Las dos danas del PP: salvar al PP y salvar a Mazón ahora ya representa un oxímoron
Hay dos danas. Una, la que el 29O causó una devastación y una tragedia sin precedentes. Otra, la que empezó a gestarse en medio de una terrible mezcla de frivolidad e incompetencia, de irresponsabilidad en definitiva, al menos desde un día antes, cuando a pesar de los preocupantes avisos de lluvias torrenciales que ya había sobre la mesa el Gobierno que preside Carlos Mazón no adoptó ninguna medida extraordinaria. Que tomó cuerpo en la tarde de la jornada fatídica, cuando el operativo de Emergencias dependiente del Ejecutivo autonómico permaneció paralizado mientras los ciudadanos se ahogaban. Y que ha seguido descargando con intensidad creciente sobre el Palau mes tras mes, y ya van cuatro, hasta anegarlo.
La primera dana causó 224 muertes reales, desoladoras, y aún hay tres desaparecidos. Los testimonios de los familiares de las víctimas, recogidos por la Guardia Civil, son desgarradores.
La segunda, la que cae sobre la Generalitat, ha dejado tras de sí varios defenestrados (dos conselleras, un secretario autonómico…) y un cadáver, en este caso político, esperando sepultura: el del president Mazón, al que ahora el juzgado que instruye el caso le está practicando la autopsia, usando los autos con la precisión de un bisturí. Algunas de las muertes dolorosamente físicas del 29O (cuántas no es lo relevante, porque una sola vida salvada ya habría sido importante) hubieran podido evitarse si el responsable de movilizarse para prevenir y proteger a la población, que era el Consell, hubiera reaccionado a tiempo. La muerte política del president Mazón, por el contrario, era un hecho inexorable desde el momento en que se supo que ese día no estaba en el único sitio donde debía estar. El drama reside en que, mientras esta segunda DANA, la de Mazón, no escampe de la única manera que ya puede hacerlo, con su salida de la presidencia, los ciudadanos de la Comunitat Valenciana no podrán empezar a superar la primera, la que tantas historias personales quebró para siempre.
La cuestión que de forma recurrente han estado planteando en privado políticos y empresarios, pero sobre todo los propios dirigentes del PP de fuera y de dentro de la Comunitat, desde que sucedió la Gran Riada, ha cambiado en los últimos días. Antes, la pregunta era «¿tú crees que aguantará?». Ahora quieren saber, sobre todo sus conmilitones, cuándo será el funeral y si el deceso se presentará al público como una ejecución o, por el contrario, se intentará que parezca un accidente. Ya nadie duda de cuál será el final, sino sólo del cuándo y del cómo. El president está solo. Tan solo como lo dejaron el lunes de esta semana en el desayuno que protagonizó en Madrid para volver a equivocarse. Tan solo como a la entrada de la asamblea que el miércoles celebró el lobby empresarial AVE, donde el recibimiento fue más que discreto. Que en cada paso le rodee su guardia de corps no quiere decir que esté acompañado: a estas alturas, más bien parece un cortejo fúnebre.
El mayor error de Mazón
No crean ni por un momento que me satisface escribir esto. Antes al contrario, lo siento por la persona pero también por lo que representa el presidente de todos los valencianos. Pero el que fue síndico portavoz del PSPV cuando los socialistas perdieron por primera vez el poder a manos de Eduardo Zaplana, el añorado Antonio Moreno, me dijo en una ocasión una frase que he recordado varias veces pero no me importa escribir de nuevo y que siempre he tenido presente: «La política es dura porque la vida lo es; quien quiera solidaridad, que se apunte a una ONG en vez de a un partido». Más allá de los hechos «fácticos», por utilizar el mismo adjetivo que él ha empezado a usar, no entender eso ha sido el principal error de la estrategia de Mazón en estos meses.
Pretender usurpar el relato de las víctimas, equiparándose de algún modo a ellas, hasta llegar al disparate de presentarse en Madrid como un «daño colateral» sólo ha conseguido acrecentar la indignación social contra él y disparar todas las alarmas en su partido. Que el president no haya sido capaz de admitir todavía que aquí sólo hay dos categorías, la de las verdaderas víctimas, que son las que sufrieron directamente la catástrofe, y la del resto de ciudadanos de la Comunitat, que desde aquel día también padecen sus efectos y que son los auténticos «daños colaterales»; que no entienda que él no entra en ninguna de las dos categorías, sino que está entre la de los responsables, sólo es un indicador de que esa muerte política de la que hablamos no es una metáfora. La altanería con la que además se pronuncia no ayuda a recabar esa solidaridad que incomprensiblemente busca, sino que contribuye a soliviantar más aún a todo el que le escucha y a desconcertar cada vez más a quienes le son más cercanos.
Feijóo lleva desde el 29O haciendo de Rajoy, esperando que los acontecimientos actúen por él. Contra lo que pudiera parecer, sí hay una línea de pensamiento nítida por parte del líder nacional del PP respecto a Mazón. Una línea de absoluto desapego y de evidente censura. El presidente popular empezó reprochando a Pedro Sánchez que no hubiera declarado la emergencia nacional. Eso, dicho no por un político amamantado en la M30, sino por quien presidió durante más de una década una de las comunidades históricas de este país, sólo podía leerse como una ratificación de facto de la incapacidad de Mazón. Luego, fio la continuidad del jefe del Consell a un examen, que era el de la reconstrucción, sin especificar ni cuándo se revisaría ni quién iba a ser el evaluador, lo que le dejaba en el aire. Tras eso, le definió como un hombre «noqueado», que es el peor calificativo que se puede aplicar a un gestor público.
Y finalmente ha dicho que el PP tomará la decisión sobre Mazón cuando corresponda, porque «lo que le interesa es gobernar». Obviando lo censurable que en boca de un dirigente de su nivel resulta el final de la frase, que pone el interés partidista por encima del general, en el argot político decir que se tomará una decisión «cuando corresponda» significa que ya está tomada pero se busca el momento de ejecutarla. Requiescat in pace.
Contra lo que también se está afirmando, no es ahora cuando Mazón ha optado por defenderse personalmente de posibles consecuencias judiciales y abandonar el discurso político pendiente de lo que los jueces y fiscales puedan hacer con él. Esa fue su preocupación desde el principio. Sólo desde el temor a poder sentarse en el banquillo puede entenderse su intervención ante las Corts del pasado 15 de noviembre, en la que ni pidió perdón ni asumió responsabilidades y que, como ya se señaló entonces, no fue ultimada por un equipo de asesores políticos sino por un bufete con arraigo en Madrid y València. Feijóo lo sabe y sabe cuál es el final: salvar al PP y salvar a Mazón nunca fueron lo mismo y ahora ya representa un oxímoron. Pero hasta aquí ha sido insolvente a la hora de encontrar una vía para forzar a Mazón a renunciar sin perder la Generalitat (para investir otro presidente al PP le faltan diez escaños que sólo Vox le podría prestar, pero las concesiones serían tantas que Feijóo teme volver a enterrar su futuro y el del PP con ese pacto), ni poner en peligro el gobierno del tercer ayuntamiento de España, el de València, si se empeñaran en que fuera la actual alcaldesa, que tampoco tiene mayoría absoluta, la que relevara a Mazón.
En ese escenario, es a Juan Francisco Pérez Llorca, alcalde de Finestrat, secretario general del PP y síndico portavoz en las Corts al que se le está poniendo cara de José Luis Olivas, que aunque nadie lo recuerde fue presidente por accidente. Pérez Llorca, que ha estado apartado estas semanas por problemas de salud, tiene a su favor que conoce mejor que nadie el partido, de Vinaroz a Pilar de la Horadada, es un buen negociador y tiene línea abierta con todo el mundo, pero sobre todo con Vox. Y en su contra, que es alicantino, lo que en estos momentos, de forma tan irracional como real, cotiza a la baja.
En todo caso, Feijóo se está quedando sin tiempo. Los suyos le pasarán factura si pierde la Comunitat Valenciana en unas inciertas elecciones anticipadas, pero más aún si se muestra incapaz otra vez de ganar España. Y Mazón se ha convertido en una maldición en ambos casos. Ya le hizo, según él, perder unas elecciones que veía ganadas. Pero lo que debería pensar alguien que quiere presidir este país no es en el rédito electoral que sus decisiones comporten, sino en que los ciudadanos no pueden pagar ni un día más su indecisión. Porque entonces el incapaz no será Mazón, será Feijóo. ¿No dice el refranero que mejor una vez rojo que ciento colorado? Pues ya está tardando.