Las estrofas 699 y 937 del Libro de buen amor. Las viejas troyas
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- En este trabajo nos ocuparemos de estudiar una palabra que el Arcipreste utiliza en dos estrofas muy similares -sus dos últimos versos son idénticos- para designar despectivamente a una alcahueta a cuyo servicio habría recurrido: troya. No pretendemos esta vez reconstruir un arquetipo perdido ni proponer un nuevo significado que no haya sido ya propuesto: el artículo publicado en 2007 por J. Casas Rigall, «Non ay tales maestras como estas viejas troyas» (Libro de Buen Amor, 699c y 937c), ya aportó la acepción que considero correcta: se trata del nombre de una máquina bélica de asedio. En nuestro trabajo, que se adhiere a esa tesis con más firmeza que la del autor que la propone, discreparemos de algunas de sus conclusiones y mostraremos nuevas fuentes primarias que documentan dicho artefacto en la cuentas de castellanías del condado de Saboya de la primera mitad del Siglo XIV. Ello nos permitirá situar al Arcipreste en aquellas tierras (que hoy pertenecen a Francia) en algún momento de su afanosa vida, lugares donde debió de escuchar una palabra de uso muy común allí debido a las frecuentes guerras que enfrentaron a la casa de Saboya con el Delfinado con el que colindaba al sur de su territorio.
Reseñamos ambas estrofas según la edición de Blecua (1998):
Era vieja buhona d’estas que venden joyas: 699
éstas echan el laço, éstas cavan las foyas;
non ay tales maestras como estas viejas troyas,
éstas dan la maçada: si as orejas, oyas.
Fízose corredera, de las que venden joyas; 937
ya vos dixe que éstas paran cavas e foyas;
non ay tales maestras como estas viejas troyas;
éstas dan la maçada: si as orejas, oyas.
La primera de ellas aparece recogida en los manuscritos G y S con diferencias poco significativas. La segunda solo en este último. Como vemos, en el primer verso de cada una el Arcipreste se refiere a la alcahueta por su labor más conocida de buhonera o pequeña vendedora ambulante de joyas, cosméticos, bebedizos, amuletos, hilaturas y baratijas. Pero a partir del segundo comienza una serie de metáforas en las que compara las habilidades de estas mujeres con términos extraídos del campo semántico bélico. Los guerreros medievales, cuando asediaban recintos fortificados, echaban cuerdas (laços) sobre sus almenas para escalarlas, cavaban fosas (hoyas/foyas) al pie de sus murallas para intentar traspasarlas y también, ayudados por enormes catapultas de diversos tipos -como las troyas- arrojaban piedras contra sus muros o contra los tejados de sus edificaciones internas para derribarlos, como si los golpearan con enormes mazos (dan la maçada). No es preciso recurrir al campo semántico de la cinegética para entender las metáforas del segundo verso en la primera estrofa, aunque también los cazadores echan el lazo a sus presas o cavan fosas para hacerlas caer en ellas: la imponente presencia de la palabra troyas como calificativo sumamente despectivo de las alcahuetas debe absorber en su propio campo semántico a todas las expresiones secundarias de cada estrofa. En cualquier caso, sabemos muy poco acerca de esas armas de asedio: no existen planos, dibujos ni descripciones técnicas en las fuentes de la época. Más tarde ilustraremos al lector con algunas nociones básicas de poliorcética medieval e indagaremos en sus fuentes; pero ahora vamos a hacer un repaso histórico sobre las teorías propuestas por los distintos editores y críticos que comentaron estas estrofas tratando de descifrar su enigma oculto.
La edición de T. Sánchez (1790) indicaba en sus notas finales que troya podía ser, acaso, ‘troxa’, es decir, «la alforja o mochila en que se lleva la comida» mencionada en la estrofa 685 (actual 710) y que solo recoge el ms. S -el menos fiable-, ya que el ms. G la sustituye por siella (silla): «que no hay mula de albarda que la troxa non consienta» (v. 710d) . Pero tal hipótesis carece de lógica, al no encajar esta acepción en el contexto de las estrofas que estudiamos. Janer (1864), habitual y mudo seguidor de la versión de Sánchez, se desmarca esta vez de su modelo y sustituye en la citada estrofa troxa por troya, dando a entender que, en cualquier caso, la interpretación de Sánchez era correcta.
