Antivalores progresistas
Ya nada sorprende de lo que Pedro Sánchez pueda decir, afirmar o negar, acerca de cualquier cosa, habida cuenta que ha normalizado el mentir, engañar o faltar a la palabra dada, con un absoluto descaro e impunidad. Esto refleja la pérdida e incluso carencia de valores en la sociedad actual, lo que hasta no hace mucho tiempo, era impensable no estuvieran presentes en una persona ejerciendo responsabilidades públicas. De hecho, de ésta muy grave carencia se produce la desaparición de la práctica –en el ámbito del sanchismo– de la conducta ética de la dimisión, por parte de ningún miembro del Gobierno, y por ninguna circunstancia. Ello, además del devastador ejemplo que esa conducta traslada a la sociedad, degradando la convivencia social por la falta de unos necesarios y obligados valores éticos y morales en la vida tanto social, como política.
En su condición de presidente de la Internacional Socialista –lo que ilustra a las claras lo que es el actual socialismo político en general– Sánchez ha intervenido en la Cumbre celebrada en Rabat y se ha atrevido a criticar a la derecha «tradicional», que «ha acabado normalizando lo que hasta hace poco era inaceptable». Su crítica la ha basado en que lo hacen «por miedo a perder votos», llegando hasta el extremo de «renunciar a sus propios principios».
La apoteosis sanchista llegó hasta el extremo de arengar a las fuerzas progresistas a enterrar el discurso de odio y a «defender con mentiras» épocas pasadas. Que se atreva a decir esas cosas, quien sin duda es un alumno aventajado del «príncipe de la mentira», exime de más comentarios al respecto. Salvo para constatar que esa patología no es exclusiva de España, lo cual por lo demás, no es ningún consuelo.
Pienso que es buena ocasión para escuchar al historiador español Fernando García de Cortázar SJ, con cuya amistad me honró: «…hoy pedimos a la Historia que nos ayude a denunciar las imposturas y apaños de la vida pública y a sacar los colores a nuestros policías del pensamiento… Somos la única civilización que parece avergonzarse de sí misma. Somos la única nación que renuncia a su significado. El absurdo anticatolicismo que se aloja en la presunción de laicidad no es un ataque a dogmas que solo afectan a los creyentes. Es una ofensiva contra valores que determinan una forma de vivir, un concepto de la persona, una idea de la libertad». No puede definirse con más precisión y acierto, la degradada situación que atraviesan la sociedad española muy en particular, y la occidental en general, construidas sobre valores de profundas raíces cristianas.