De «Felices Fiestas» a «Feliz Navidad»: la batalla contra el wokismo
Gonzalo Cabello de los Cobos.- Se está produciendo un cambio de tendencia. Hemos vivido unos años en los que la dictadura de lo correcto, lo que hoy se conoce como cultura woke, ha tratado de mermar nuestra libertad a base de imposiciones en todas las facetas de nuestra vida. Y ha sido duro, lo reconozco. De hecho, yo personalmente ya había perdido la esperanza de que toda esta locura tuviera un fin que pudiese ver. Pero, afortunadamente, en la era de la información, los cambios sociales son rapidísimos, y lo que antes tardaba décadas en producirse hoy tarda unos pocos años. Y ya está pasando.
La sociedad con un mínimo de cordura ha dicho basta. Y lo curioso es que el origen de este cambio de tendencia no viene de los mayores, sino de los jóvenes. Y tiene sentido. El wokismo programático sabe que, con las personas maduras, con valores y principios bien asentados, es muy difícil trabajar. Por eso, desde un principio, han dedicado todos sus esfuerzos en lavar el cerebro de los más pequeños.
Los sacerdotes del wokismo, perdedores casi todos ellos, han intentado arrastrar a toda una generación a su pozo de miseria tratando de ordenar la vida de las personas a su imagen y semejanza. Durante mucho tiempo nos han dicho que todo lo que conocíamos hasta que ellos llegaron, nuestros salvadores, estaba mal. Ellos nos ayudarían a conocer la luz.
Y por eso, por nuestro bien, intervinieron lo que veíamos en la tele, en el cine, lo que leíamos, lo que hablábamos y, por supuesto, lo que pensábamos. Trataron de cambiar los usos y costumbres de sociedades centenarias apoyando todo su discurso en su supuesta culpa. Era hora de pedir perdón.
Y muchos, muchísimos compraron el relato. Los wokistas se infiltraron en los principales medios de comunicación e instituciones nacionales y supranacionales introduciendo poco a poco sus mensajes perversos y disfrazando sus auténticas intenciones en buenas obras. Se escondían detrás de mensajes e ideas generales y buenas, cambio climático, paz en el mundo, lucha contra la pobreza, para moldear a la sociedad con sus miedos e inseguridades.
Defendían, por ejemplo, la libertad de la comunidad homosexual, y utilizando esa idea generalmente aceptada aprovechaban para introducir un catálogo completo y detallado de moralidad woke que todos debíamos cumplir a riesgo de ser proscritos. En un momento dado nadie podía defender una idea a no ser que lo hiciera exactamente tal y como ellos decían, sin saltarte una sola coma. Lo contrario era la picota. Hay muchos cadáveres públicos que lo demuestran.
Ejemplos de propaganda hay infinitos. Un universo woke construido para mermar nuestra capacidad de reacción y hacernos sentir culpables. No hay más que ver Netflix para darte cuenta de ello. Fíjense en todas sus últimas producciones. Todas las parejas que salen en las películas y series son mixtas. La unión de dos personas heterosexuales de raza blanca ya no existe. Según este tipo de plataformas esos matrimonios han sido abducidos por el sumidero de la historia.
También nos han intentado convencer de que lo malo es bueno y de que lo absurdo tiene el mayor de los sentidos. Para los wokistas, por ejemplo, ser hombre, blanco y heterosexual es el culmen de todo lo malo que existe en las sociedades occidentales. Todavía hoy me pregunto qué es lo que hemos hecho mal. Pero hay mucho más. También nos han dicho que ser obeso es simplemente «otra opción de vida». Y cuando un médico los contradice, y explica que la obesidad conlleva serios peligros para la salud, inmediatamente lo tachan de «gordófobo» y fascista normativo.
O, por ejemplo, cuando alguien levanta la mano y dice que no es normal ni justo que en la categoría femenina de boxeo un hombre que ha decidido ser mujer le destroce la cara a bofetones a una mujer biológica, enseguida salen todos los apóstoles de «la verdad» criticando su intolerancia con el colectivo transexual.
Un buen ejemplo es J.K. Rowling. La escritora de Harry Potter se ha convertido en la enemiga pública de la cultura woke por decir en público lo que el sentido común nos chilla desde el interior de nuestras cabezas. Ella sí es feminista de toda la vida y, claro, con todo esta demencia ve en peligro la lucha histórica que todas las mujeres han tenido para conseguir una posición que sin duda siempre han merecido.
Lo bueno que tiene todo esto es que cada vez más gente se está rebelando. Nadie quiere vivir en una sociedad artificial en la que lo que pasa de verdad no tiene nada que ver con lo que constantemente te dicen que tendría que pasar. Y el movimiento antiwoke está creciendo de forma exponencial.
Estos días lo he visto claramente con algo tan sencillo como la felicitación de Navidad. Durante muchos años los cristianos se han tenido que esconder tras el «felices fiestas» para no herir las sensibilidad de los demás. Una incoherencia si tenemos en cuenta el énfasis con el que las grandes corporaciones e instituciones celebran, por ejemplo, el orgullo o el fin del Ramadán. Pero ya han dicho basta.
Es triste, pero hoy decir feliz Navidad es casi una declaración de intenciones. Y cada vez más gente lo dice con orgullo. El tiempo de esconderse por lo que piensas está llegando a su fin. El mundo está cambiando y ellos lo saben.
Todos tenemos un papel relevante en el fin de esta locura. Callarse no es una opción. Si queremos que esto termine cuanto antes tenemos que hacer una oposición firme a las estupideces y no dejarnos engañar por las supuestas buenas intenciones de personas que lo único que quieren es que, como ellos, perdamos.
Feliz Navidad.
*Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista