La conexión entre la dana de Valencia, las “smart cities” o ciudades inteligentes, las empresas de tecnología biométrica y la instalación de paneles solares para proveer de energía
Por Magdalena del Amo. – El día de la dana de Valencia creí que se trataba de una operación de geoingeniería, de libro, en la cual habían confluido una serie de circunstancias para hacer creíble lo que hace años venimos denunciando: “la gran mentira del cambio climático”. Me pareció que era el pistoletazo de salida para otros eventos de manipulación del clima y la orografía, es decir, el aviso de que la guerra devastadora que había empezado en lugares lejanos, como Haití, California, Carolina del Norte, Hawaii o la vecina Turquía, en forma de huracanes, incendios y terremotos, había llegado a nuestras costas. Pero había más de lo aparente a primera vista, y era necesario reflexionar y repasar las piezas del puzle.
Los periodistas de investigación, acostumbrados a bucear en las cloacas del sistema a lo largo del tiempo, nos hemos entrenado en el análisis y en la deducción. No solemos repetir noticias como el simple periodismo informativo. Lo que hacemos es coleccionarlas en forma de pequeñas piezas de un puzle que, con el tiempo, el trabajo, el tesón, la suerte y una dosis importante de intuición y perspicacia vamos confeccionando. La conexión de los puntos es lo que hace relevante el conjunto.
En el tema de Valencia teníamos la pieza de la geoingeniería y el modus operandi de los radares, la información de doble vínculo, las contradicciones, la falta de auxilio y el resto de incongruencias inexplicables para quien no ha entendido el protocolo del programa de avasallamiento, control y dominio del ser humano y su entorno. De hecho, mi primer artículo sobre la dana lo titulé “Dana de Valencia: La manipulación del clima como arma de guerra”.
Pero intuía que había más, y el tesón me llevó a unir el resto de las piezas. Tenía una ficha, pendiente de investigar, sobre los proyectos de ciudades de quince minutos y me puse a ello. Confieso que fue cuando descubrí que, aparte de estos guetos, con todo a mano, de los que venimos hablando desde hace tiempo, integrados en la Agenda 2030, coexistía el proyecto, mucho más escalofriante, de las “smart cities” o ciudades inteligentes. Esta fue una pieza vital. Y tirando del hilo descubrí que Valencia se proyectaba como epicentro de las ciudades inteligentes del futuro; y ¡¡¡en Valencia!!! había tenido lugar el evento internacional Future Innovation Cities, del que hablo en el artículo anterior, con los políticos locales e importantes personalidades de la Inteligencia Artificial de varios países.
Otra de las fichas era el ranquin de las empresas instaladas en Valencia o con el punto de mira puesto en la comunidad, todas en vías de transformación para copar el espacio del control biométrico: Siemens, Hitachi, HP, Hiperion Group, Lufthansa, Aviatar e incluso la ONU. Y, de pronto, todo empezó a encajar. Este espacio del territorio español estaba prediseñado para consolidar el sueño megalómano del control total a través de la información biométrica.
Otra de las piezas que tenía sobre la mesa, pendiente de investigación, era la de las placas solares. Llevaba tiempo preguntándome por qué nos enviaban publicidad masiva sobre la ventaja de instalar paneles solares en nuestras casas o fincas. Por supuesto, nunca caí en la tentación de pensar que era para nuestro bien. Por otro lado, había leído sobre el inconveniente de poner en marcha la Inteligencia Artificial, debido a la cantidad de energía requerida para optimizarla, y la insistencia en la implantación de energías renovables, es decir paneles solares. “Dios mío”, pensé. “Arrasaron la zona para implantar paneles solares para que todas estas empresas con el futuro puesto en la IA puedan proveerse de energía, e incluso vender el excedente. Y no les ha importado llevarse por delante a la gente”. Se me pusieron los pelos de punta.
También tenía desde hacía unos días la información de la empresa, Palantir, que reconstruiría Valencia. Esto no era lo más relevante, pero era un dato más si tenemos en cuenta el grupo al que pertenece, Black Rock, la financiación de sus inicios y las relaciones con el FBI, la NSA o el Pentágono.
Con todas las piezas ante mí, lo vi diáfano y me entró un escalofrío de pies a cabeza. “Está claro, tenían que arrasar Valencia para reconstruirla a su medida y crear esta especie de cárcel satánica, esta suerte de infierno”. El famoso internet de las cosas en su grado más alto. No voy a decir que lloré, pero sí que me sentí completamente impotente. Y tenía que contarlo. No me puse a escribir en ese momento, pero le dije a una de mis hermanas y a un amigo escritor que también se mueve en este ámbito: “He descubierto unas claves importantes de lo de Valencia; cosas que no ha dicho nadie, y voy a escribir un artículo sobre ello”. Me preguntaron, pero no les dije nada. Y se quedaron intrigados.
Sentía que el tema era demasiado fuerte y esperé unos días hasta decidirme. Pero lo tenía claro y puse el título: ¿Pará qué arrasaron Valencia? ¿La destruyeron para reconstruirla a su medida? Algunas claves sobre la catástrofe y sus puntos de unión”. Tardé horas en poner en el papel todas las conexiones y argumentar para darle coherencia. No es lo mismo contarlo en un vídeo, en un Tick Tock, en un mensaje de Telegram o incluso en un blog privado, que escribir para un periódico en el que hay que pasar un control de calidad y unas normas periodísticas. Terminé a las doce de la noche, pero no lo envié; me parecía que mis conclusiones eran demasiado alarmistas y lo dejé reposar. Durante la noche estuve intranquila y me desperté varias veces. Cuando al día siguiente me levanté, pensé: “O lo destruyo o lo envío”. Y lo envié. A las pocas horas de su publicación empecé a recibir mensajes, incluso de personas con las que no tengo un trato habitual, algunas de ellas muy “en la pomada”, felicitándome por la unión de los puntos y dándome la enhorabuena.
Al día siguiente empecé a oír por todas partes sobre las “smart cities” o ciudades inteligentes, sobre los paneles, y sobre todo lo que planteábamos en el artículo, repitiendo incluso mis frases. Pero no citaban la fuente. No escuché a nadie decir que lo habían leído en un artículo de tal periodista, en tal medio de comunicación. Todos sabemos que las redes tienen ese componente siniestro de “ciudad sin ley”, de robo y pillaje, donde cada quien hace lo que le da la gana y donde el respeto es casi inexistente.
Citar la fuente es el primer mandamiento de un periodista que se precie, y si jugamos a ser periodistas debemos cumplirlo. A decir verdad, esto de esquivar la fuente es un vicio muy común entre los periodistas de medios convencionales. José Luis Balbín me contó un día una serie de historias de cómo se escabullían los colegas para no citar. Lo he comprobado, y siempre que me ocurre algo así lo recuerdo. Por cierto, yo siempre cito, no solo por cumplir con el código deontológico, sino por gusto e incluso por generosidad.
*Psicóloga, periodista y escritora