Lecciones desde Alemania
La rotunda victoria de la CDU en Alemania acaba con el último gran Gobierno socialdemócrata de Europa, con la excepción de España, aunque el PSOE se alejó hace tiempo de la moderación para adentrarse en un radicalismo ideológico rayano con lo antisistema.
El éxito de la CDU no esconde el avance de Alternativa por Alemania, una derecha radical sin duda a la que el calificativo de «nazi» obedece más a la demagogia que a sus propuestas, que ha superado el 20 por ciento de los votos y es la segunda fuerza política de uno de los dos grandes motores europeos, junto a Francia.
La combinación de ambos resultados daría para conformar un Gobierno sólido, de no ser por la legítima preocupación que suscita una parte de los discursos extremistas de AfD, más radicales que los de otras formaciones europeas también caracterizadas por rebasar las fronteras tradicionales de la política europea.
La resistencia a ese tipo de acuerdos debe nacer, en el caso de los partidos conservadores y liberales clásicos, a la imposibilidad de asumir una parte del credo de sus potenciales aliados, pero no a la asunción de «cordones sanitarios» interesados como el que Sánchez pretende imponer burdamente en España, mientras recrea alianzas indignas con partidos agresivos contra la propia idea de España.
Los populares europeos deben explicar claramente qué les separa de esas nuevas formaciones, e invitarlas a experimentar un viaje sensato sin renunciar a sus objetivos más presentables: Georgia Meloni es un espléndido ejemplo de que eso es posible y bueno para Italia y Europa.
Mientras eso llega, y para eso han de hacer un esfuerzo partidos ubicados tanto en la esfera del PP cuanto en la de Vox, la socialdemocracia tiene una obligación que sí asume en Alemania pero ignora en España: facilitar que prospere un Gobierno encabezado por el partido más votado para «salvar» a su país de recetas extremistas.
Sin necesidad de suscribir el relato de que la nueva derecha es fascista, un análisis interesado y absurdo, no tiene sentido insistir en alentar ese peligro y luego negarse a ayudar a frenarlo como parece estar dispuesto a hacer el socialismo alemán, avalando la investidura como canciller de Merz.
Eso es lo que debería haber hecho Sánchez con Feijóo, por ser consecuente, pero hizo lo contrario: negarse a pactar con el PP, negarle su derecho a entenderse con Vox y, a la vez, legitimar acuerdos infames con Bildu, ERC, Junts y las distintas marcas del chavismo en España.
No es Feijóo quien tiene que aplicar un veto preventivo a Vox, sino el PSOE quien debe renunciar a gobernar a cualquier precio, por la codicia de un dirigente perdedor que intenta perpetuarse en el poder con trampas y trucos de mal pagador.
Más allá de la redefinición política de Alemania, está también en marcha la de Europa y la del mundo, con Donald Trump y los Estados Unidos como grandes agitadores geopolíticos.
Ante eso, sobran las caricaturas y se impone la alta política, capaz de entender el descontento de millones de ciudadanos, cansados de ser fiscalmente ordeñados y luego olvidados en muchos de sus problemas cotidianos, sustituidos por mantras ideológicos intervencionistas y asfixiantes.
No comprender que todo eso exige una respuesta y no un zafio desprecio a quienes sí lo han puesto a la cabeza de sus prioridades, sería un error histórico. Porque son los ciudadanos quienes piden cambios y exigen soluciones. Y o se las dan unos, o lo harán otros.