La estrofa 650 del Libro de buen amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- Se encuentra esta estrofa incardinada en un extenso episodio titulado por un copista «De cómo el Amor se partió del Arçipreste e de cómo Doña Venus lo castigó». El poeta, que se hace protagonista de esta historia alegórica, relata cómo le visitó una especie de dios pagano al que llama Don Amor y al que había increpado previamente por su nefasta influencia sobre la humanidad. Después de numerosos reproches morales, este personaje se le aparece, le pide que no sea sañudo (colérico) con él y le dice que si hasta ahora no tuvo éxito como seductor de mujeres fue por su propia culpa, al no haberle invocado a tiempo para que le diera las enseñanzas -castigos en lenguaje medieval- que necesitaba para conseguirlo. Comienza a partir de ese momento a darle un serie consejos que ilustra con varias historias o parábolas que le vienen a propósito, y se acaba despidiendo con la excusa de tener mucho trabajo pendiente de realizar en el mundo. El Arcipreste considera provechosas sus enseñanzas y desea ponerlas en práctica. Pero al conocer a Doña Endrina, una viuda joven, hermosa, rica y de gran linaje, se siente empequeñecido ante ella y busca el consejo de Doña Venus, la supuesta esposa de Don Amor, que acude a su invocación con nuevos consejos. Esta le dirá que si su marido le dejó tan pronto fue por haberle increpado tan duramente, pero se muestra compasiva y reanuda las enseñanzas que entonces quedaron interrumpidas dándole otras nuevas, adaptadas al difícil caso que se le presenta.
El poeta adapta en este capítulo la comedia elegíaca en hexámetros latinos del s. XII Pamphilus, que en el medievo era atribuida falsamente a Ovidio, lo que explica la mención indirecta que Doña Venus hace de esta obra poética, que trata del amor desesperado del joven Pánfilo hacia la hermosa Galatea, para encarecer las enseñanzas que le va a proporcionar: «Don Amor a Ovidio leyó en la escuela…» (v. 612a). Entre estos consejos, la diosa le insiste en que no debe amedrentarse por su aparente pequeñez ya que de muchas cosas aparentemente simples o de escaso tamaño se pueden conseguir grandes efectos si se saben utilizar con ingenio. Y le instruye con ejemplos acerca de las virtudes que debe cultivar para obtener el éxito que anhela: la perseverancia, la valentía, la paciencia, la astucia, la experiencia, la constante servicialidad y una actitud alegre y optimista hacia la mujer amada obran el milagro de franquear las barreras más impenetrables que ésta pueda oponer a su pretendiente. Pero Doña Venus también se despide de él dejándolo sumido en una situación de angustia e incertidumbre. El Arcipreste tal vez esperaba de ella un milagro que le hubiera otorgado directamente el amor de su amada, pero solo había recibido consejos que no sabía si era capaz de poner en práctica. En la estrofa que precede a la que vamos a estudiar, el poeta se lamenta de que así como la canción amorosa de un juglar puede entretener al doliente que la escucha pero no hace sino acrecentar su pena (el dolor creçe e non mengua oyendo dulçes cantares, v. 649b), él también se siente dolorido por la marcha de Doña Venus, pues no le queda otra ayuda sino su propia locuacidad (sinon lengua e parlares, v. 649d) para tratar de superar el reto al que se enfrenta. Llegamos, pues, a una estrofa en la que el poeta se dirige a sus lectores expresando la soledad en que se encuentra y el temor que le produce lanzarse a una aventura tan arriesgada como la de conquistar el amor de la dueña, su idealizada Doña Endrina. Según la edición de Blecua (1998) dice:
Amigos, vo a grand pena e só puesto en la fonda: 650
vo a fablar con la dueña, ¡quiera Dios que bien me responda!
Púsome el marinero aína en la mar fonda,
dexóme solo e señero, sin remos, con la brava onda.
Solo uno de los tres manuscritos principales en que nos ha llegado parcialmente la obra del Arcipreste recoge esta estrofa, y es precisamente el menos fiable, el ms. S, lo que explica probablemente sus graves irregularidades formales. Blecua, al reseñarla en su edición, actualiza ligeramente su grafía, introduce los signos de admiración en la oración desiderativa de su segundo verso y corrige la falta de ortografía de la palabra brava del cuarto, que en el manuscrito se transcribe como blava. Pero teniendo en cuenta que la técnica perfecta de la cuaderna vía exige la creación de estrofas de cuatro versos alejandrinos (es decir, de catorce sílabas métricas cada uno) conformados por dos hemistiquios heptasílabos, y unidos todos ellos por una rima consonante, los graves defectos que encontramos en la estrofa son los siguientes:
-El segundo hemistiquio del segundo verso es eneasílabo. Y como escribir un verso de contenido similar de un modo técnicamente correcto es muy fácil podríamos suponer que su redacción original fue: «¡Que Dios bien me responda». Lo más probable es que el amanuense del ms. S encontrara en el texto que tenía que copiar la conjunción inicial que abreviada en la forma «q̃» y la transcribiera como quiera, en cuyo caso para dar una sintaxis correcta al hemistiquio volvió añadir dicha conjunción tras la palabra Dios.
