Sánchez se escandaliza con Mazón mientras convierte en ley la xenofobia de Puigdemont
Francisco Rosell.- Con esa nueva capitulación con Junts, Sánchez justifica implícitamente las cláusulas de salvaguarda de PP y Vox en Valencia ante un presidente que fomenta la inmigración irregular masiva y que la utiliza como arma política para acusar a la oposición del racismo que él propicia
En ‘El arte de la mentira política’, el médico y satírico escocés John Arbuthnot define la política como «el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con un buen fin». Junto a la «mentira calumniosa» o a la «mentira por aumento», este polímata del XVIII refiere la «mentira por traslación», esto es, aquella que transfiere a los demás la mala acción propia. En esta destreza, descuella Pedro Sánchez saliendo por lo general bien parado salvo cuando quienes lo sustentan en La Moncloa precisan exhibir su lacerante debilidad.
Por eso, cuando el lunes, el presidente valenciano, Carlos Mazón, revelaba su acuerdo presupuestario con Vox, donde adopta los postulados sobre inmigración de Santiago Abascal y los suyos, procurando hacer un buena digestión, pese a dar la impresión de ingerir un vaso de aceite de ricino en su comparecencia, la arremetida de ministros y dirigentes socialistas parecía obedecer a otras razones que iban más allá del lógico entripado de observar como el desahuciado cobraba vida cerrando la herida de su costado derecho y sacando adelante contra pronóstico las cuentas de 2025. Sin pararse en barras, el tropel de la izquierda habló de que ese «pacto de la vergüenza» inhabilitaba al PP para regresar al Gobierno, lo cual tiene bemoles proviniendo de quienes se deben a bilduetarras y secesionistas.
Empero, nadie imaginaba que 24 horas después Junts rasgaría el velo que envolvía el «empastre» mal guisado por unos impostores travestidos en benefactores de la humanidad. En efecto, a la par que Mazón se agarraba a la boya de Vox –no confundir con tabla de salvación, pues esta señal flotante sirve para señalar un objeto sumergido que es lo que ha hecho Abascal–, Sánchez cerraba los últimos flecos del real-decreto ley para articular un mecanismo permanente de reubicación de menores inmigrantes con el xenófobo partido del prófugo Puigdemont. Así, al modo de Juan Palomo, de los 4.000 menores inmigrantes hacinados en Canarias y 400 de Ceuta, sólo partirán 27 a Cataluña, mientras que Madrid tendrá que apechugar con 806, Andalucía con 795, la Comunidad Valenciana 478, y así sucesivamente. Todo ello por mor de la cesión integral de las competencias migratorias a la Generalitat que contraviene la Constitución a fin de que Junts gane su pulso a Aliança Catalana, la formación igualmente xenófoba y secesionista que lidera la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, tras cosechar dos actas en el Parlament en las últimas autonómicas.
Con esa nueva capitulación con Junts, Sánchez justifica implícitamente las cláusulas de salvaguarda de PP y Vox en Valencia ante un presidente que fomenta la inmigración irregular masiva y que la utiliza como arma política para acusar a la oposición del racismo que él propicia. Con su política infundibuliforme, entrega la Hacienda y las fronteras a Cataluña mientras prorratea –embudo en mano– la inmigración irregular entre las autonomías, salvo Cataluña a la que aporta para más inri medios financieros añadidos. Consumado el abuso, como el capitán de la gendarmería francesa en la película «Casablanca», Sánchez se escandaliza de lo suscrito por PP y Vox en Valencia mientras convierte en ley la xenofobia de sus socios de Junts.
Para negar realidad tan palmaria, reacciona con la desenvoltura que Jonathan Swift, coetáneo de Arbuthnot, aleccionaba en sus «Instrucciones a los sirvientes»: «Cuando hayas cometido una falta, muéstrate siempre insolente y descarado, compórtate como si fueras la persona agraviada». Sin embargo, a veces, se topa con el deseo irrefrenable de Puigdemont de exhibirse cada vez que le hace «orinar sangre», como le pronóstico, aunque el equipo de opinión sincronizada de La Moncloa trate de ponerle sordina, a la par que editorializa tildando de «pacto fáustico» el arreglo de PP y Vox en Valencia mientras normaliza los pactos del diablo de Sánchez con bilduetarras, separatistas xenófobos y comunistas alineados con Putin hasta no repudiar el secuestro de niños ucranianos, como hicieron los ministros Urtasun y Rego cuando eran eurodiputados.
Desnudado Sánchez por Puigdemont, el PP puede darse un respiro mínimo tras el respingo causado por sus concesiones a Vox en Valencia, luego de su ruptura de julio que conllevó la salida de los tres consejeros voxistas del gobierno sin cumplirse un año de legislatura. Una buena noticia para Mazón que evita la pinza de Vox con la izquierda botánica y le abastece de unos presupuestos que contribuyan a la recuperación de Valencia tras la mortífera gota fría de octubre y la incomparecencia del desertor de Paiporta.
No obstante, todo queda a expensas de la instrucción judicial en curso tras cargar estúpidamente Mazón tanto con su absentismo en las horas claves de la tragedia como con el del Gobierno antes, durante y después de la riada. Tras su funesta gestión de la cuenca hidrográfica y de la AEMET, el Ejecutivo no declaró el estado de emergencia y se ausentó para que la excepcionalidad le proveyera de una oportunidad de oro para reconquistar Valencia. Unos presupuestos, como comprobó Rajoy con el PNV, no preservan su Presidencia, pero si le suministra oxígeno con la botella que sujeta un Vox que sale reforzado del envite.
Por dejar las cosas estar, tras desoír Mazón su instrucción de recabar «ipso facto» la declaración de emergencia en las horas postreras a la Dana y acunarse en los brazos de Sánchez buscando el socorro mutuo, Feijóo ha desaprovechado la ocasión de substituir al presidente de la Generalitat e imprimir un nuevo giro a los acontecimientos. Ante la dificultad de hallar entre los diputados del PP un sucesor adecuado y las dudas de que Vox no respaldara ese reemplazo dejando la comunidad en manos de la izquierda, lo cual hubiera sido un error de libro de Abascal al avalar las sospechas de que prioriza desbancar a los populares antes que desahuciar a Sánchez, a Feijóo no le queda otra que esperar y ver, mientras le reza a la Virgen de los Desamparados.
En cualquier caso, ante la imposibilidad de mayorías absolutas, el desalojo de Sánchez obliga a avenirse a PP y Vox. España no es Alemania donde los dos grandes partidos de Estado -democristianos y socialdemócratas- se auxilian mutuamente. Mucho menos con el sanchismo del «no es no, y cuantas veces quiere que se lo repita, señor Rajoy» resuelto en su día incluso a fracturar el PSOE antes de otorgarle al entonces jefe de filas del PP la abstención que requería para ser reinvestido tras dilapidar su mayoría absoluta. Luego, habitando ya La Moncloa con la Alianza Frankenstein, Sánchez alzó su muro contra el PP siguiendo el designio de Zapatero con el Pacto del Tinell. Es la única vez –dicho sea de paso– en que no ha mentido a los españoles quien lo hace con sólo abrir la boca.
Abonándose al «quien resiste, gana», pero con la espada de Damocles pendiendo de su cabeza, Mazón retoma su matrimonio de conveniencia con un Abascal instalado hoy bajo la órbita de Putin con el premier húngaro Orbán como padrino y benefactor. Con los precedentes habidos entre ambas escuadras y con programas no siempre casaderos, esa convivencia entraña un peligro cierto para quien, en su desespero, ha debido decirse para sí, como en la genial escena final de «Con faldas y a lo loco», del maestro Billy Wilder: «Bueno, nadie es perfecto».