Entrevista con el arzobispo Carlo Maria Viganò: “La Iglesia católica no tiene nada que ver con la Iglesia bergogliana”
Lo que sigue es una entrevista con el arzobispo Carlo Maria Viganò realizada por Andrea Caldart para Quotidianoweb publicada el 20 de diciembre.
Andrea Caldart: La Iglesia de Bergoglio parece estar en crisis: muchos fieles siguen viendo cómo este Papa excomulga a sacerdotes y a otras personas porque presentan pruebas de que el Papa Benedicto XVI nunca ha renunciado al “munus” petrino. Monseñor Viganò, ¿en qué Iglesia vivimos?
Carlo Maria Viganò: La “Iglesia” de Bergoglio no sólo está en crisis: está en pleno delirio. Si esto puede suceder es precisamente porque ya no se trata de la Iglesia católica, sino de su escandalosa falsificación; y porque en el lugar del Papa en el Trono de Pedro se sienta un tirano herético y usurpador. La pretendida distinción entre munus y ministerium es un artificio producido por el pensamiento hegeliano de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. Lo expliqué extensamente en mi ensayo sobre el tema, hablando de un “papado desmontado”. Quisiera aprovechar esta oportunidad para reiterar aquí un concepto que considero fundamental: cualquier ataque a la institución divina del Papado (y, junto con ella, a la Iglesia) tiene como objetivo último la transformación del poder sagrado del Romano Pontífice, que es Vicario y Lugarteniente de la única Autoridad, la de Cristo Pontífice, en un poder de origen humano, según el modelo de las modernas democracias liberales de estructura parlamentaria. Esto es lo que pretende la doctrina herética sobre la sinodalidad : socavar la constitución divina y la naturaleza monárquica de la Iglesia, querida por su Divino Fundador, Nuestro Señor Jesucristo, que es Rey no sólo de las sociedades temporales, sino también –y sobre todo– de la sociedad religiosa, es decir, de la Iglesia Católica, Cuerpo Místico del que Él es Cabeza.
Si Bergoglio fuera verdaderamente el Papa, significaría que la promesa del Señor de una asistencia especial al Príncipe de los Apóstoles y a sus sucesores sería en realidad infundada y falsa. Pero esta posibilidad es completamente inconcebible, además de contraria a la fe católica. Si, por tanto, Bergoglio es capaz de ejercer su propia acción demoledora contra la Iglesia y difundir sus errores, esto se debe al hecho de que su aparente autoridad ha sido usurpada con premeditación y malicia, y como tal es nula y sin valor . Quien piensa que la crisis comenzó con este “pontificado” se equivoca: el deseo de manipular el papado romano se remonta al Concilio Vaticano II, fue continuado con la encíclica Ut unum sint de Juan Pablo II, fue confirmado por la anomalía de la renuncia de Benedicto XVI y luego fue abrazado por Bergoglio -en plena coherencia con sus predecesores- con el Documento de estudio El Obispo de Roma emitido por el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Redefinir el Papado “en clave ecuménica y sinodal” es el modus operandi típico de los herejes para ocultar tras fórmulas vagas una acción deliberadamente subversiva, contraria a la Fe y a la práctica constante de la Iglesia Católica Romana.
Hay que tomar nota del golpe de Estado que ha tramado la Iglesia profunda y que ha llevado al poder, hasta lo más alto de la jerarquía católica, a las quintas columnas del enemigo, es decir, de la antiiglesia masónica, de la Sinagoga de Satanás.
Andrea Caldart: A lo largo de los años usted ha planteado varias críticas sobre la cuestión de la transparencia y la gestión de los problemas internos de la Iglesia. ¿Qué pasos considera esenciales para restablecer la confianza de los fieles?
Carlo Maria Viganò: Lo que usted llama “transparencia” en lenguaje burocrático encuentra su contraparte religiosa en saber que estamos siempre bajo la mirada de Dios. Nada escapa a Nuestro Señor: ni lo que hacemos, ni lo que estamos por hacer, ni las intenciones que nos mueven. Si quienes prestan su apoyo a Bergoglio y ratifican su fraude actuaran con esta conciencia, ni siquiera lo habrían admitido en el Cónclave. Para que el golpe de Estado tuviera éxito, era necesario poder contar con una Jerarquía corrupta y chantajeable: la corrupción de la voluntad en la violación de los principios morales se acompaña de la corrupción del intelecto en la adulteración progresiva de la fe católica y, aún antes, en la demolición de la filosofía aristotélico-tomista, que –por ser el único marco filosófico sólidamente anclado en la realidad y, por tanto, compatible con la Revelación divina– debía ser necesariamente eliminada.
