Jugando a la Guerra Civil
Antonio R. Naranjo.- A España le conviene revisitar su historia, desmontada en los últimos 50 años por una recua de iletrados que, presa de todos sus prejuicios, la ha transformado en una especie de horror endémico por el que debemos disculparnos eternamente: a los moros por la Reconquista, a los indígenas por el Descubrimiento y en general a todo aquel que lo pida, con la excepción de los judíos, bien expulsados a tenor del silencio antisemita que impulsa al Gobierno, convencido de que Israel es una amenaza mayor para la humanidad que Irán, Hezbolá y Hamás juntos.
De todo aquello que debería presumir una gran nación, orgullosa de su rico pasado lleno de gestas sin las cuales no se entiende el progreso de la humanidad, aquí se proyecta vergüenza, con ministros como el pobre Urtasun llegando al clímax del delirio con su apuesta por «descolonizar» los museos, aplaudida por los Maduros que han convertido Hispanoamérica en un lodazal de corrupción y represión.
Cualquier día Ernestito nos borra a los enanos de «Las Meninas» o proscribe a las gordas de Rubens, no sea que exalten humillantes rasgos físicos potencialmente instigadores de alguna fobia de moda, contra la que hay que luchar desde algún nuevo observatorio del que puedan pastar los soldados de la Brigada Woke, siempre dispuestos a luchar contra las injusticias.
La reescritura de la historia, para adaptarla a un interés o un prejuicio y hacer de ello un negocio político y económico, ofrece al menos la posibilidad de que, algún día, un Gobierno menos zoquete se tome en serio restituirla, sin negar sus sombras, pero anteponiendo sus luces: hay que ser memos para transformar la heroicidad en América en una simple invasión franquista para que el presidente tonto de turno en México se permita, en lugar de agradecer esa huella, insultar al Rey.
En esa línea hay que ubicar, ya en el ámbito doméstico, el empeño sanchista en resucitar a Franco, con un plan específico para celebrar el medio siglo de su muerte. Que fue en la cama y de viejo, aunque oyendo a tanto franquista sobrevenido se diría que Sánchez y sus maquis estuvieron peleando duro durante décadas en la clandestinidad más épica.
Nada de malo tiene honrar a las víctimas, a todas y en todos los episodios históricos que la memoria recuerde, pero algo falla de antemano cuando al presidente más sectario y corrupto de la historia le patinan las meninges con las de ETA, con las de la dana o incluso con las de la República, que las hubo y fueron miles entre checas, paseíllos y ajustes de cuentas.
Fijarse solo en unas demuestra el verdadero afán de Sánchez, que no es culminar la Transición, aquella fiesta de la reconciliación que generosamente hicieron nuestros padres y abuelos, sino recuperar la Guerra Civil y jugar una especie de partido de vuelta.
La República no fue un oasis y el Alzamiento fue más contra quienes desde ella pretendieron implementar una Revolución que contra quienes defendían la legalidad vigente: basta leer a Azaña en el exilio para entender que la mezcla de separatistas, antisistema, anarquistas y populistas hizo más por acabar con el régimen que Franco y compañía.
Y tampoco hay que ser muy lince para sobrecogerse por todas las crueldades de una Guerra Civil ni para entender que, acabado el conflicto, siempre sufren más los perdedores y una nación sensata adquiere con ellos una deuda moral que debe saber pagar, sin incluir en el abono un estúpido revanchismo.
A Sánchez no le importan las víctimas. Simplemente las usa, como a Franco, para ver si el guerracivilismo le tapa las vergüenzas corruptas que tiene en su casa, en su partido y en su Gobierno.
Y el problema es que, a fuer de insistir en ese mensaje bélico de división, al final acabe consiguiendo que, en lugar de cerrar del todo las heridas de la España de hace un siglo, las abra entre berridos de los más tontos de la milicia, con él al frente. Y en ese trágico juego sin duda está.