-El cuarto verso cuenta con dos hemistiquios hipermétricos: el primero es octosílabo y el segundo eneasílabo. Al no poder cotejarlo en otros manuscritos solo podemos tratar de recomponerlo en base a la lógica exigida para un uso correcto de la técnica de la cuaderna vía, ya que no quisiera imputar semejante irregularidad a un poeta tan experimentado y diestro como el Arcipreste. Lo más probable es que la expresión «sin remos», que descabala todo el conjunto, sea una mera adición del copista para hacer más accesible al lector el significado del verso, suavizando de paso la desgracia del protagonista. Si la suprimimos conseguimos una correcta métrica para el verso, que ya sería alejandrino, pues el exceso de una sílaba del primer hemistiquio quedaría compensado con el defecto de otra sílaba en el segundo. Por otra parte, al eliminar esas dos palabras vamos a encontrar mayor sentido a la estrofa entera, pues el poeta no se encontraría metafóricamente sobre una barca sin remos (y en principio a salvo, aunque a merced de las mareas) sino sumergido en el propio mar, haciendo esfuerzos sobrehumanos para no ahogarse. En tal caso, en el verso anterior, cuando el poeta dice que el marinero le puso aína (de pronto) en la mar fonda querría decir que lo arrojó directamente al mar por la borda de su nave. Tal parece ser el sentido del verso que el joven Pánfilo recita en su soledad en la citada comedia latina: Non miser euadam: me nauta reliquid in undis: «¡Mísero de mí!: me abandonó el marino en medio de las olas» (la traducción es mía).
Pero aparte de estas incorrecciones métricas la estrofa cuenta también con otro defecto formal: la palabra fonda aparece repetida como final de los versos primero y tercero, y cuesta pensar que el poeta lo haya cometido cuando existen más palabras terminadas en -onda de las que podría hacer uso sin desmerecer su estrofa. Es más; si bien esa palabra tiene pleno sentido en el verso tercero al calificar a la mar como ‘honda’ (fonda en grafía medieval) no resulta tan claro su significado como parte de la expresión puesto en la fonda del primer verso, lo que ha dado lugar a que diversos editores y críticos a lo largo de la historia hicieran al respecto sus particulares aportaciones para tratar de interpretarla. Vamos a verlo:
T. Sánchez (1790) y Janer (1864) -en cuyas ediciones esta estrofa es la número 624- nada comentan al respecto; Ducamin (1901) tampoco. Cejador (1913) anota a pie de página el significado de ‘fonda’ (respecto de su primera mención en “so puesto en la fonda”) como «en lo hondo de las aguas». Pero no consta la existencia de tal sustantivo con ese significado, aparte de que su mensaje sería redundante con lo que se afirma en el verso tercero. Chiarini (1964) se limita a recoger a pie de página el citado verso del Pamphilus y un fragmento de la obra De amore, también del s. XII, de Andreas Capellanus (André, le Chapelain), clérigo de la Corte del rey de Francia, del que destaca un verso muy similar al anteriormente mencionado (saepe suos nautas valida relinquit in unda), pero nada aporta para el esclarecimiento del primer verso.
Según Corominas (1967) só puesto en la fonda significa ‘estoy fondeado en medio del mar, estoy en lugar sin salida’, explicando: «Cat[aluña], estar a la fonda ‘estar fondeado, anclado’, que aunque falta en muchos diccionarios es de uso generalizado entre la gente de mar, viejo mozarabismo o italianismo totalmente arraigado, procedente de Valencia, Mallorca o Italia, pero generalizado ya desde antiguo». No comparte este criterio M. Morreale (Más apuntes para un comentario literal…1969), que respecto de estar a la fonda comenta «que, a pesar del parecido material con nuestro texto, no cuadra en absoluto al sentido del pasaje», añadiendo que cuadraría mejor para indicar seguridad o esperanza». No le falta razón en esto a la filóloga italiana; pero se pierde al ofrecer una posible interpretación que tampoco puede documentar, al suponer que fonda pudiera ser un derivado regresivo de fondón o fondura, como quexa lo es de quexura, y tratar de encontrarle por esta vía un significado de ámbito psicológico a la referida expresión: «en lo semántico no ofrecería dificultad en cuanto que la hondura es símbolo de males […]». Esta rebuscada hipótesis la ilustra con alusiones bíblicas, en las que ‘el infierno’ y ‘el profundo’(el abismo) son sinónimos, y con expresiones coloquiales que relacionan la profundidad con un estado anímico de tristeza o frustración: «estoy completamente hundido», o «mi gozo en un pozo». No obstante, no convencida del todo de esa teoría, aporta otra subsidiariamente, que supondría admitir una redundancia al coincidir con el sintagma mar fonda del final del tercer verso: «Fonda podría equivaler también a ‘alta mar’».
Joset (1974) sigue a Cejador: «estoy en lo hondo del mar» y Gybbon-Monnypeny (1988) nada comenta al respecto. Blecua duda de todas estas lecturas y, en su primera edición (1983), ofrece una alternativa: «fonda. Los editores, en general, interpretan ‘estar en lo hondo de las aguas, sin salvación’. Se desconoce la frase hecha. Probablemente, fonda sea aquí el arma para arrojar piedras, y estar en la fonda, ‘estar en el disparadero, sin posibilidad de volver atrás’. Es decir: ‘Voy a sufrir gran castigo y no puedo evitarlo’». Posteriormente, en su nueva edición de 1998, cambia de criterio manifestando que su anterior sugerencia la había aportado con poca convicción, y anotando otra interpretación de só puesto en la fonda, de la que también duda: «‘…y estoy en situación desesperada’, al parecer».
Para cerrar este repaso histórico comentaremos el trabajo de Mª Teresa Cabello (Apostillas lexicológicas al Libro de buen amor, 1991), que aporta otra teoría: «[…]. Pero, ¿no se podría considerar fonda como una sonorización anómala de fonta, debida a la rima? Fonta, algo así como “vergüenza, deshonra” se puede documentar en Alfonso X, Crónica general de España, ed. Menéndez Pidal, I, 351a: “Doloroso es el llanto […] los nobles et fijos dalgo cayeron en cativo, los príncipes et los altos homnes idos son en la fonta e en denosto” y en Berceo, San Millán, 444cd: “Tomavan contra ellos, en ellos se fincavan; la fonta qe ficieron, carament la compravan”. El Arcipreste podría venir a decir que lo espinoso de la situación (su primera entrevista con doña Endrina) lo coloca en una situación arriesgada, a la merced de las malas lenguas, lo que puede provocar su deshonra».
Pero nosotros tenemos otra visión del problema totalmente distinta. El poeta no tenía necesidad ninguna de inventarse una nueva acepción para el sustantivo fonda, de utilizar una expresión desconocida para sus lectores o de tomarse una licencia poética para forzar una rima. Realmente no necesitaba deslucir su estrofa cometiendo tal irregularidad, ya que existía otra palabra distinta, propia del lenguaje náutico, que encaja a la perfección en el contexto y que recoge el Tesoro de Covarrubias (1611): «sonda». La letra ese en la época medieval se podía representar con variados alógrafos, y uno de ellos es la ‘ese larga’, muy fácil de confundir con la letra efe: el copista habría transformado el original «ſonda» en la palabra fonda. Veamos su definición en este diccionario (actualizo ligeramente su grafía):
«SONDA, la cuerda con la plomada que los marineros echan en la mar para certificarse de la hondura que tendrá el agua, por miedo de no dar en algún bajío; por otra parte se llama bolina […]».
De esta manera el Arcipreste estaría situándose metafóricamente no en una barca desprovista de remos sino sumergido en el mar, como arrojado por la borda de una nave y atado a un peso que lo hunde cada vez hacia el fondo: una situación realmente desesperada de la que no encuentra escapatoria y que le asegura un trágico final.
Reproduzco la estrofa tal como creo que el poeta la concibió, actualizando su grafía para una mejor lectura, aun implicando que ello convertirá el primer hemistiquio de los dos primeros versos en hipermétricos, pues convirtiendo la forma arcaica vo en voy se impide el uso de la sinalefa que los haría heptasílabos uniendo el verbo a la subsiguiente preposición en una sílaba métrica. ¿Sonaba bien en la época del Arcipreste pronunciar “voá” en un solo golpe de voz? Nunca lo sabremos. En cualquier caso, vamos a evitar ese efecto cacofónico en el segundo verso al sustituir la efe de fablar por la letra hache, lo que nos permitirá ajustarnos a la métrica correcta empleando sinalefa:
«Amigos, voy a gran pena y soy puesto en la sonda:
voy a hablar con la dueña, ¡que Dios bien me responda!
Púsome el marinero aína en la mar honda,
dejome solo y señero con la brava onda».
Y termino adjuntando la imagen fotográfica de la estrofa en su manuscrito para que el lector curioso pueda formarse su propia opinión.