No sean pánfilos: eran y son los del dóberman
Luis Ventoso.- Felipe González, que llegó al poder en 1982 con una sensacional mayoría absoluta de 202 escaños, poseía un carisma hipnótico y su PSOE se convirtió en referente de buena parte de una generación de españoles. A mediados de los noventa, González estaba ya chamuscado por graves escándalos y por los estornudos de la economía. Pero incluso con toda esa capa de cieno seguía constituyendo un adversario electoral formidable. Semejaba el gobernante vitalicio de España.
En la campaña de 1996, los sondeos situaron por delante al PP de Aznar. El PSOE no se lo tomó con deportividad. Reaccionó lanzando la campaña más agresiva contra un adversario que se hubiese visto jamás. Fue lo que se conoció como «el vídeo del dóberman».
Vale la pena volver a ojearlo. Rodado en blanco y negro y cebado de imágenes tétricas, comienza con la frase «la derecha no cree en este país» sobre las fauces de un perro de presa colérico. Luego continúa con un aviso: «La derecha mira hacia atrás y no cree en el progreso. Por eso para la mayoría la derecha no es la solución, es el problema». Se llega al extremo de mostrar de pasada a un hombre ahorcado en un árbol. «La derecha quiere confundirnos y ocultar la verdad», advierte el vídeo. Como cierre, imágenes en color de González, bajo el lema «PSOE, la España en positivo».
Esto que recordamos ocurría 18 años antes de que apareciese Vox. Es decir, el PSOE ya atemorizaba entonces a los españoles con la temible ultraderecha, etiqueta que en aquel momento endosaban al PP de Aznar (quien se revelaría como el mejor presidente de nuestra democracia, en parte por ser el único con cierto aliento liberal).
En una agradable comida, donde me temo que no había ningún sanchista, alguno de los comensales comentó que el PP debía cesar ya a Mazón ante la enorme ola de críticas. Ese punto de vista, compartido por algunos votantes de derechas, refleja cierto desconocimiento de cómo opera la izquierda española. Mazón es lo de menos. Si mañana se marchase, su sucesor sería puesto en la diana de inmediato por el PSOE y su cañón mediático sirviéndose de cualquier exclusa, del mismo modo que han convertido el quinto aniversario de la pandemia en una cacería contra Ayuso a través de las televisiones del régimen.
No seamos pánfilos. En España existe un problema de fondo: la izquierda y el separatismo no reconocen en la práctica el derecho a existir de la derecha española. No la toleran, porque parten de la base de que ellos están en posesión de la verdad absoluta, «en el lado correcto de la historia», como dice Sánchez cuando se nos pone pedantuelo (que es casi siempre).
El PSOE considera que el estado natural de las cosas es que manden ellos. Cuando se quedaron huérfanos de votos para armar una mayoría, cayeron en la felonía de formar una nueva incorporando a los separatistas a su ecuación, incluso bajo el precio de ir desguazando España.
El bloque que con mucha demagogia y poca base numérica denominan «mayoría progresista» debe okupar el poder siempre. Para ello es imprescindible levantar «un muro» que excluya a la derecha. Da igual bajo qué siglas se presente en cada momento y de nada servirá que haga gestos ante el PSOE, porque los socialistas creen que debe pastorear el país perpetuamente, aún a costa de deshacerlo, al ser los guardianes de la única ideología admisible: el «progresismo» obligatorio.
Las dos veces en que se rompió ese supuesto estado natural de las cosas, las dos ocasiones en que gobernó el PP, el PSOE recurrió a armas inimaginables, se saltó todas las líneas rojas. Para liquidar el primer período del PP manipularon electoralmente el dolor por el peor atentado de nuestra historia. La segunda etapa de la derecha la cortaron en junio de 2018 mediante una impensable alianza con el partido de ETA, las formaciones separatistas catalanas que habían dado un golpe solo unos meses atrás y el populismo comunista.
Al PSOE hay que confrontarlo con dureza y sin atisbos de duda, como hacía Aznar (o como hace Ayuso). Con las cesiones, guiños y pamplinas solo se logra el imperio perenne de la izquierda, agravado ahora por su muleta separatista.