La Revolución, en su matriz ontológicamente anticristiana y anticrística, ha negado el origen divino de la autoridad terrena, liberando a los gobernantes de su obligación de ejercer el poder dentro de los confines del Bien como expresión del Señorío Supremo de Cristo. Esto ha hecho que la autoridad –tanto civil como eclesiástica– sea autorreferencial y esencialmente tiránica , pervirtiendo la obediencia cristiana en complicidad servil. Los ciudadanos y los fieles se han encontrado obedeciendo al poder temporal y espiritual incluso cuando este ha traicionado su propio propósito; y desobedeciendo al verdadero y único titular de la Autoridad, Nuestro Señor, quien ha sido confinado por el secularismo liberal y conciliar a la esfera privada de la creencia individual. Sin romper el vínculo entre Cristo Rey y Sumo Sacerdote y sus representantes en la tierra, nada de lo que hemos visto ocurrir hubiera sido posible.
A quienes sostienen que la acción subversiva de la Jerarquía modernista goza, no obstante, del apoyo y de la aceptación universal “pacífica” del pueblo cristiano, hay que recordar que sesenta años de adoctrinamiento modernista por parte del clero conciliar –y cincuenta años de anarquía herética y sacrílega en el campo litúrgico– han ido normalizando poco a poco los errores filosóficos, doctrinales y morales que la Santa Iglesia siempre había condenado y combatido. Los pocos que quieran permanecer fieles a la Tradición deben comprender que estamos en tiempos de persecución y apostasía, y deben organizarse para resistir a los lobos con piel de oveja y a los falsos pastores. En una espléndida parábola, el Señor nos habla de los falsos pastores y de los asalariados, a los que no les importan las ovejas, y nos recuerda que las ovejas reconocen la voz del Pastor (Jn 10): éste es el sensus Ecclesiæ que permite a la Iglesia sobrevivir incluso en la ausencia temporal y la traición de la Jerarquía.
Andrea Caldart: ¿Cómo evalúa el estado actual de la Iglesia Católica con respecto a los valores tradicionales y la modernidad?
Carlo Maria Viganò: La Iglesia católica no tiene nada que ver con la Iglesia bergogliana, que es “conciliar”, “sinodal” y “ecuménica”, pero ciertamente no católica. Se hace pasar por tal sólo para obtener la obediencia de sus fieles, sabiendo muy bien que es precisamente sobre esta mentira que su jerarquía puede ejercer su poder. Por otra parte, la ficción de una autoridad subversiva que opera contra la institución que preside es replicada también por los gobernantes civiles, que son igualmente traidores y usurpadores. Lo que es desconcertante es ver el nivel de ofuscación de las conciencias al que ha llegado la sociedad, que no sabe cómo reaccionar ante la violación de los principios más sagrados y, de hecho, coopera pasivamente a su propio exterminio físico y moral.
Andrea Caldart: ¿A qué debemos atribuir esta actitud de renuncia, más aún, de postración total ante las posiciones ideológicas del mundo moderno, por parte de la Iglesia de Bergoglio?
Carlo Maria Viganò: El afán de complacer la mentalidad del mundo comenzó en el momento en que la Jerarquía, en su nivel más alto, dejó de ser un obstáculo para convertirse en cómplice y colaboradora de la difusión de los principios liberales y laicos. Esto ha sucedido en la Iglesia católica a través de la revolución permanente inaugurada por el Concilio Vaticano II, que ha subvertido completamente toda la “jerarquía de valores” al desplazar arbitraria e ilegítimamente el centro de gravedad del cuerpo eclesial de Dios al mundo, de Cristo al hombre. Esta revolución, al afirmar que quiere restaurar la centralidad del hombre, sus derechos y su “infinita dignidad”, niega en consecuencia la centralidad de Dios y lo confina a la esfera privada de la conciencia del individuo, expulsando así a Nuestro Señor de su Señorío Universal y, de hecho, también privando a la Iglesia docente de su autoridad. En el momento en que el ejercicio de la autoridad del Papa y de los obispos encuentra su legitimidad en el consentimiento de los fieles, estos ya no actúan como vicarios de Cristo (que desde arriba les inviste del poder sagrado de pastorear su rebaño), sino que se convierten en meros representantes de un mandato “colegial” o “sinodal” (y por tanto proveniente de abajo ). Es evidente que esta autoridad se vuelve autorreferencial e ilimitada, y por tanto esencialmente tiránica.
