Ha muerto Antonio Romero, un comunista bueno
Ha muerto Antonio Romero, dirigente histórico del PCE y de IU. Pese a nuestras grandes diferencias ideológicas, me dispensó siempre un trato exquisito. Fue durante tres años articulista de AD. Compartí con él un sincero afecto y la creencia de que el valor de las personas se sobrepone al peso de sus ideas políticas.
Antonio fue un hombre honrado y cabal, y también un símbolo de la lucha contra la corrupción política (en su caso la felipista). Fue un comunista coherente, defensor sin tacha de los menos favorecidos, antes de que el marxismo cultural procedente de la Escuela de Frankfurt adulterara los principios y las prioridades de los actuales estandartes de la progresía. El suyo era un comunismo jornalero, muy alejado de los estereotipos culturales de esa tropa de robagallinas que ha visto en la política la forma más segura de vivir del cuento. No me imaginé nunca a este hombre, del pueblo y para el pueblo, haciendo proselitismo político con camisa hawaiana y a lomos del orgullo gay.
Antonio representaba la conciencia recta del comunista ortodoxo, con un férreo compromiso moral, más allá de esnobismos wokes. Compartimos el placer de horas de charla sobre la generación del 27 (fue uno de los impulsores de la fundación en Málaga que lleva su nombre). Idealista, apasionado, humilde, rebelde con causa, autodidacta, de verbo ágil y acerado, se nos ha ido un hombre irrepetible. Y se ha ido como llegó, a la manera machadiana: ligero de equipaje.
Descanse en paz.