Feijóo y la batalla de las ideas
Juan Van-Halen.- Comparto con Luis Ventoso, entre tantas cosas, una afirmación de su columna del pasado sábado, valiosa como todas las suyas: «La derecha se lleva mejor con la libertad que la izquierda». Así se entiende que la izquierda acepte, sumisa, los dogmas. «En sus filas no se admite la crítica», escribe Ventoso con razón. Desde la libertad que caracteriza a la derecha es comprensible la autocrítica, incluso a menudo exagerada. En esa actitud contestataria con lo propio la derecha es como es y ha sido siempre. La izquierda, y concretamente el socialismo, ha olvidado los errores en su casi siglo y medio de existencia, a veces gravísimos y con tremendas consecuencias históricas, mientras la derecha se ha dejado llevar por extraños complejos asumiendo errores inexistentes.
La izquierda ha olvidado, y no son temas menores, la revolución de 1934 en Asturias, el asesinato planificado de Calvo Sotelo por fuerzas de seguridad del Estado, o la guerra civil anunciada y deseada por Largo Caballero. Por no llegar más atrás, como la amenaza de Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados -1910- de atentar contra Maura que dos semanas después se consumó. Parece que a la izquierda se le perdona todo. Y así desembocamos en la ley de Memoria Democrática, por la que asesinos de la guerra civil son considerados héroes. Después llegaron los indultos y la inconstitucional amnistía que convirtió en patriotas independentistas a los responsables de un intento de golpe de Estado.
La derecha es distinta. Trato desde hace muchos años a Feijóo, y desde antes a Rajoy, y ello no me impide discrepar de algunas de sus decisiones, reconociendo sus aciertos. Rajoy, con una experiencia incomparable de Gobierno, salvó la economía cuando ya se anunciaban los «hombre de negro» que Zapatero había propiciado con su caótica política económica. Zapatero nos vendió como champions league lo que para Sánchez es un cohete. Recibiendo unas cuentas maquilladas en el traspaso de poderes, Rajoy se empleó en lo más urgente y no atendió ciertos aspectos políticos. Pero no olvidemos la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Feijóo tiene detrás una trayectoria de gestión que no tenía Sánchez cuando llegó, y recibe a veces críticas injustas. Se le pide más y me sumo a ese coro acaso errado. Pero el futuro está por llegar: su acceso al Gobierno que tantos deseamos. Las trampas a que nos tiene acostumbrados Sánchez no abonan mi optimismo.
El reto de Feijóo es afrontar, y hacerlo con tino, la batalla cultural, de las ideas. Un vuelco a la política española. Trump firmó decenas de órdenes ejecutivas nada más llegar a la presidencia. Se trataba de desmontar la etapa de Biden que, según Mike Johnson, presidente de la Cámara de Representantes, llevaba tiempo sin enterarse de nada, y llegó a asegurarle desconocer una orden ejecutiva que había firmado. Gobernaban por él. Sánchez, al contrario, gobierna por todos. Él es todo su Gobierno, las instituciones fagocitadas, las empresas ocupadas, la televisión pública servil, los medios dóciles, los sindicatos comprados, y más. Feijóo ha repetido que tumbará la herencia envenenada del sanchismo. Lo esperan más de la mitad de los españoles. Son los del otro lado del muro alzado por Sánchez. Y muchos más.
Es cierto que existe inquietud porque, por ejemplo, ni Rajoy derogó la ley de Memoria Histórica de Zapatero, pese a su anuncio –formé parte de la ponencia del Senado y fui testigo de excepción– ni en autonomías que gobierna el PP se han derogado leyes similares. Es hora de no defraudar. Un paso más de la batalla cultural, de las ideas, que se debe plantear y ganar. Hay que seguir a Lakoff y a Norberg. No plegarse al relato del adversario, desde el protagonismo del relato propio. Y no olvidar que la izquierda radical fabrica pobres. Venezuela era una nación próspera y ahora es una sima de pobreza mientras sus dirigentes se enriquecen. Por no hablar del endémico caso de Cuba.
Tras la experiencia socialista, con aceleración radical y riesgos evidentes durante el sanchismo, España merece despertar. Una salida de tintes socialdemócratas no sería solución. Como tratar una enfermedad grave con cataplasmas. Los dirigentes han de saber lo que quieren y están dispuestos a hacer. En la realidad que vivimos, con una UE decadente y confusa que ya no sabe si mirar a China o a Rusia, dos dictaduras, porque desconfía de Estados Unidos, la gran democracia del mundo, si no se tiene claro qué camino seguir, la próxima sorpresa podría ser no el regreso de la izquierda, que sería aún más destructora y vengativa, sino el fortalecimiento de un radicalismo de signo contrario. Todo dependerá del cambio que esté dispuesto a afrontar quien suceda a Sánchez. Y, según expectativas y encuestas, esa responsabilidad recaerá en Feijóo. De ahí que, de existir, no se entenderían los titubeos o un mero sentarse a esperar.
En paralelo, Feijóo debería plantearse su futuro equipo de pensamiento. A mi juicio ha habido algunos fiascos. Apostar a tope por Kamala Harris era innecesario; considerar a Trump el macho alfa de una manada de gorilas no sumaba sino lo contrario; atacar a Milei defendiendo a Begoña Gómez era prescindible; pedir que la Iglesia Católica ordene obispos a mujeres suponía una ocurrencia en terreno impropio. Los votantes de derecha, a diferencia de los de izquierda, no lo asumen todo.
Sánchez no cree en nada salvo en sí mismo. Como en el viejo cuento, adora los espejos. Lo último, el empecinamiento en engañarnos con un decreto ómnibus de mezcolanza impresentable. Es el campeón de los decretos; lleva más que ningún otro presidente; llegan al centenar y medio. Su sucesor deberá afronta el compromiso de derogar el sanchismo en su conjunto. Ha dañado gravemente a España. Amén.