La ignominia a España tiene un límite
En esta vida es sabido que «todo tiene un límite». La «infinitud» es un concepto matemático y filosófico que está fuera del alcance de la condición humana, cuya limitación es evidente. Si en el ámbito de lo material no hay dudas acerca de ello, otro tanto sucede en el ámbito inmaterial o espiritual, donde las virtudes y los defectos propios de la naturaleza humana son también limitados, tanto en los santos como en los peores malhechores. Así, la indignidad o la ignominia causada por alguien tiene también su límite y no puede aceptarse pasivamente sin ser debidamente corregido.
En España se está viviendo una situación política –que va camino de su séptimo año– de una profunda ignominia hacia la nación y los españoles, ocasionada nada menos que por el presidente del Gobierno que ha subordinado cualquier otro valor o principio al servicio de un incontrolado deseo de mantenerse en el poder. El último acto de esa continuada infamia hacia los sentimientos y la memoria de millones de españoles, ha sido el protagonizado por la portavoz de Puigdemont en el Congreso de los Diputados.
Ya es demasiado que las decisiones acerca de la política nacional y la misma subsistencia del Gobierno estén en manos de una persona que dio un golpe de Estado contra la Constitución con el deseo de romper la unidad nacional y que huyó a continuación para no rendir cuentas de lo realizado ante la Justicia, de la que es un prófugo, y ante el que van a rendir pleitesía emisarios y dirigentes políticos y sindicales para suplicar su apoyo. Pero lo vivido esta semana en el Congreso exige una respuesta ciudadana al nivel de esa infamia.
Que su portavoz se permita ofender a los españoles ciscándose públicamente de su principal símbolo que es su Bandera y en la propia sede de la soberanía nacional, supera todo lo admisible por una sociedad y un pueblo que se respeta a sí mismo. Lamentable también la conducta de los informadores que sumisamente se plegaron a su exigencia siguiéndola hasta el pasillo.
El PSOE que está apoyando toda esa situación como una mera plataforma al servicio de su líder supremo, por desgracia ya ha acreditado que no es ni un partido ni socialista ni obrero ni, por supuesto, español. Es una mera oficina de empleo público para sus aplaudidores militantes.
De las demás múltiples siglas que conforman el sanchismo no vale la pena referirse a ellas. Solo cabe apelar a los millones de ciudadanos que no comulgan con esta situación a que se manifiesten de manera pacífica y democrática, exigiendo un ¡basta! ya de esta continuada infamia. Porque todo tiene un límite.