Ducamin (1901) nada comenta pero vuelve a restituir la palabra troxa al citado verso, que en su edición -fiel al ms. S- se corresponde con su estrofa 711.
Cejador (1913) entiende que troya alude a la famosa ciudad anatolia cuya mítica destrucción por el griego Agamenón cantó Homero en la Ilíada. Extracto sus comentarios al respecto: «Entiendo que compara a esta vieja con la ciudad de Troya, como símbolo de guerra y destrucción, pues por eso añade que dan la mazada acabando la cosa; con ellas puede decirse: ¡Aquí fué Troya! Y esto lo pone aquí el Arcipreste de su cosecha, añadiendo: ¡Mucho ojo, niñas, con las tales! […]».
J. M. Aguado, en su Glosario sobre Juan Ruiz (1929) aporta un matiz en su entrada ‘Troya’. Tras referirse a ella como ciudad y mencionar el Libro de Alexandre como una de las fuentes en las que pudo basarse el Arcipreste, aporta un nuevo matiz derivado de «la antigüedad de esos hechos»: significaría ‘cosa vieja’. Pero en tal caso la expresión viejas troyas contendría una redundancia innecesaria. En cualquier caso, también parece que acomoda ese significado al sintagma Chata troya que se lee -supuestamente- en el verso 972b del ms. G en referencia al nombre de una serrana con la que el Arcipreste dice haber tenido una desafortunada aventura. Pero esta lectura debe ser refutada tras el trabajo de investigación que publiqué en 2024 sobre la reconstrucción del arquetipo de las estrofas 972 y 973 , en el que creo haber demostrado más allá de toda duda razonable, con un análisis directo de las imágenes de los tres manuscritos (G, S y T) que la supuesta palabra troya del ms. G (que en el ms. S es sustituida por novia) no era más que el resultado de una burda falsificación por parte de un copista que, no entendiendo el texto de las estrofas que tenía que transcribir, decidió manipularlo escribiendo en su lugar las palabras o meros garabatos que le venían a la mente con tal de no dejar lagunas en su trabajo, para desesperación de la futura comunidad filológica mundial. Vamos a ver la estrofa 972 tal cual la recoge Blecua (que en realidad es un híbrido de ambos manuscritos) y su reconstrucción, que no es exactamente la misma que propuse en mi referido artículo en lo que respecta al segundo hemistiquio de su primer verso, pues un estudio más reflexivo del mismo y la aplicación del principio de mínima intervención, me han convencido de la necesidad de hacer una pequeña rectificación.
Aquí la versión de Blecua:
Después d’esta ventura fuime para Segovia,
non a comprar las joyas para la chata troya:
fui ver una costilla de la serpiente groya,
que mató al viejo Rando, según dize en Moya.
Y aquí mi reconstrucción actual:
Después de esta aventura fuime pero so capa
que iba a comprar las joyas para la chata guapa:
huí por una estrella a la siguiente etapa,
que marca el viaje raudo según dice un mapa.
La modificación disparatada del texto original tendría como origen -como explicaba en mi referido artículo- una mala lectura del primer hemistiquio del primer verso de la estrofa siguiente. El copista habría transcrito: «Estando en esa çibdat […]» en vez de «Estando en neçesidat […]». Y al encontrarse con la referencia a una ciudad, la expresión «so capa» de la estrofa anterior se transformó en «Segovia», obligando a su vez al copista a modificar el resto de las terminaciones de los demás versos (aparte de casi todas las demás palabras) para que rimasen entre sí de acuerdo con los cánones requeridos por la técnica de la cuaderna vía. Sirva esta disquisición para corregir de paso el artículo de J. Casas, que partía de la base de la existencia de tres menciones de la palabra troya en la obra del Arcipreste y reseñaba la estrofa 972 con las variantes que presenta en cada manuscrito. Retomemos ahora el análisis de las sucesivas ediciones y críticas.
