Sánchez es un fraude
Antonio R. Naranjo.- El compendio de astracanadas, trampas, atajos, excesos, mentiras y atracos de Sánchez tiene una virtud, al menos para él: ha naturalizado el escándalo, hasta hacerlo cotidiano y de algún modo asumible, como si todo tuviera una justificación en el peculiar universo paralelo donde habita la corte sanchista.
Ahora discutimos sobre la conveniencia de invertir más en armas, la posibilidad de que no haya Presupuestos, el encaje legal de transferir las competencias migratorias a un partido supremacista o incluso la idoneidad de crear o no una Agencia de Salud Pública para Fernando Simón, que debería estar en un juzgado pero quieren ponerle un despacho.
Y todo ello se debate con ardor, que en los defensores es el disfraz de la propaganda y en los detractores un cúmulo inapelable de argumentos, tan ciertos como inútiles. Y eso ya es una victoria para Sánchez, encantado de que se discuta sobre sus decisiones, pues con ello tapa el verdadero debate de fondo.
Que no es otro que el intolerable fraude democrático que perpetra con su mera existencia y su continuidad. La jugarreta comenzó cuando, tras perder las elecciones, aceptó vender su alma al diablo para obtener a cambio el elixir de la eterna juventud: llegar a la Presidencia gracias a Puigdemont, Otegi y Junqueras, a sabiendas del precio que le pondrían, ya fue una estafa, a la que bautizó con infinita caradura con el término de «mayoría social» para arrogarse uno votos que nunca tuvo.
Y con eso tiró, hasta encallar en los acantilados de la realidad, en el peor momento posible: justo cuando se esperaba que España estuviera a la altura del momento histórico que vive Europa, Sánchez se ha presentado en Bruselas en pelotas, sin Gobierno, sin socios, sin aliados, sin presupuestos, sin nada más allá que su palabrería hueca, sus poses de mal actor y su poca vergüenza habitual.
Tenemos así, y ésta es la cuestión y ninguna más, a un presidente estafador, el que tiene menos diputados propios de la historia democrática y el único que ha forzado su investidura pese a caer con estrépito en las urnas. Y ya sin las muletas artificiales de esa coalición de enemigos de España que le puso ahí para que les ayudara a destruirla.
La cuestión no es ya analizar cuál será el siguiente apaño que se inventará Sánchez para sobrevivir, sino poner el acento en que todo él es un apaño, una enmienda sucia a la democracia y una ofensa a los ciudadanos. Un tipo que gobierna sin votos, sin el Parlamento, sin Gobierno y sin capacidad para no aprobar nada limpiamente. Le falta entrar a tiros en el Congreso, pero por todo lo demás, ya es un dictador. Y a los dictadores se les responde, para empezar, diciéndoselo cada cinco minutos, a ver quién aguanta más la mirada.