Los niños asesinados y el heteropatriarcado
Antonio R. Naranjo.- Un sinvergüenza con antecedentes penales asesinó la semana pasada a un bebé de dos añitos e hirió a su hermanito de la misma edad, ambos hijos de su pareja, una señora de Linares. El horror ocupó bastantes minutos de televisión y permitió conocer algo de la intrahistoria.
La del asesino, único culpable de un crimen que contradice la naturaleza más íntima del ser humano, que es cuidar a los cachorros, es un despojo cuyo currículo delictivo era ya antes de esta salvajada muy superior al laboral y al académico, ambos en blanco.
La de la madre es más enrevesada: tuvo tres hijos de una anterior relación y otros tres con otra pareja antes de dejar a dos de ellos, las víctimas, con otra más que no era su padre. A los tres primeros se los quitaron los Servicios Sociales, algo que solo ocurre cuando su integridad está en peligro y las oportunidades de desarrollar una vida decente en su hogar original son inexistentes.
De los tres últimos, la niña se marchó con el padre y los otros dos, chiquitines, se quedaron a su cargo, en compañía del animal que se convirtió en su nueva compañía.
Al primero lo estranguló hasta matarlo y al segundo lo mandó al hospital, mientras la madre estaba al parecer trabajando y no atendió la tétrica llamada que le hizo: «O vienes o les mato».
La familia por parte de padre vive en el mismo pueblo y ha dejado constancia del reiterado maltrato que los niños sufrían desde hace tiempo: mordiscos, contusiones y moratones adornaban sus cuerpecitos y resumen la triste vida de violencia e indefensión, justificadas por la madre con el argumento de que se lo hacían todo entre ellos, pese a que un bebé no desarrolla siquiera los dientes de leche hasta los 30 meses.
Solo hay un asesino, y es el bestia que ojalá se pudra en la cárcel o tenga a bien quitarse de en medio para no consumir recursos públicos que podrían ir a proteger a otros niños maltratados. Pero en esta historia hay más responsables, como todo el mundo puede ver si no le ciega el sectarismo.
Si le dedico unas líneas al asunto es porque, pese a las evidencias, el relato televisivo ha presentado a la madre como otra víctima, buscando peregrinos argumentos para esconder su propia responsabilidad en los hechos: ninguna circunstancia justifica la indefensión de sus hijos, la negación de los maltratos previos, el rechazo a la ayuda que le ofrecieron y, en resumen, su participación directa en consentir que vivieran en un infierno.
Por mucho miedo que tuviera y mucho que sufriera, en la cadena de víctimas de este horror nada palía la responsabilidad del adulto ante el menor, y no hay miedo paralizante ni daños personales que adecenten la flagrante omisión de socorro.
Lo recalco porque por decir esta obviedad se ha levantado cierta polvareda y ciertos medios de comunicación, casualmente alineados siempre en la trinchera del Gobierno y dispuestos a señalar a quienes lo criticamos y criticaremos, han pretendido presentar mis comentarios al respecto como una especie de equiparación entre el asesino y la madre para, a continuación, convertirla a ella en una mártir.
Y aunque lo que diga el Equipo Nacional de Opinión Sincronizada me hace el mismo efecto que el arañazo de un gatito a un león, sí me parece definitoria la polémica de un ecosistema fétido en el que se intenta imponer una agenda ideológica perversa, en la que los hechos no cuentan si contradicen los mantras fabricados para hacer negocio, horneando bulos indecentes para asentar el desvarío.
Los mismos que convierten las investigaciones judiciales, periodísticas y policiales incriminatorias del Gobierno más corrupto de la historia, el de Pedro Sánchez, en una conspiración fascista de jueces, empresarios, políticos y periodistas incapaces de digerir a una inventada «mayoría social»; aspiran también a que su delirante ingeniería política se convierta en catecismo obligatorio aunque los hechos, en ambos casos, desmientan sus patrañas.
Y si esto es lamentable en el ámbito estrictamente político, es inhumano cuando se aplica incluso en los casos donde la ética y la humanidad más elementales han de desechar toda lectura ideológica: usar ya hasta a niños muertos para soltar sus mierdas sectarias, pues no, imbéciles.