C. Clavería, en su artículo «Libro de Buen Amor, 699c: ‘estas viejas troyas’» (NRFH, 1948) profundiza en las fuentes etimológicas de la palabra troya y se remite en última instancia a las Glosas de Cassel del siglo VIII en las que troia en lengua retorrománica significa ‘cerdo’, que iría evolucionando en las lenguas románicas para designar a la hembra del cerdo con algunas variantes (it. troia, fr, truie, cat. truja, etc) y adquiriendo el sentido figurado que ha llegado a nuestros días. Así, el Arcipreste aplicaría esta palabra a la alcahueta con el sentido de ‘puerca, marrana’, pues -añade- «el cerdo fue siempre considerado como símbolo de suciedad y de lujuria, y de ahí que su nombre se haya aplicado como epíteto a los seres humanos de descuidado aseo o de desenfrenada moral. Ese nombre se ha generalizado especialmente para designar a las mujeres que hacían comercio de su cuerpo». Y tras incurrir en el error de tener por válida la lectura de troya en la estrofa 972, lo que condiciona todo el proceso de su razonamiento, termina diciendo: «Troya significa sin duda en el lenguaje gráfico y burlón del Arcipreste ‘puta’ o ‘moza monstruosa’ en los versos 699c, 937c y 972b, respectivamente, del Libro de Buen Amor». Chiarini (1964) se adhiere efusivamente a la interpretación de Clavería, teniendo a las anteriores interpretaciones como “delirantes malentendidos” debidos a una “instintiva autocensura anticoprolálica”.
J. Corominas (1967), en un extensísimo comentario al hilo de la estrofa 699 discrepa de la lectura ‘troyas’ de los manuscritos y la sustituye por ‘croyas’, tanto para ésta como para las estrofas 937 y 972 (volviendo por tanto a dejarse influenciar por esta estrofa corrompida). Define croyas como ‘ruines, malas, viciosas’ y afirma que se trata del portugués dialectal ‘croia’ que significa ‘mujer de malas costumbres’ y según él «es un conocido celtismo, cuya aparición en el riñón celtibérico del Guadarrama nada tiene de llamativo: el céltico CRÕDIOS, antes CROUDIOS, ‘duro, firme, inflexible’ […]». No tuvo éxito entre los demás editores y críticos la postura de Corominas, pues, en definitiva, no se ha encontrado relación alguna entre el Arcipreste y un dialecto portugués.
D. Devoto, en su artículo Troyo – Troya (BRAE, 1972), tras criticar acertadamente la desaforada tesis de Corominas vuelve a apoyar la lectura troyas y el significado ‘cerda’ que había propuesto Clavería, aunque con argumentos excesivamente débiles relacionados con un juego infantil latinoamericano llamado troya, del que existía una antigua versión francesa llamada truie.
Pero a todas estas tesis anteriores nos tenemos que oponer frontalmente por una simple cuestión de lógica en la creación poética: la palabra troya -como la croya de Corominas- no se usaba en España. Si el Arcipreste hubiera querido llamar ‘cerda’, ‘sucia’, ‘mala mujer’, o cualquier otro apelativo despectivo similar a las alcahuetas en estos versos habría utilizado las palabras españolas equivalentes para que cualquier lector le hubiera entendido, con la sola técnica de cambiar el orden de las palabras en sus versos, desechando para ellos la terminación ‘-oyas’ y empleando otra cualquiera. Pero forzar la rima de una estrofa utilizando como terminación de uno de los versos una palabra extranjera es un recurso excesivamente burdo que no puede aceptarse en un poeta ingenioso y experimentado como el Arcipreste. Si éste utilizó la palabra troyas en sus dos idénticos versos solo hay una explicación razonable, y es que se tratara de la única denominación existente de los objetos que quería mencionar en su comparación metafórica, y que este nombre le fuera muy familiar por haberlo escuchado en las tierras en las que estas máquinas de asedio eran de uso frecuente.
Probablemente por esta falta de lógica los últimos editores que vamos a mencionar prefirieron confesar su desconocimiento del significado de la palabra troyas usada por el Arcipreste. Así, Joset (1974): «palabra que sigue siendo opaca» y Blecua (1983 y 1998): «se desconoce con exactitud este término despectivo de troyas o croyas, como enmienda Corominas».
