Una operación para destruir a Ayuso
Francisco Marhuenda.- A estas alturas resulta evidente que La Moncloa utilizó las cloacas del Estado para destruir política y personalmente a Ayuso. Es lógico que la presidenta madrileña recuerde que Sánchez «está acorralado por la corrupción», aunque no dimitirá. No solo eso, sino que se siente orgulloso de las tropelías cometidas por el aparato monclovita contra un ciudadano español.
La reacción autoritaria del líder del PSOE, erigido en juez supremo como si fuera la última e inapelable fuente del Derecho, es cada vez más inquietante. Ha decidido sustituir la propaganda por la información y utiliza la mentira sin ningún rubor. La condición de bueno o malo, inocente o culpable depende únicamente de su arbitrariedad e intereses personales. Por supuesto, la izquierda mediática ataca con absoluto descaro al novio de Ayuso mientras defiende con fe ciega la inocencia de la familia presidencial y el ejemplar comportamiento de Sánchez. Es un insulto a la inteligencia. He de reconocer que nada me sorprende viendo cómo se ha atropellado el Estado de Derecho y la separación de poderes con la indigna ley de Amnistía. La deriva autoritaria cuenta con el fervoroso apoyo de Conde-Pumpido y sus palmeras en el Tribunal Constitucional, ya que están para lo que les manden desde La Moncloa.
Es una suerte que no consiguiera colocar a Ana Ferrer o Pilar Teso al frente del Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Supremo. Hay que agradecer que la elección de una magistrada progresista de la categoría humana y calidad profesional de Isabel Perelló permite garantizar la independencia judicial. Lo importante no es ser conservadora o progresista, sino ser una jurista movida, únicamente, por el imperio de la ley y la defensa del Estado de Derecho. Es triste que Conde-Pumpido haya abandonado estos principios y haya elegido como señor a quien no merece serlo.
La campaña contra Ayuso y su novio no tiene parangón en el resto de los países europeos. No es posible encontrar un escándalo tan impactante y sórdido. A los sanchistas no les importa la verdad, porque el bien a proteger es, precisamente, el origen de sus cargos o su enriquecimiento. Necesitan que siga en La Moncloa y no finalice el asalto a las instituciones del Estado. Hay todavía mucho botín que repartir. La voracidad de los mercenarios no tiene límite.