La afirmación de que la Iglesia debe ser democrática y que los laicos pueden o deben participar en su gobierno es evidentemente una mentira colosal: no sólo porque ello contradice la estructura monárquica que Nuestro Señor le dio al fundarla sobre Pedro, sino también porque detrás de la acción subversiva de sus proponentes se esconde la inconfesable determinación de destruirla, golpeando su corazón, es decir, el Papado.
En la loca ilusión de poder destruir a la Iglesia católica, sus enemigos saben bien que el camino más eficaz no es confiar a una multitud lo que una sola persona puede hacer mejor, sino al contrario poder contar con una autoridad corrupta y pervertida, que abusa del poder del que goza ilegítimamente para imponer a sus súbditos órdenes que son de por sí destructivas.
El primer paso hacia esta autodestrucción de la Iglesia se dio precisamente al inculcar en los fieles un sentimiento de inferioridad respecto de quienes no profesan la Fe, y al convencerlos de que la Fe se opone y está en contradicción con la Ciencia, como si el Señor no fuera el autor de ambas. Se dice, pues, que los fieles son crédulos, soñadores, ilusos que creen en milagros, en la caída del maná en el desierto, en la curación del hombre nacido ciego o cojo, en la multiplicación de los panes y los peces, en la Resurrección de Cristo, y en todos esos dogmas que enseña la Iglesia Católica pero que una mente “moderna” no “oscurecida” por la “superstición papista” sabe que son sólo “metáforas” y elaboraciones de la “comunidad primitiva”. Una comunidad de impostores, en la que la necesidad de dar cuerpo a una institución organizada que pudiera competir con otras religiones supuestamente inventó una serie de mitos, en primer lugar el de la Divinidad de Nuestro Señor. Éste es, en definitiva, el pensamiento del modernismo nacido en el siglo XIX, condenado a principios del siglo XX y que fue penetrando progresivamente en la Iglesia hasta imponerse en ella con el Concilio Vaticano II. La visión cientifista –y no científica– de la religión ha convencido al clero y a los fieles a considerarse inferiores y merecedores, a lo sumo, de una tolerancia mal disimulada, pero ciertamente no autorizados a sostener una Verdad que ahora se considera meramente relativa en lugar de universal. En esencia, el diablo logró primero dar el derecho de ciudadanía al error, y luego negar ese derecho a la Verdad reservando la ciudadanía sólo al error. La coartada inicial de la “libertad para todas las religiones” se ha mostrado como lo que es: una guerra abierta contra la única Verdad de Dios para el triunfo de las múltiples mentiras de Satanás, el príncipe de las mentiras.
Jorge Bergoglio, en continuidad con sus predecesores inmediatos –aunque ciertamente de forma más desarticulada y agresiva– usurpó la autoridad papal para usarla contra su propio fin, pues sólo haciéndose pasar por Papa podía obtener la obediencia inmediata del clero y de los laicos en su plan subversivo. Y son precisamente quienes hoy reconocen a Bergoglio como Papa legítimo, pero se reservan el supuesto derecho a resistirle y desobedecerle en aquellos aspectos que consideran en contradicción con el Papado y la Doctrina Católica, quienes están haciendo humanamente irreversible esta situación, en la que el que se supone es el Vicario de Cristo es en realidad el principal artífice de la disolución del Papado y de la Iglesia Católica. Pienso en mis hermanos Burke, Sarah, Mueller, Schneider… que, desgraciadamente, están haciendo un flaco favor a la Verdad.
Andrea Caldart: Surge una pregunta: ¿dónde “subsiste” la Iglesia católica hoy en día? ¿Cómo puede existir la Iglesia católica sin una cabeza visible?