Y llega el momento de comentar la aportación de J. Casas que vamos a asumir: «Ahora bien, cabe destacar que tanto troia como sus correlatos francés e italiano comparten otra acepción, en apariencia inconexa respecto de ‘cerda’: una máquina bélica, en concreto, una especie de catapulta». El autor toma esta información del Glossarium mediæ et infirmæ latinitatis publicado por Du Cange en 1678. Este glosógrafo francés recoge en su diccionario de latín medieval dos entradas distintas: Troia y Troya. A la primera la define como machina bellica (‘máquina bélica’) y a la segunda como sus femina (‘hembra del cerdo’) ; y para cada una de ellas cita la variante francesa truie y la italiana troja que, como sabemos, se pronuncia troia. Es curioso que este glosario, tan exhaustivo, no contemple la acepción para Troia que recoge Nebrija en su Diccionario latino-español de 1492: «escaramuça de niños», que bien pudiera derivarse de la historia de la guerra de Troya y a su vez dar origen al juego infantil al que se refiere Devoto. En definitiva, teniendo en cuenta que el idioma italiano estaba en plena formación en el siglo XIV, el nombre latino de la máquina de asedio se entendía como ‘cerda’, y no podemos saber exactamente la razón de ello, aunque el propio Du Cange supone que se debía a que este artefacto escarbaba en la tierra como los cerdos, según más adelante detallaremos. Lo que sí podemos afirmar es que no era la única máquina de asedio que llevara el nombre de un animal: encontramos también (fr.) belettes (‘comadrejas’), couillards (‘carneros’) y chats (‘gatos’). Precisamente, en España las gatas eran máquinas bélicas muy utilizadas, existiendo testimonios de su uso durante la llamada “Guerra de los dos Pedros” que enfrentó entre 1356 y 1369 a Pedro IV de Aragón contra Pedro I de Castilla. Y eran tan conocidas del Arcipreste que las mencionó en la estrofa 1278, que tuve ocasión de reconstruir en un trabajo publicado en 2024 debido a que su texto estaba tan corrompido por los copistas que no se entendía correctamente su significado, a pesar de los intentos habituales de la comunidad filológica durante más de doscientos años para encontrárselo a toda costa.
En la versión publicada en 1998 por Blecua (un híbrido de los mss. G, S y T) nos encontramos con tres caballeros alegóricos (representan tres meses consecutivos del año) que a pesar de estar sentados juntos en una mesa -no cabía entre ellos un “cabello de paula”(?)- se sentían psicológicamente muy distantes, ya que no se alcanzaban ni con “vigas de gaula”:
Están tres fijosdalgos a otra noble tabla, 1278
mucho estavan llegados, uno a otro non fabla:
non se podrían alcançar con las vigas de gaula,
non cabrié entre uno e otro un cabello de paula.
En mi reconstrucción (con grafía actualizada) quedaba manifiesta la burda falsificación en las rimas operada por un primer mal copista que no entendió lo que tenía que transcribir y optó por recrear su propia estrofa:
Están tres fijosdalgos a otra noble cata,
mucho estaban llegados, uno a otro no trata:
no se podrían alcanzar con las vigas de gata,
no cabría entre uno y otro un zarcillo de plata.
A pesar de no existir descripciones técnicas de las gatas, sabemos que eran estructuras de madera que se aproximaban a las murallas de las fortalezas para asaltarlas, por lo que presuponía en mi citado trabajo que las vigas de gata serían muy largas, como se expresaba en la estrofa, porque servirían para atravesar fosos protectores o para alcanzar las almenas enemigas desde cierta distancia, cuando las estructuras de madera del invasor no podían acercarse demasiado a aquellas.
Volvemos ahora a las troyas y a la enumeración de ejemplos documentados que nos proporciona Du Cange. El más antiguo es el que consta en la Historia Karoli Magni et Rhotolandi (Crónica de Carlomagno y Roldán o Pseudo-Turpin), una crónica francesa del siglo XII escrita en latín que narra unas legendarias aventuras de Carlomagno en España para liberar el Camino de Santiago de los sarracenos, y cuyo más antiguo manuscrito es el incorporado en el Libro IV, cap. IX, del Códice Calixtino de la Catedral de Santiago de Compostela. En el fragmento que reproducimos se mencionan junto a las troyas otras dos máquinas lanzadoras de proyectiles: las petrarias y los manganeles (Fig. 1):
….Septimo vero mense, aptatis iuxta murum petrariis et manganellis et troiis et multonis ceterisque artificium ad capiendam et castellis ligneis a Karolo (…).
