La contradicción cultural de Europa
Ignacio Sánchez Cámara.- La reapertura de la catedral de Notre Dame de París es un símbolo de la inconsistencia europea actual, de sus contradicciones culturales. El problema no consiste tanto en determinar quiénes debieron estar y quiénes no, sino más bien en la actitud de muchos de los que fueron y de los que no fueron, y de gran parte de la opinión pública europea (si es que verdaderamente existe).
Algunos proclaman su repudio del cristianismo, ignorando acaso que con él repudian, a la vez, a Europa. Otros aprueban la reapertura porque se trata de una maravillosa obra de arte, velando sutilmente que es una obra de arte cristiana, que, por cierto, desmonta por sí sola la falacia de la «barbarie» medieval. Al respecto puede leerse el admirable libro ¿Qué es la Edad Media?, de la medievalista francesa Régine Pernoud, obra publicada en 1979, pero sabemos que la verdad envejece muy bien. Hay quienes aprecian la cultura cristiana pero no la religión cristiana. El problema es que el cristianismo es una religión. Ciertamente hay ateos y agnósticos ilustrados que lo respetan. Pero también abundan los fanáticos que aspiran a destruirlo.
La mayoría de los europeos padecen una profunda crisis de identidad. Europa puede entenderse como un espacio geográfico, de límites más bien imprecisos, como una realidad social y política y como una cultura. Este último es el sentido más pertinente y verdadero. Y es una cultura que, más que raíces, posee dos grandes ideales: la cultura griega y romana y el cristianismo. Atenas y Jerusalén no son dos herencias recibidas a beneficio de inventario, sino dos ideales que hay que realizar. El islam, por ejemplo, ha acabado por encerrarse en sí mismo. En el Corán están todas las respuestas. En Europa no tenemos un libro así. Y en esto reside la superioridad, con permiso, que ha exhibido la cultura europea. Si esto es así, rechazar el cristianismo, como rechazar la cultura griega y latina, es renegar de Europa. En esto consiste la más grave contradicción cultural de Europa. Si no se la resuelve, caminará hacia su destrucción o al desplazamiento de Europa a otros lugares.
Entre los muros de Notre Dame sonó la Marsellesa. Y es natural, ya que se trata del himno nacional francés, por lo demás excelente, si bien más en la música que en la letra. Entre sus versos pueden citarse los siguientes. Traduzco por aquello de que el francés apenas se estudia ya, quizá por tratarse de la segunda lengua de la enseñanza franquista. «Se eleva el estandarte sangriento», «desollad a vuestros hijos y a vuestros compañeros», «que la sangre impura riega vuestros surcos». La elección ha sido, por mi parte, intencionada, pero no falsa. Toda una loa a la fraternidad y al pacifismo.
Mucho del mal que sufre Europa procede de la Revolución francesa. Sin olvidar los abusos del Antiguo Régimen. Pero el terrible acontecimiento fue uno de los más nefastos de la historia. Ciertamente no por los ideales que la presidieron, sino por la forma de defenderlos, especialmente en la etapa del Terror que al fin se impuso. Con ella se propagó el liberalismo, pero también la reacción, el radicalismo, incluso el comunismo y el fascismo. Y Napoleón se hizo coronar emperador. No ya Francia, sino Europa entera quedó profundamente dividida. En parte seguimos bajo su influjo. Basta repasar la historia de Francia desde la Revolución hasta Vichy. Hoy la herida sigue sin cicatrizar. Urge una alianza de los ilustrados europeos, cristianos o no, frente a los bárbaros dinamiteros de Europa. Que el ministro español de Cultura no acuda a París porque tenía que ir al circo con su hijo es solo un despropósito sintomático, pero confirma que, como sugirió el filósofo Alasdair MacIntyre, los bárbaros no nos amenazan más allá de nuestras fronteras, sino que están en el interior, incluso llevan algún tiempo gobernándonos. La vida o muerte de Europa depende de la superación de su profunda contradicción cultural.