De Santa Bárbara solo nos acordamos cuando truena, de los ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, también
Ángel Turel. – Pasados unos días del dramático acontecimiento de la gota fría o DANA y sus terribles consecuencias, puede ser el momento, sin olvidar a las víctimas mortales y al resto de aquellos que han perdido familiares, propiedades y medios de trabajo, de hacer alguna reflexión.
La misión principal del ingeniero de Caminos es facilitar la vida de la población civil y darle el máximo de seguridad. Por ello, en las escuelas de Caminos tradicionalmente han existido cuatro especialidades, que son: Urbanismo, Estructuras, Transporte e Hidráulica, todas ellas claramente afectadas por este fenómeno meteorológico.
En el Urbanismo se planifica el territorio, incluidos los pueblos, ciudades y campos. Se les dota de infraestructuras, viales, abastecimiento de agua potable, saneamiento y depuración, suministro eléctrico, etc.
El resto de las especialidades se puede considerar que están al servicio del urbanismo. Transporte organiza las circulaciones peatonales, por coche o tren para que se pueda llegar de una ciudad a otra, tanto la población como las mercancías. Las Estructuras facilitan las infraestructuras necesarias para que todo ello se lleve a cabo: viaductos, acueductos e incluso estructuras de algún rascacielos.
Por último, la Hidráulica y Energética son responsables de los abastecimientos de agua, de la regulación y aprovechamiento de los ríos y cauces, para evitar inundaciones y generar regadíos y producir energía eléctrica. Estas son algunas de las competencias del Ingeniero de Caminos, siendo las más relacionadas con los acontecimientos de Valencia.
Estos días se ha producido una guerra entre políticos echándose la culpa de cómo se reaccionó, por qué no se habían ejecutado determinadas infraestructuras e incluso qué hacían esas viviendas e industrias construidas allí. Desde aquí quisiera dar mi punto de vista de esta situación.
España en general tiene un territorio mayoritariamente muy seco y, además, cuando llueve es habitual que lo haga de forma muy fuerte. Su orografía, el tener un mar muy cálido como el Mediterráneo y ser entrada de los vientos fríos y húmedos del Atlántico, favorecen esta situación. Por ello, en España nos solemos encontrar barrancos o ramblas totalmente secas pero con un cauce importante. Es común encontrarnos con ríos con nombre «Rioseco de…», e incluso en la capital tenemos ese aprendiz de río llamado Manzanares. Todos ellos con caudales medios anuales ridículos, pero con grandes cauces.
Las ciudades siempre han construido en las proximidades de los ríos para tener agua y riego. El aumento de la población generó, aparte de hacinamientos, el aprovechamiento de suelos junto a los ríos donde «nunca» pasa el agua. Indudablemente, el agua, por donde pasó, vuelve a pasar, y se lleva lo que encuentra por su camino.
Para los gobernantes, es complicado decir a su población que no tiene espacio para viviendas, por lo que prefiere permitir construir en determinados lugares, pero a cambio tiene que realizar infraestructuras, por lo general muy costosas, para que sean viables y no exista riesgo.
Debido a esto, sobre todo en los 200 últimos años, se ha luchado para regular los ríos, empezando por los más importantes y peligrosos. Esto ha hecho que las inundaciones, muchas con periodicidad anual, hayan pasado al olvido. Pensamos que ya no hay riadas y que el agua solo circula por tuberías. Pero no es así.
Para hacernos alguna idea, Madrid ha tapado sus arroyos, como el del Albroñigal –actual M-30– o el de la Castellana, todos encauzados subterráneamente, y que desembocan en el Manzanares. Este río tradicionalmente ha sufrido desbordamientos y se ha logrado contenerlo. Primero se hizo un «dique» para proteger los jardines del Palacio Real, hoy Paseo Virgen del Puerto. Posteriormente, con presas como la del Pardo y las presitas del tramo urbano que está totalmente encauzado. A pesar de ello, el ayuntamiento ha tenido que realizar una inversión importantísima en depósitos de tormenta, para laminar (almacenar agua para soltarla poco a poco) las posibles crecidas.
Respecto a las zonas rurales, tomando como ejemplo el territorio dominado por el río Júcar, a lo largo del siglo XX se realizaron multitud de estudios y obras, fundamentalmente ideadas en tiempos de Primo de Rivera y ejecutadas muchos años después. La última gran obra de regulación ha sido la presa de Tous, conocida por su rotura durante su construcción por una gota fría similar a la de los últimos días. Hoy las inundaciones, cuyos sedimentos han dado un suelo muy rico a la huerta valenciana y a la comarca de la Safor, son eventos esporádicos. Aunque evidentemente queda mucho por hacer.
Para el cálculo de las avenidas, se utilizan datos históricos, que no son demasiado fiables antes de 1850 y hasta los años 60 bastante escasos. La utilización del territorio ha cambiado y, por tanto, la forma de recogerse el agua. El agua sobre asfalto corre más que sobre tierra, en cauces limpios también corre más que en sucios e invadidos por vegetación. Puede parecer que el agua vaya más despacio es mejor para prevenir inundaciones. Pero si el caudal es el mismo, pero va más despacio el agua, ésta sube en altura y puede producir desbordamientos. Además, la vegetación arrastrada provoca tapones que no dejan de ser pequeñas y débiles presas que cuando rompen sueltan de golpe toda su energía.
Afortunadamente, las obras realizadas por los Ingenieros de Caminos han hecho que lo habitual se convierta en excepción. Esto ha provocado que nuestros gobernantes normalmente no vean imprescindibles las obras de infraestructuras, normalmente de alto coste, de largo plazo de ejecución y que nunca se sabe si se verá su utilidad. De ahí que prefieran invertir el dinero con vistas mucho más cortoplacistas dejando el resto a la ruleta rusa. Además, al no acordarse de los Ingenieros de Caminos, nos encontramos cómo los Ayuntamientos de Madrid y Valencia crean un consejo asesor para analizar los nuevos Planes Generales y no incluyen inicialmente a ningún Ingeniero de Caminos. Afortunadamente, se corrigió levemente tras la protesta del Colegio de Caminos, si no nos pondríamos con ciudades diseñadas sin tener en cuenta sus infraestructuras.
En conclusión, el buen hacer de los Ingenieros de Caminos ha hecho que se olvide su existencia. Contar con ellos en la planificación urbana y en la gestión de las infraestructuras, tanto futuras como existentes, hará que no nos acordemos de ellos cuando truene y solo tengamos que acordarnos de Santa Bárbara.
*Ángel Turel es ingeniero de Caminos