Carolus Mazon Cessandus est factionis popularis praesidi
Martín-Miguel Rubio Esteban.- La prolongada e indescifrable ausencia del presidente Mazón de la dirección del Gobierno valenciano durante la letal y catastrófica inundación de muchos pueblos valencianos el día 29 de octubre de 2024, que causó alrededor de 230 muertos, y su peregrina justificación de una imprecisa y enigmática comida tan extensa como la de Trimalción, debería haberle llevado al citado Sr. Mazón, si tuviese el comportamiento de un individuo moralmente normal, a su dimisión inmediata. Nadie le puede acusar de haber provocado el gigantesco desastre, o de que no haya sentido el dolor de los cientos de conciudadanos que han perdido a sus familiares, amigos y bienes – aunque esto es una concesión que hacemos gratuitamente, pues que el dolor moral exige acción, como veremos más adelante–, pero sí se le puede acusar de una irresponsabilidad e inconsciencia que, no teniendo ya la edad de un niño, podría ser calificada de criminal. Mazón, todo un valenciano sin huesos, que diría Cervantes, puede ser una prueba más que nos lleve a pensar que gran parte de los cuadros políticos que padece España son personas moralmente anormales, kantianamente anormales. Efectivamente según Kant no es la experiencia de la vida, ni las relaciones sociales, ni las creencias religiosas las que doblegan la libertad interior del hombre a lo que un deber innato ordena. Kant reconoce a esta fuerza innata autoimpuesta, interior del alma humana, una autoridad tal que no duda en declarar que el hombre normal no puede sustraerse a ella sin sentir una gran congoja. Nunca se comete una acción contraria a ese resorte moral con que nacemos sin un marcado desagrado para las naturalezas normales. Cuatro sentimientos innatos configuran la moral interior del homo sapiens: el sentido moral, que es la capacidad que posee el hombre de sentir una impresión dolorosa o agradable por la mera conciencia de la moralidad o inmoralidad que tenga una determinada acción, la propia conciencia, el amor propio y, finalmente, el amor al prójimo. Este amor o empatía, lo mismo que los otros tres sentimientos, es un sentimiento innato, que no se puede adquirir por la experiencia, ya que el amor es esencialmente libre y no puede conllevar ninguna coacción aplicada a la libertad interior.
Quien posee estos cuatro sentimientos innatos es una persona normal y espontáneamente buena. Quien no los posee es un Mazón más, una especie de Baltasar infumable de Gómez de Avellaneda. Ahora bien, no nos apliquemos con singular crueldad y saña sobre este tipo tan mediocre; en realidad, desde Vox a Bildu, pasando por todos los corrales y ganaderías políticas, hay mazones para parar a un tren. En el gobierno también. La política española está llena de psicópatas morales. Nuestros profesionales políticos están huérfanos de una moralidad mínima enraizada en la normalidad humana y el sentido común. Y como decía Gógol en sus Almas muertas, muchos políticos, a consecuencia de los frecuentes brindis en pro de la ciencia, la cultura y el futuro progreso de la Humanidad, se convierten en unos auténticos borrachos alevosos. No le deseo la cárcel a Mazón, ni su ruina económica, porque hasta ahora no se entra en la cárcel sólo por gilipollas e inconsciente, pero sí su total erradicación de la vida política.
Detestables personajes como Carlos Mazón –en honor a la justicia equitativa debería haber puesto veinte nombres más de altos cuadros de todos los partidos– son la prueba de que nuestra «Democracia», que aún no es tal, no ha podido todavía construir o forjar líderes con un perfil verídicamente democrático, líderes que empaticen con los problemas, las esperanzas y los miedos del pueblo, que se identifiquen con la gente sencilla, que miren a sus conciudadanos como compatriotas, sino que «inexplicablemente» pone sobre el pavés del poder la arrogancia ignorante, la soberbia ultrajante, cuando no la pura megalomanía sin fundamento, y también al algarrobo, claro, perfiles que serían más propios de una dictadura u oligarquía, en la cual quizás estemos, sin que los ciudadanos-vasallos aún no se hayan dado cuenta. Quizás sean la mejor prueba del fraude del sistema.
Sentir remordimiento o vergüenza por una mala acción que hayamos cometido de modo accidental, lejos de hacernos parecer más inútiles, más tontos y menos prudentes de lo que somos, nos humaniza, nos hace creíbles, nos rehabilita, y aunque nos pueda sancionar la ley nuestro recuerdo entre los hombres será el de alguien sólo desafortunado, pero no el de un cabrón con patas. Porque, además, la moralidad de una acción no es inherente a la acción, sino a la intención con que se comete.
Tiene toda la razón mi admirado Ramón Pérez Maura cuando poniendo en la balanza las sinvergüenzonerías de la derecha y de la izquierda en estos justos momentos, el platillo que contiene las de la izquierda bajaría como una piedra, pero una cosa no quita la otra. Y cuanto antes suelte lastre el PP mejor para el partido y con más autoridad moral impondrá sus argumentos.
*Martín-Miguel Rubio Esteban es escritor