Sánchez apunta al Rey
Mayte Alcaraz.- Que la alcaldesa de Catarroja, Lorena Silvent, se hiciera una turné el lunes por determinadas televisiones, todas fans de Pedro Sánchez y poco afectas a la Monarquía, criticando la visita de la Familia Real a esa población por la peregrina razón de que no había avisado a la señora alcaldesa (en su cabeza, porque no la pidió permiso), a unos cuantos nos sirvió para confirmar un secreto a voces: que Moncloa ha dado órdenes muy claras de que se use cualquier hecho, por insignificante que sea, para atacar a Felipe VI. Así, con una mentira por aquí, una manipulación por allá, una exageración por acullá se enhebra una estrategia puesta en marcha por el presidente, enfermo de celos desde que el 3 de noviembre el Rey se portó como tocaba en Paiporta y él se hizo un Puigdemont escondido en un coche. Primero vino la vergonzosa crítica de Albares a la Casa, culpándola de la ausencia de representación de España en la reinauguración de Notre Dame. Y ahora la impúdica queja de una esbirra del jefe.
Ese día de Paiporta, Don Felipe entró en la lista de enemigos de Su Sanchidad, donde están todos los españoles que no son sus ministros, sus 700 asesores, sus tertulianos a sueldo y Ursula von der Leyen. Nunca había sido de su agrado el jefe del Estado, porque sabe que es su contrafigura, la persona que antepone el interés público a cualquier otra pretensión, desde luego a una enfermiza vanidad, como la que él padece. Que Don Felipe se deshaga en cariño con los valencianos y que ellos, republicanos y monárquicos, -no hay más que escuchar las voces de los que graban los vídeos en el mercado de Catarroja- lo sientan como un gesto reconfortante y muestren una adhesión emocional y pública al jefe del Estado es demasiado para Su Persona. Ya se sabe que las comparaciones son odiosas.
Para disgusto de Pedro, es precisamente esta etapa tan desgraciada para España la que ha permitido a la Monarquía mostrar todas sus capacidades institucionales y personales. En medio de la orfandad absoluta que siente la ciudadanía ante la inmoralidad de su Gobierno, es la figura de Don Felipe la que emerge limpia y solvente, conciliadora y cercana. Lo hizo también en un momento de crisis, el 3 de octubre de 2017 ante el golpe de los soberanistas catalanes, demostrando que las Monarquías Parlamentarias se la juegan en momentos difíciles y esta ganó (a pesar del berrinche de los separatistas o precisamente por ello).
Paiporta no ha sido ni será digerido por Sánchez, convertido aquel domingo en un político pusilánime y sin arrestos para enfrentar la ira -justificada ira- de los que le pagan y lo habían perdido todo. Por eso, sus terminales mediáticas actúan como si se hubiera abierto la veda contra La Zarzuela. El Monarca es hoy el único referente moral que tiene España, como ha demostrado la última encuesta del Real Instituto Elcano realizada en diez países de la UE que le sitúa como el líder más valorado de Europa. Y eso no lo perdona una personalidad como la de Sánchez, definida por Rosa Díez como enferma de la triada oscura: narcisismo, maquiavelismo y psicopatía. Un presidente que comenta en privado que «gracias a él», la Monarquía se mantiene en pie en España y sin embargo, y en puridad, es el que más ha hecho para desprestigiarla y despojarla de legitimidad y notoriedad.
Por eso, el énfasis del Rey en su discurso de la pasada Nochebuena en el concepto de «bien común» -hasta siete veces lo mencionó- es lo más parecido al «vade retro» en Moncloa. Que pidiera un «espacio compartido» para el mandato más cainita, sectario y polarizador que ha conocido España era lo más parecido a mentarle un bálsamo reparador contra las heridas a Jack El Destripador. El dirigente político que levantó un muro, enfrentó a los españoles y juega al guerracivilismo solo cabe que arremeta contra quien sí tiene, no solo la potestas, sino la auctoritas para reivindicar un modelo de convivencia que teníamos y que el sanchismo ha destruido. Quiso adelantarse con su aló presidente desde Moncloa y salió fatal parado. Él, como es habitual, trata a la gente como sujetos pueriles, necesitados de su liderazgo; y el Rey, como adultos, como conciudadanos.
El Rey no puede ir más allá. Y menos violar su deber constitucional de neutralidad. Por ello probablemente calla más de lo que le gustaría. Pero la virtualidad de su labor institucional es esa. Requerir, desde su autoridad ética, lo que otros no hacen porque solo se mueven por pulsiones partidistas. Predica en el desierto, es verdad, pero hace lo que debe. Y lo que puede.
Así que más allá de las protestas de manual de las Ione, las Irene o los Rufianes, lo más inquietante es que Sánchez ha dirigido el periscopio hacia Felipe VI. Y con él, todos sus voceros oficiales y mediáticos. Preparémonos para una campaña que intentará derribar en 2025 el último dique, al único servidor público que no está en banderías y que habla desde la ejemplaridad.
P.D.: Y a la alcaldesa socialista de Catarroja le deseo un feliz año. A ver si en 2025 le pide a su jefe, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, que visite de una vez la España arrasada por la dana, en vez de preocuparse de que otros, como los Reyes y sus hijas, mantengan en secreto una visita, precisamente para evitar la parafernalia que acompaña a sus viajes. Eso tan sencillo de entender, parece caro de asimilar para una hija tan obtusa del sanchismo.