La admirada Grecia clásica practicaba un férreo control de la población valiéndose de la ley y del engaño
Por Magdalena del Amo.- Cuando nos adentramos en la investigación sociopolítica e incluso filosófica de ciertas sociedades cultural y artísticamente avanzadas y florecientes, solemos encontrarnos con algunas prácticas decepcionantes. Los griegos admitían el aborto para controlar la población, El propio Platón propone unas leyes eugenésicas escalofriantes. Leyendo en La República un diálogo entre Glaucón y Sócrates, nos lleva a deducir que las ideas del filósofo son las precursoras del nazismo y de los eugenésicos y poblacionistas modernos. Platón quiso llevar a la práctica el sistema de gobierno que propone en La República, en Siracusa, a donde fue llamado varias veces para asesorar a su tirano gobernante. Afortunadamente, los intentos fracasaron.
Glaucón y Sócrates hablan sobre la conveniencia de que sea el gobierno quien establezca los matrimonios. Se propone que solo engendren los más aptos y solo en la edad reglamentaria. Los niños nacidos fuera del control gubernamental debían morir.
Sócrates establece un paralelo entre el hombre y los animales. Opina que si entre estos, para mejorar las razas, es aconsejable cruzar las mejores parejas, con los seres humanos se debe seguir el mismo programa de selección. Dice también que “de la mentira y el engaño es posible que hayan de usar muchas veces nuestros gobernantes por el bien de sus gobernados”. Parece que los ideólogos de la Agenda 2030 han leído estos textos. Desde luego, son una buena inspiración para mentes de naturaleza perversa.
Y continúa Sócrates exponiendo su idea: “De lo convenido se desprende la necesidad de que los mejores cohabiten con las mejores tantas veces como sea posible, y los peores con las peores cuanto menos, mejor; y si se quiere que el rebaño sea lo más excelente posible, habrá que criar la prole de los primeros, pero no la de los segundos. Todo esto ha de ocurrir sin que nadie lo sepa, excepto los gobernantes…”.
Glaucón asiente y Sócrates sigue con su propuesta. Los políticos –dice—tendrán que organizar fiestas para emparejar novios y novias, y continúa: “En cuanto al número de matrimonios, lo dejaremos al arbitrio de los gobernantes, que, teniendo en cuenta las guerras, epidemias y todos los accidentes similares, harán lo que puedan por mantener constante el número de ciudadanos, de modo que nuestra ciudad crezca o mengue lo menos posible”. (Esto fue llevado a la práctica en la Alemania de Hitler mediante la ley que regulaba el matrimonio solo entre parejas “aptas”).
Glaucón vuelve a asentir y Sócrates hace una nueva propuesta para completar el plan: “Será, pues, necesario, creo yo, inventar un ingenioso sistema de sorteo, de modo que, en cada apareamiento, aquellos seres inferiores tengan que acusar a su mala suerte, pero no a los gobernantes”.
A Glaucón le parece bien, y Sócrates prosigue: “Y a aquellos de los jóvenes que se distingan en la guerra o en otra cosa, habrá que darles, supongo, entre otras recompensas y premios, el de una mayor libertad para yacer con las mujeres; lo cual será a la vez un buen pretexto para que de esta clase de hombres nazca la mayor cantidad posible de hijos”.
Establece Sócrates la franja de edad en la que deben procrear: las mujeres entre los 20 y los 40 años, y los hombres entre los 30 y los hijos nacidos antes de la edad en la que estaba permitido procrear o después, se les debía dar muerte. De esta manera lo plantea Sócrates: “Así, pues, si alguno mayor de estas edades o menor de ellas se inmiscuye en las procreaciones públicas, consideraremos su falta como una impiedad y una iniquidad […] como obra de una monstruosa incontinencia”.
Glaucón dice que tiene razón. Sócrates prosigue: “Y la ley será la misma en el caso de que alguien de los que todavía procrean toque a alguna de las mujeres casaderas sin que los aparee un gobernante. Pues declararemos como bastardo, ilegítimo y sacrílego al hijo que dé a la ciudad”. A Glaucón le parece muy justo.
Estos textos del siglo IV a. C. son de rabiosa actualidad en nuestra sociedad actual. Las Repúblicas secretas son las agendas y planes de acción de quienes mueven los hilos de la Cultura de la Muerte.
