Discoteca marroquí sin mariquitas
Antonio R. Naranjo.- Una discoteca de Torremolinos se ha hecho tristemente célebre por aplicar el derecho de admisión a «maricones», según el elocuente cartel que también incluye a consumidores de drogas y portadores de chanclas o gorras. La peculiaridad del caso es que el antro se presenta como un «club marroquí de lujo», lo que explica las rigurosas normas: en Marruecos la homosexualidad es un delito, castigado con hasta tres años de cárcel, y toda una vida de vejaciones, insultos y marginación.
La identidad racial de los propietarios explica la nula reacción de quienes, por bastante menos, han convocado en el pasado comisiones parlamentarias, como aquella vez de Marlaska por el ínclito «bulo del culo»: un tipo se inventó que una manada le había marcado los glúteos con una navaja, aunque en realidad era una coartada falsa para esconderle a su novio una infidelidad.
Esta vez nada han dicho, pues el delito o el abuso desaparecen cuando sus autores son de fuera y vienen de «culturas» que sí explican sus fobias, con la misma rapidez con que se cargan, a modo de causa general, contra todos los del mismo sexo si su único autor es blanco, heterosexual, católico y por ello abrumadoramente inofensivo.
Solo ha habido una excepción en ese silencio sepulcral, el mismo que intenta esconder la evidente relación entre la delincuencia sexual y la inmigración procedente de países donde humillar a la mujer o perseguir al gay sí son un derecho masculino, cuando no una obligación.
Y ese verso suelto ha sido Ana Redondo, la flamígera llama que ilumina a España desde el Ministerio de Igualdad: la culpa, según la sucesora de la gran Irene Montero, es de la «ultraderecha», pues es ella quien inspira con sus discursos esos comportamientos.
Cabría preguntarse, ya de entrada, qué está pasando en España para que el asentamiento de miles de marroquíes no comporte la asunción de valores que, más allá de confesiones, son genuinamente democráticos y, por tanto, innegociables.
Y también cuestionarse cómo es posible que la alfombra roja en España se convierta, a la inversa, en una valla electrificada: ni abriendo las fronteras a chusma como la de la discoteca homófoba o las reiteradas manadas de joveznos marroquíes violadores como la de Alicante, y ni siquiera regalándoles el Sáhara por cortesía de Sánchez, logramos a cambio que un mísero camión de Melilla pueda cruzar la aduana comercial de Marruecos, cerrada desde hace seis años pese a que nuestro insigne presidente lleva a cuatro patas, y mirando a Rabat, desde que Pegasus le espió el teléfono.
Pero si la falta de correspondencia es escalofriante y avala las peores sospechas sobre la existencia de un chantaje al líder socialista que él abona con intereses nacionales (como con Puigdemont o Bildu), la adjudicación a la «derecha» del odio a los «maricones» en el club obliga a una precisión añadida.
Ha sido la extrema izquierda, que es la gobernante en España, la que tradicionalmente ha considerado a los gais unos enfermos o unos delincuentes, merecedores de terapias de reprogramación o de castigo: Guevara, Stalin, Castro o hasta Salvador Allende, en cuyo mandato se llegó a calificar de «yeguas sueltas» o «locas perdidas» a quienes amaban a alguien de su propio género.
La cortina que imponen para tapar existencia de una causa fundamentalista en una consecuencia delictiva es indecorosa y suicida, pues abona la impunidad de quienes no deberían estar en nosotros sin, ellos sí, ser primero desasnados. Y la adjudicación de la inspiración intelectual de la homofobia a liberales y conservadores, que ahora son para esta tropa todos fascistas, simplemente es una falsedad.
Ernesto Che Guevara, que ahora aparece en muchas camisetas en las marchas del Orgullo, abrió campos de concentración para «maricones». Y su amigo y promotor, Fidel Castro, era bien explícito al respecto: «Nunca hemos creído que un homosexual pueda personificar las condiciones y requisitos de conducta que nos permita considerarlo un verdadero revolucionario, un verdadero comunista. Una desviación de esa naturaleza choca con el concepto que tenemos de lo que debe ser un militante comunista».
Circulen, pues.
Ya que los zurdos no quieren saber nada de la Biblia, si Dios se vale de los musulmanes para que abran los ojos, pues bienvenidos sean.