[…Pero en el mes séptimo, habiéndose instalado cerca de la muralla petrarias, manganeles, troyas y muchos otros artefactos de asalto, y castilletes de madera por Carlomagno (…)]
Pero la mención más importante que enumera Du Cange es del cronista francés de la guerra de los Cien años Jean Froissart (c.1333- c.1404), quien escribe en el Libro 2º de su Crónicas:
«Ils envoyerent querir a la Riolle un grant engin, qu’on appelle Truie, lequel engin étoit de telle ordonnance, que il jettoit pierres de faiz: et se pouvoient bien cent hommes d’armes ordonner dedans, et en approchant assaillir la ville».
[Enviaron a Riolle a buscar una gran máquina llamada Truie, que era de tal diseño que lanzaba piedras pesadas; fácilmente podría tener cien hombres de armas colocados en su interior y, al acercarse, atacar la ciudad].
Sin embargo, a pesar de que Froissart fue contemporáneo de las troyas, Du Cange manifiesta sus dudas acerca de que fueran máquinas lanzadoras de piedras a modo de catapultas: « Pero yo difícilmente creería que fuese del género de las balistas, como pretende Froissart, pues es más probable que fuese inventada para minar muros, y que fuese la misma que otros escritores llaman con el vocablo latino sus » (trad. mía). Por su parte, en la voz Sus de su glosario hace alusión a una máquina bélica, a la que llama también scrofa (it. cerda) y hace equivalente a la fr. truie. Para describir a esta otra “cerda” se remite principalmente al cronista inglés del siglo XII William de Malmesbury quien, en su Historia Anglorum (lib. IV), habla de una máquina llamada sus en su país que se usaba para penetrar en los cimientos de los muros y socavarlos. Es posible, por tanto, que nos encontremos ante dos tipos de cerdas, una británica especializada en socavar muros y otra franco-italiana lanzadora de piedras, o que las troyas fueran máquinas polivalentes. Pero lo cierto es que en los registros contables o cuentas de las castellanías (unidades territoriales administrativas organizadas en torno a un castillo) de la Casa de Saboya, en el sureste de Francia, encontramos menciones de troyas a las que se relaciona con el lanzamiento de piedras sobre los tejados de las edificaciones enemigas. Del excelente trabajo de S. Macherat y C. Guffond L’artillerie médiévale dans l’arc lémanique aux XIIIe et XIVe siècles (Beaumont, 2019) he tomado la transcripción latina de los textos que voy a reproducir, si bien ahora voy a traducirlos al castellano y a acompañarlos de su imagen en los respectivos pergaminos, conservados en los Archivos Departamentales de la Côte d’Or /ADCO) y en el Archivo de Estado de Turín (AST) y que pueden consultarse on line por gentileza de estos organismos.
El Arcipreste, tras referirse a las alcahuetas como troyas en los versos 699c y 937c dice, en su respectivo verso siguiente, como ofreciendo la explicación de tal apelativo: «éstas dan la mazada». Cabría suponer, pues, que se estaba refiriendo a un tipo de máquinas que cubrían o parapetaban a soldados armados con mazos que golpeaban en los muros o en sus cimientos. Pero es perfectamente posible, debido a su gran tamaño (magna troya leemos en algún pergamino) que los maceros solo ocupasen la parte inferior de un castillete o estructura de madera, y que en la superior se alojara un dispositivo lanzador de piedras, características que encajarían mejor en la descripción de las troyas que hace Froissart. Desgraciadamente, no hay ninguna imagen de estos artefactos en ninguno de los códices miniados medievales que nos han llegado a la actualidad.
