Eludir el Parlamento como fraude a la ley
Fue Pedro Sánchez y no otro presidente de la historia de la democracia española o de sus homólogos en Occidente el que dijo aquello de que avanzará «con determinación, con o sin apoyo de la oposición, con o sin concurso del poder Legislativo». Sus palabras retumbaron en las bóvedas liberales con estruendo. Pero tampoco es que el presidente se despachara con retórica sobre una conducta que no hubiera anticipado con sus actos.
En este tiempo de desmemoria y mentira, de inanidad e inmoralidad, hay que recordar el cierre de facto del Parlamento durante la pandemia, en una decisión contraria a la Constitución, como el aviso a navegantes sobre las convicciones reales del inquilino de La Moncloa. Desde entonces, la degradación del estado de derecho ha sido la tónica con la neutralización del Congreso como poder del Estado, además del boicot del presidente al Senado en un acto continuado de incumplimiento de deberes y obligaciones que en cualquier democracia plena acarrearía consecuencias para el servidor público declarado en rebeldía.
Ahora, Pedro Sánchez anda pergeñando un relato, porque la decisión ya está tomada, para esquivar el mal trago de someter a la voluntad de los diputados la nueva política de Defensa en ciernes, que acarreará un prolongado e intenso impacto presupuestario, a sabiendas de que no cuenta con los apoyos precisos ante el plante de sus pacifistas socios. Es una escena que se está repitiendo hasta la extenuación y que al presidente irrita profundamente.
Las derrotas en el hemiciclo le hablan de su debilidad parlamentaria y de su incapacidad para dirigir la nación, pero sobre todo de su derrota en las urnas. Así que, tras el paripé de la ronda de contactos en Moncloa del jueves, en el enésimo de acto de abuso de poder de un mandatario que escapa del Congreso llevándose el Congreso a su sala de estar, Sánchez quiere cumplir a su manera con los compromisos europeos de rearme y seguridad sin daños colaterales en el electorado y en la mayoría de investidura orillando el papel de las Cortes Generales y trampeando el esfuerzo económico.
El orfeón monclovita lo justificó ayer con Aznar, que nos metió en la guerra de Irak sin permiso parlamentario, en otra entrega de desinformación marca de la casa. Sánchez lo tiene complicado, pero factible, con sus socios interiores; mucho más con las cancillerías, menos aún tras el histórico pacto en Alemania para el rearme. Hay una nueva doctrina de Defensa que se está fraguando, con renovados desafíos y sacrificios, especialmente presupuestarios de larga duración, que exigen la autorización de las Cortes Generales, como mandata la norma de Defensa Nacional y la Constitución.
Esquivar el Congreso en asuntos capitales es cometer fraude de ley y la oposición debe exigir responsabilidades. Pediríamos al presidente sentido de estado y altura de miras para alinearnos con los aliados, pero ya no aguardamos dignidad alguna.