El control de la población fue siempre motivo de preocupación en los gobernantes griegos. Por ello, sus ideólogos, los filósofos precristianos, proponen toda suerte de ideas disparatadas. Se restringen las relaciones heterosexuales que, por ley natural, fomentan los nacimientos, y en cambio las relaciones homosexuales entre hombres estaban muy bien consideradas socialmente. Así se gozaba del sexo plenamente sin correr riesgos de embarazo.
Esta idea existe hoy entre los colectivos progres de la sociedad. La UNICEF financia una página del grupo Lovelife que, aparte de aconsejar el aborto a las adolescentes y dar direcciones de clínicas abortistas, incita a los jóvenes a la homosexualidad y a la promiscuidad. Les dice que ser bisexuales significa “batear para ambos lados”. Y continúan las propuestas: “Algunas personas prefieren no limitar sus sensaciones sexuales a solo la mitad de la población. Ellos y ellas pueden enamorarse de quien les parezca bien, sea hembra o macho”. Recalcan en otro punto que pueden tener relaciones homosexuales muy placenteras sin arriesgarse a un embarazo no deseado. Sí, la UNICEF, tan cuestionada en la actualidad, como el resto de los organismos dependientes de la ONU, financia esta página. Conviene recordar que la Santa Sede le retiró a esta entidad la asignación que le consignaba todos los años, por defender y promocionar el aborto en el Tercer Mundo.
Las ideas de Aristóteles no distaban mucho de las de Platón en cuanto a temas de procreación. Proponía la eliminación de los defectuosos ya nacidos y el aborto en las familias que hubiesen engendrado ya el número de hijos asignados por la ley. Así lo deja escrito en su Política o República: “Para distinguir los hijos que es preciso abandonar de los que hay que educar, convendrá que la ley prohíba que se cuide en manera alguna a los que nazcan deformes; y en cuanto al número de hijos, si las costumbres resisten el abandono completo, y si algunos matrimonios se hacen fecundos traspasando los límites formalmente impuestos a la población, será preciso provocar el aborto antes de que el embrión haya recibido la sensibilidad y la vida…”. (Aristóteles, Política o República, Libro 4, capítulo XIV, De la educación de los hijos en la ciudad perfecta).
Nótese que se habla de procreaciones públicas y de un control total de los individuos por parte del Estado, como si fueran animales; algo que en el siglo XXI se llama progresismo. En la sociedad actual, se ha eliminado la frontera entre lo público y lo privado. El ser humano cada vez tiene menos derecho a su vida privada. El Estado se arroga el derecho de educar a nuestros hijos, de decidir cuánto pesan las hamburguesas que comen, qué tienen que desayunar y cómo los tenemos que educar. ¿Se dan cuenta de cuántas cosas están prohibidas o mal vistas? ¿Se dan cuenta de que hay que pedir permiso para todo? El mundo se está convirtiendo en un lugar invivible, poblado por ciudadanos controlados las veinticuatro horas.
En Esparta, a los niños que nacían con algún defecto o con una complexión demasiado débil para ser soldados, y a las niñas que no eran robustas para en un futuro engendrar buenos soldados, a todos, se los mataba arrojándolos desde las laderas del monte Taigeto. ¡Cuánta sabiduría futura y cuánto genio se diluía en el vacío! Como bien dice Guillermo Buhigas: “De todas las ciudades de Grecia, Esparta es la única que no ha legado a la humanidad ni un sabio, ni un artista, ni siquiera una ruina”. Al despeñar sistemáticamente a sus bebés aparentemente peor dotados, es muy posible que los espartanos estuvieran matando sin saberlo a sus poetas, a sus músicos y a sus sabios del futuro”.
La Fargue narra que Licurgo, el gran líder espartano, eliminó de su pueblo los sacrificios de niños que se realizaban ante el altar de Artemisa Ortia, sustituyendo la muerte por la flagelación hasta hacerlos sangrar.
El cristianismo puso fin a la barbarie y le confirió un carácter sagrado a la vida humana. En el siglo I se redactó la Didaché o Doctrina de los doce apóstoles, un texto destinado a las comunidades cristianas. En él se condena el aborto y el asesinato de niños, sean concebidos fuera del matrimonio o como consecuencia de relaciones ilícitas o espontáneas.
*Psicóloga, periodista y escritora