Las cuentas de castellanías que vamos a reseñar están escritas en latín en pergaminos cosidos unos a otros formando rollos. Comenzaremos con el Archivo de Estado de Turín, que conserva registros contables de castellanías procedentes de Chambéry (Francia) que comenzaron a llegar a esta ciudad italiana en la segunda mitad del siglo XVI, cuando el duque de Saboya Manuel Filiberto, recuperó el estado saboyardo de la ocupación francesa trasladando allí su capital. Antes que nada es necesario advertir que estos registros contables en latín suelen utilizar la palabra ingenia (fr. engins) como una categoría general que abarca a una gran diversidad de máquinas bélicas de asedio, teniendo en cuenta que los nombres dados a estos “ingenios” son numerosos debido a la gran diversidad de sus diseños, que en muchas ocasiones eran específicos para la fortaleza concreta a asaltar. Así, esta denominación podría englobar, entre otros, a los (fr.) trebuchets (‘trabuquetes’), mangonneaux (‘mangoneles’), martinets, pierreres, biffes, tripants y bricoles (‘brigolas’). Respecto de la palabra troyas, vamos a verla mencionada en un pergamino que contiene un registro contable de 1312, en el que aparece escrita con i griega, lo que nos dará ocasión de rectificar el criterio mantenido por Du Cange en su glosario (Fig.2):
«Libravit Viffredo de Contrevos charpentatori pro stipendiis ipsius et duorum charpentatorum secum qui steterunt in munitionem Denthaysiaci et ibidem fecerunt ingenia, troyam et molendinum ad brachia, capientibus per diem decem solidos pro triginta duobus diebus per litteram dicti Viffredi de recepta quam reddit : XVI lb. vien. » (AST/ SR, inv. 16, r. 3, piel 15).
[Pagado a Wiffredo de Contrevos, carpintero, su salario y el de dos carpinteros que estaban con él en la fortificación de Demptézieu, y allí construyeron ingenios, una troya y un molino manual, recibiendo diez sólidos por día durante treinta y dos días, según la carta del susodicho Wiffredo del recibo que entrega: … 16 libras de Vienne].
De los Archivos Departamentales de la Côte d’Or podemos mostrar un pergamino que contiene una cuenta de 1321 de la castellanía de cuentas de Saint-Germain en Bugey y que relata al instalación de una troya en Ambronay (Fig. 3):
« Item pro troya apud Ambroniacum erigenda, levanda et abtanda de mandato domini ut per litteras domini de mandato et per litteras magistri Galteri de Rupeforti de testimonio quas reddit: ……..… XI lb. XI s. VI d. vien. lugd. » (ADCO, B 9581, piel 1).
[Asimismo, para la erección, levantamiento y remoción de una troya en Ambronay por orden del Señor, según las cartas de mandato del Señor y las cartas del Maestro Galter de Rupefort que entrega…………11 libras, 11 sólidos, 6 denarios viennois de Lyon]
Y por último mostraremos un texto que demuestra que las troyas eran -cuando menos- máquinas lanzadoras de piedras, lo que debería por sí solo despejar las dudas que manifestaba Du Cange acerca de su función. Se trata de la misma cuenta anterior y se refiere a los gastos ocasionados a la villa de Saint-Germain durante su asedio por los Saboya (Fig. 4):
« In tecto eiusdem camere domini qui destructus fuerat propter lapides ingeniorum et troiarum reficiendo de novo, quinque miliariis tegularum emptis ad idem apud Dovres, quolibet miliari incluso charreagio viginti solidis et in stipendiis sex magistrorum ad predicta laborantium, capientium quolibet duos solidos et est dictum opus bene et complete factum ut per testimonium Anthonii de Claromonte qui ipsum opus vidit………… CXII s. vien. lugd. » (ADCO, B 9581, p. 4).
[Sobre el tejado de la misma cámara del señor que había sido destruida a causa de las piedras de los ingenios y de las troyas, siendo reconstruido de nuevo, se compraron cinco mil tejas para el mismo en Dovres, cada millar, incluyendo el transporte veinte sólidos y los salarios de seis maestros trabajando para lo mencionado anteriormente, cada uno recibiendo dos sólidos, y se dijo que el trabajo había sido bien hecho y completamente, como lo evidenció Antonio de Claremont, quien vio la obra en persona………….100 sólidos viennois de Lyon]
En resumen, creo que podemos estar seguros de que el Arcipreste, cuando describía a las alcahuetas en sus dos estrofas, las estaba comparando metafóricamente con esas terribles máquinas bélicas lanzadoras de piedras, que acaso también sirvieran como estructuras protectoras de los maceros dedicados a minar los cimientos de las fortificaciones a asaltar. Pero el lector tendrá la última palabra, y para que pueda juzgar al respecto, aquí mostramos la imagen de las estrofas que estudiamos en sus respectivos manuscritos: