Lo que Europa no quiere oír
Mariona Gumpert.- Europa ha vivido demasiado bien. Tan bien que ha olvidado qué significa sostenerse a sí misma. Ha aprendido a flotar sobre su propio prestigio, confiada en que los derechos vienen de fábrica y las responsabilidades se pueden externalizar.
Es el niño mimado de la geopolítica. No el niño caprichoso y rabioso, sino el heredero exquisitamente educado, con convicciones morales inquebrantables y la certeza profunda de que siempre habrá alguien que le pague la cuenta. Estados Unidos, en este caso.
Por eso el discurso de JD Vance en Múnich cayó como una bofetada. Porque ha roto la fantasía. Porque le ha dicho al niño que el dinero de papá se ha acabado.
Las élites europeas han desarrollado un curioso talento para la exigencia. Reclaman seguridad, estabilidad, comercio, energía, pero sin ensuciarse las manos. Su estrategia, en realidad, no es otra que dejarse querer. Rusia nos vende gas barato y nos asegura un invierno cálido, ¡qué mala suerte que el mismo Putin que garantiza la calefacción resultó ser un agresor imperialista! China nos vende paneles solares y coches eléctricos a precio de saldo, ¡qué incómodo que, al mismo tiempo, pretenda marcar su propia agenda!
Europa no quiere saber de molinos ni de telares. Lo suyo es la visión moral del mundo, el liderazgo climático, los valores universales. Lo de producir, defenderse y asegurarse el pan de mañana es cosa de otros.
Por eso la reacción a Vance ha sido una rabieta de niño malcriado. Europa ha escuchado lo que no quería oír. Que el compromiso estadounidense no es un cheque en blanco. Que la defensa de Ucrania no puede depender solo de Washington. Que si el continente insiste en depender energéticamente de sus adversarios, quizá debería replantearse su soberbia estratégica.
Lo más interesante no es lo que Vance ha dicho, sino lo que ha revelado. Europa no solo es dependiente, sino que lo es sin complejos. Ha abrazado la fragilidad como un valor, el pacifismo como excusa, la tibieza como estrategia. Y desde esa tibieza se permite dar lecciones a todos: Estados Unidos debería hacer más. China debería moderarse. Rusia debería desaparecer.
¿Y mientras tanto, Europa? Europa debería seguir siendo Europa. Es decir, reunirse en Bruselas, firmar pactos, regular envases de cartón y aprobar resoluciones de condena.
Hay algo más profundo en el escándalo con Vance. Su discurso no solo toca la soberanía nacional, sino también la soberanía moral. Europa presume de ser un baluarte de la democracia, pero es el continente donde se multa a ancianos por rezar frente a una clínica abortista. Donde puedes acabar en un juicio por escribir un tuit incómodo. Donde se persigue a quienes se apartan de la ortodoxia oficial.
Los mismos que claman contra la censura en Rusia o China son los que aquí legislan contra el pensamiento disidente. Se indignan con los «ataques a la democracia» en Hungría o Polonia, pero aplauden leyes que permiten detener a alguien por el simple hecho de orar en silencio en la vía pública. ¿Qué es más totalitario: rezar frente a un centro de abortos o multar a quien lo haga?
Europa defiende con ardor los «derechos reproductivos», pero considera «radical» que un político como Vance defienda la vida y la familia como pilares fundamentales de una nación. Un líder que habla de proteger a los más vulnerables es tachado de ultraconservador, mientras los que promueven la cultura de la muerte se presentan como los campeones de los derechos humanos.
El papel de las élites europeas no es gobernar, sino narrar. Explicar por qué el mundo es como es, ofrecer discursos elevados, encontrar culpables adecuados. No resolver problemas, sino enmarcarlos. Cuando un problema se cronifica, se convierte en paisaje.
Vance ha puesto sobre la mesa una idea que Europa ha enterrado: la de la soberanía. Suena arcaico, reaccionario, poco europeo. Pero lo cierto es que sin soberanía, sin la capacidad de decidir sobre su energía, su seguridad o su comercio, Europa seguirá siendo un continente con aspiraciones de seminario universitario. Un lugar donde se dan conferencias, pero donde las decisiones reales se toman en otra parte.
El niño mimado no quiere escuchar que ya no hay dinero. Prefiere seguir exigiendo. Pero la realidad no atiende a discursos ni a comunicados oficiales. La realidad se impone.
Pues si Europa no está bien , USA no es que esté muy floreciente, tiene una super deuda que mientras su Ejército se utilice para los negocios de los tenedores de la misma, seguirán pagando, cuando no lo necesiten caerá igual que Europa. Su industria, igual que la europea fue trasladada a Asia, especialmente a China, que ha sido la única beneficiada.
Exáctamente.
Se me olvidaba, si por casualidad vuelve otro hombre bajito a salvarnos a los europeos, por favor, no nos manden ayuda, que en la 2ª GM, la fastidiaron.
La altura de un hombre está en su capacidad de sacrificio, en su inteligencia , en su integridad moral, Son sólo los de esta condición los que salvan,.porque no negocian, no consendúan, no pactan, no se alían con los enemigos y no ceden en sus principios que mantienen, no transigen en sus valores que confiesan , no traicionan sus ideales que defienden.
Siempre.es así.