Ahora, Franco
José Lugo.- Pedro Sánchez es un prestidigitador nato que utiliza la magia para mantener su chiringuito profesional. No lo frena ni la destrucción del PSOE como partido político con opciones de gobernar fuera de los límites de la Moncloa. “El partido soy yo”, debe pensar cuando acaricia el lomo de sus camaradas, sumisos gatitos adiestrados que comen de su mano gracias a nuestros impuestos. Ya digo, cortinas de humo, movimientos digitales rápidos, cubiletes; nada por aquí, nada por allí. Él, que iba a poner a Puigdemont ante la Justicia, sólo tuvo que cambiar de opinión para amnistiar al Procés en su totalidad.
Conocen todos los capítulos de la saga, no se los voy a repetir. Así que para 2025, prepárense para la última maniobra de distracción. Es cierto que no tiene originalidad alguna, que es muy chusca, que no se le ha ocurrido otra gracia.
Ahora toca la muerte de Franco, como si no nos hubiéramos enterado. Franco, por cierto, murió por la complicación de una flebitis en la cama de un hospital, lo cuál no le otorga mérito alguno al PSOE. Al menos en eso, no hay nada que celebrar, digo yo, pues hasta Alfonso Guerra reconoce que la Transición arrancó en julio de 1974 con el trombo en la pierna del general. No por la presión de la oposición democrática, cuyos cuadros cabían en un SEAT 1500. Tampoco tengo ninguna nostalgia del franquismo porque no se puede añorar lo no vivido, por lo tanto no sé qué pretende celebrar este presidente que nos toca volviendo la vista al gris 1975, a no ser que en un alarde de personalismo intente hacernos tragar a los españoles que de la muerte de Franco a la moción de Rajoy no ha sucedido nada en este país. Algo así como cuando Fernando VII volvió a Valencia: “Aquí no ha pasado nada”. Lo que le faltaba a Sánchez era igualarse en la historia y en lo universal con Franco, lo único que le faltaba, lo único que nos quedaba por ver.