Pedro Sánchez es un gafe redomado que solo trae desgracias, tragedias y catástrofes a los españoles
Hay que decirlo alto y claro a tenor de lo ya vivido. Pedro Sánchez es un gafe redomado, una desgracia para los españoles, un imán de catástrofes y tragedias.
El presidente del Gobierno tiene la curiosa ‘habilidad’ de atraer sobre la población todo tipo de calamidades.
La lista es larga, pero sin duda hay que empezar por la última. La DANA de Valencia ya se ha convertido en la tragedia natural más devastadora que ha sufrido Europa en los últimos 300 años. El cenizo de Sánchez podemos extenderlo también a todos los ámbitos de este Estado semi fallido: un presidente corrupto y rodeado de corrupción, catástrofe mal gestionada, avance del narcotráfico, partidos políticos corrompidos, tendencias totalitarias en el poder político, desprestigio internacional, delincuencia en las calles, invasión de inmigrantes sin controlar, fuerzas armadas devaluadas, policía ineficaz, un jefe policial que esconde 20 millones de euros, hundimiento de los valores y un izquierdismo en el poder que empuja al país hacia la ruina y el desastre.
El ‘gafismo’ de Pedro Sánchez empieza a ser proverbial dentro y fuera de España. Fue darle su apoyo a Kamala Harris con fervor de Jeremías y producirse la barrida electoral de Trump que la mafia woke tanto está lamentando. Hace unos meses, el gafe viajó hasta Kiev para hacerse la foto con su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski. Nada más poner pie en la capital de ese país se hizo oficial el anuncio de la toma de la ciudad de Mariúpol a manos de las tropas rusas de Vladímir Putin.
La lista de calamidades con Pedro Sánchez en el gobierno es interminable. Lo peor es que con Pedro Sánchez en el Gobierno todo siempre es susceptible de empeorar.
Y, aunque pueda parecer coña, ya le advirtieron al inquilino de La Moncloa que se dejase de jugar con los restos de Franco y los dejase tranquilamente en el Valle de los Caídos.
Pero no. En octubre de 2019, en vísperas de la campaña electoral del 10 de noviembre, montó una ‘superproducción’ para que todos los españoles viesen como su ‘sanchidad’ hacía ver que él solito era capaz de derrotar al Caudillo.
Ni que decir tiene que a partir de esa ‘performance’ se incrementó la fama de gafe de la que siempre ha hecho gala Pedro Sánchez.
De hecho, a las pocas semanas de formar su nuevo Ejecutivo con ministros de Unidas Podemos empezó un carrusel de desgracias.
Pandemia: A finales de enero de 2020 empiezan a emitirse las primeras alarmas sobre el riesgo de coronavirus en varios países. Comienzan a darse los primeros casos en España, cierto es que de manera aislada, pero aún así el Ejecutivo de Sánchez ignora las advertencias y recomendaciones. Ya en marzo de 2020, previo al mortífero 8-M, el contador de fallecidos va subiendo sin que se ponga remedio por parte de las autoridades. Solo una vez celebrada la manifestación feminista y que a partir del 9 de marzo se disparen los contagios y, posteriormente, los fallecimientos. El 14 de marzo de 2020 se decreta el estado de alarma y el confinamiento de los españoles durante dos largos meses.
Filomena: Enero de 2021. El servicio de meteorología anuncia fuertes nevadas en la Península, especialmente en el Sistema Central. Sin embargo, el Ejecutivo de Sánchez, con ministros como el entonces titular de Transportes, José Luis Ábalos, y el de Interior, Fernando Grande-Marlaska, desprecian las alertas. ¿Resultado? Colapso como nunca se vio en la capital de España, en toda la provincia de Madrid y en regiones cercanas. La nieve no solo paralizó durante varios días la gran urbe madrileña, sino que todo un aeropuerto como el de Barajas se vio superado y tuvieron que cancelarse durante varias horas todas las operaciones aéreas.
Volcán de La Palma: Obviamente, nadie va a acusar a Pedro Sánchez de darle al botón para que se inicie una erupción volcánica, pero desde luego es lo que le faltaba a su presidencia, que después de una pandemia y una nevada también la tierra escupiese fuego y cenizas. Tampoco hubo un plan preparado en la isla de La Palma por parte del Gobierno de España a pesar de que ya iba dando avisos el volcán de Cumbre Vieja. Eso sí, para desgracia de los palmeros afectados por la lava, aparte de tener que ver más de media docena de veces al presidente en la Isla Bonita, a nivel de ayudas económicas, un cero como una catedral de grande.
Calima: A mediados de marzo de 2022 la Península Ibérica se vio envuelta en una gran polvareda. Polvo africano del Sáhara, la llamada calima, invadió sin piedad todo el territorio peninsular. Este fenómeno, habitual en Canarias durante varias veces al años, sorprendió a todos los habitantes e hizo maldecir especialmente a quienes dejaron sus vehículos en la calle cuando vieron el grosor de la capa de arena que había ya no solo sobre techo y capó, sino en los propios cristales.
Y ahora, por si fuera poco, más de 220 personas murieron y decenas permanecen desaparecidas por las graves inundaciones que afectaron principalmente a la región de Valencia.
En unas pocas horas cayó en algunas zonas el equivalente a un año de lluvia, lo que provocó grandes riadas que arrasaron localidades enteras, dejando atrapadas a miles de personas.
En algunos lugares se registraron más de 500 litros por metro cuadrado.
Las precipitaciones, que llegaron acompañadas de fuertes vientos y tornados, fueron provocadas por un fenómeno meteorológico conocido como Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) que ha afectado a una amplia zona del sur y el este del territorio español.
El responsable de la gestión de una catástrofe de la dimensión de la sufrida por la Comunidad Valenciana y, en menor medida, por otras cuatro regiones. Lo es antes de que se produzca, para adoptar medidas preventivas, y lo es a continuación, para auxiliar a los afectados y atender los estragos.
No es una interpretación, como tantas otras que señalan al presidente del Gobierno o al de la Generalitat valenciana en función de meros posicionamientos políticos, sino un hecho inapelable derivado del preciso ordenamiento jurídico nacional, pisoteado por unos, ignorado por otros y enmarañado por algunos más para borrar la huella de las infinitas negligencias cometidas en este drama.
Pedro Sánchez siempre ha estado y estará al frente de emergencias como esta, previstas e incluidas por él mismo en su hoja de ruta para preservar la Seguridad Nacional, que a su vez se asienta en una Ley sin interpretaciones alternativas, que también fija el papel, secundario aunque relevante, de otras administraciones como la encabezada por Carlos Mazón.
El presidente del Gobierno tiene el mando, no puede renunciar a él ni delegarlo y no existen leyes, reglamentos ni protocolos de superior rango a esa obligación legal, sustentada además en el más elemental sentido común: a una emergencia nacional le corresponde una respuesta nacional, con todos los recursos del Estado necesarios para atenderla que, obviamente, solo puede movilizar la máxima autoridad ejecutiva de un país.
No era necesario, como sostienen unos u otros, que el presidente valenciano elevara la alerta para activar al Estado. Ni tampoco que el presidente impulsara un Estado de Alerta o de Emergencia, como hizo con la pandemia en toda España o en exclusiva para la Comunidad de Madrid, en este caso con intenciones políticas contra Ayuso que, visto todo con perspectiva, demuestran su capacidad para suplantar supuestas competencias autonómicas que ahora consideraba falazmente intocables.
El despliegue preventivo y a continuación el socorro de las víctimas y de las zonas afectadas solo hubiera necesitado de un decreto presidencial que debió aprobarse y se ignoró, en un flagrante caso de omisión con resultados horribles, ahora tapado con la enésima campaña de la izquierda para convertir una tragedia, de la que en este caso es además responsable, en una oportunidad política contra sus rivales.
Sánchez debió anticiparse a los estragos poniendo en marcha, con la ingente información recibida, una respuesta activa que minimizara los daños, con medidas tan sencillas como instar a los ciudadanos a quedarse en sus casas, cerrar el tráfico por carretera o incluso evacuar los pueblos potencialmente más afectados.
Tuvo suficientes alertas de que algo grave iba a pasar, tenía a su alcance remedios paliativos y disponía de la herramienta jurídica para hacerlo todo con la urgencia requerida. Y, desde luego, disponía de la autoridad legal para, a renglón seguido, acudir al rescate de los afectados con todos los recursos del Estado y el apoyo, en el papel que él decidiera, del resto de administraciones.
Que el Gobierno no activara sus facultades para atender una emergencia de «interés nacional», perfectamente descrita en el ordenamiento jurídico español, es la prueba de su negligencia dolosa, y no un argumento para señalar a la Generalitat valenciana: es intolerable que la falta de reacción a la que estaba obligado se transforme en una exoneración por el burdo procedimiento de ubicar en el espacio autonómico lo que siempre estuvo en el ámbito nacional: Sánchez no tenía derecho a mirar para otro lado. Y, sin embargo, lo hizo.
Sánchez abandonó a su suerte a miles de ciudadanos en cinco regiones, ignoró la Ley que le obligaba a actuar antes y después, renunció arteramente a un mando que tenía, omitió la figura institucional que diseñaba la forma de proceder ante la tragedia y coordinaba al Estado en todos sus niveles e incumplió una Ley inequívoca por encima de la cual no existe nada de rango superior que la pueda marginar. Las víctimas se merecen la verdad. Y el conjunto de los españoles también, sin cálculos políticos inaceptables, en favor de unos u otros, cuando el escenario es de devastación, tantas vidas se han perdido o han quedado dañadas y solo la decencia ha de modular la acción política, la respuesta institucional y las opiniones públicas.
Sánchez es en sí mismo una tragedia para España, igual o peor que las siete plagas de Egipto. Su marcha del poder evitaría a millones de españoles más tragedias y calamidades. Allá quien quiera relativizar estás cosas, pero por el bien de los españoles, y para evitar más sufrimientos, hay que decirlo, sostenerlo y ponerle el precio que su infinito ‘gafismo reclama.