Carlo Maria Viganò: La Iglesia católica no existe ciertamente en la Iglesia bergogliana, ni tampoco en el conventículo de cardenales y obispos que apoyan al tirano por miedo, timidez, interés, chantaje o aquiescencia. Esto debería bastarnos a todos para comprender, en la perspectiva escatológica del fin de los tiempos y de la persecución final anunciada por las Sagradas Escrituras, la singularidad y la extraordinariedad de lo que está sucediendo en la Iglesia de Cristo. Por eso no es posible evaluar esta crisis según las categorías y normas que la Iglesia se ha dado para los tiempos de relativa normalidad. Así pues, si no podemos separar materialmente la cizaña del buen trigo, al menos podemos distinguir la paja mientras esperamos que vengan los segadores y la arrojen al fuego.
Andrea Caldart: Muchas personas en el mundo han dicho que se han salvado de las vacunaciones forzadas gracias a sus numerosas intervenciones y denuncias de las cosas perversas y malvadas que los gobiernos han hecho y siguen haciendo al servicio de la implementación del Gran Reinicio y el Nuevo Orden Mundial, y al seguir su guía. ¿Qué pueden hacer hoy?
Carlo Maria Viganò: La farsa pandémica, cuyos crímenes y horrores están apareciendo lentamente incluso en los grandes medios de comunicación, ha abierto los ojos de muchas personas intelectualmente honestas, y entre ellas también hay ateos y no católicos. Este despertar de las conciencias es sin duda una oportunidad para acercarse al Señor, cuando comprenden la unidad del plan satánico y antihumano del Gran Reinicio y reconocen en él la acción de una mente diabólica que en la destrucción del hombre busca anular la Creación de Dios y la Redención obrada por Nuestro Señor.
Todos podemos seguir la admonición de San Pedro: Mantengámonos firmes en la fe , sabiendo que nuestros hermanos en todo el mundo sufren lo mismo que nosotros (1 Pe 5,9).
No debemos perder la paz del corazón ni la amistad con Dios ante los acontecimientos que estamos presenciando. Cuanto más poderoso y próximo al triunfo se muestra el enemigo, más próxima está su inexorable derrota a manos del Arcángel Miguel. Se nos pide que permanezcamos fieles, y que lo hagamos con los medios materiales y espirituales que el Señor nos asegura en los momentos de prueba. Organicémonos en pequeñas comunidades, en las que la Misa de siempre sea el corazón palpitante de nuestra acción personal, familiar y social. Protejamos a los niños y jóvenes, educándolos ante todo en el amor de Dios y de la Santísima Virgen. Alentemos a quienes se sienten solos y abandonados, porque la soledad es una de las armas que utiliza el adversario para derribarnos y hacernos caer. Recemos asiduamente el Santo Rosario. Vivamos la caridad fraterna, bajo la mirada de Dios.
Andrea Caldart: Mirando hacia el futuro, ¿cuáles son las prioridades de su misión pastoral y qué mensaje considera esencial transmitir a los fieles en este momento histórico?
Carlo Maria Viganò: La tarea de un Obispo, es decir, de un Sucesor de los Apóstoles, está resumida por San Pablo (2 Tim 4:1-5): Te ruego, delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su aparición y por su reino: predica la palabra, insiste en toda ocasión favorable y desfavorable, convence, reprende, exhorta con toda clase de doctrina y paciencia. Porque llegará un tiempo en que no soportarán más la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, buscarán en gran número maestros según sus propias concupiscencias, y apartarán el oído de la verdad para volverse a las fábulas. Pero sé vigilante en todo, soporta los sufrimientos, cumple la tarea de evangelizador, cumple fielmente tu ministerio . Esto es lo que trato de hacer. Esto es lo que haré hasta mi último aliento. Y ruego fervientemente que otros obispos y sacerdotes hagan lo mismo, delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su aparición y por su reino.
En esta batalla espiritual es indispensable pensar también en el futuro de nuestra sociedad y de la Iglesia. Así, como en los asuntos del mundo muchas personas se organizan en comunidades para atender a las necesidades materiales –por ejemplo, para procurar alimentos sanos o para dar una educación no ideológica a sus hijos–, así también en las cosas espirituales es necesario organizar una resistencia que asegure que haya sacerdotes buenos y santos que sigan celebrando la Misa y los Sacramentos en fidelidad a la Tradición.
La Fundación Exsurge Domine ( aquí ) tiene precisamente como fin principal la promoción y formación de nuevas vocaciones sacerdotales, en fidelidad a la Tradición y a la Liturgia de todos los tiempos, en amor a la Iglesia Católica Romana y al Papado.