Pumpido que no tiene su talla jurídica, pero es igual de peligroso. Kelsen fue la deslumbrante luz del gran jurista frente a la oscuridad de los defensores del autoritarismo. Cuánto bien le haría a Conde-Pumpido conocer a Kelsen y seguir su doctrina sobre la independencia de los tribunales constitucionales frente al poder político Otro aspecto es el desprecio por las minorías en el Congreso, aunque el PP sea el principal partido, aplicando el rodillo de la mayoría, que en nuestro caso es un auténtico Frankenstein ideológico.
La política gira alrededor de la obsesión de Sánchez por sobrevivir políticamente. El PSOE responde a un modelo clásico de dirección caudillista, como sucede en cualquier sistema autoritario, donde está proscrito el debate y las voces discrepantes son represaliadas. Es lo que se está viviendo con las purgas territoriales para poner a sanchistas cuyo único mérito es la fidelidad al líder. La información se sustituye por la propaganda y se toma el control de los medios de comunicación públicos para que sean meras cajas de resonancia de los mensajes gubernamentales. Los discrepantes son estigmatizados, en este caso son denominados la fachosfera. El sector empresarial es controlado de varias formas. La primera es con la presión tributaria, así como las inspecciones de Hacienda y Trabajo. En las empresas estratégicas se utilizan los Presupuestos para crear fondos de inversión o entrar en su capital.
Por supuesto, siempre colocando a personas de confianza sin importar su capacidad y formación. La Administración se ha convertido en una maquinaria al servicio del partidismo. Los funcionarios son utilizados presionando con sus condiciones y destinos, así como buscando afines al partido como ha sucedido con Galindo en el Congreso. Son los elementos característicos que permiten definir un proceso de evolución al autoritarismo.
Finalmente, se intenta controlar a la Justicia y la Fiscalía para que actúen armónicamente al servicio del Gobierno. Por ello, Sánchez y su ministro de Justicia en la sombra, Conde-Pumpido, necesitan colocar a sus fieles Ana Ferrer y Pilar Teso como presidentas de las salas segunda y tercera del Supremo. Esto le garantiza la total impunidad penal con Ferrer, poder atropellar el Derecho Administrativo con Teso y la constitucionalidad de los excesos autoritarios y la sumisión a los independentistas con Conde-Pumpido. Y mientras tanto se lanza una campaña de insidias contra los jueces que no se sometan a la arbitrariedad del Poder Ejecutivo. Es decir, una Justicia de izquierdas al servicio del uso alternativo del Derecho.