El arlequín cántabro y don Juan Carlos I
Gonzalo Cabello de los Cobos.- Tengo que confesarlo: nunca he soportado a Miguel Ángel Revilla. Es de esas personas que, sin saber muy bien por qué, simplemente no trago. Quizá sea por ese bigote de telefilm autonómico, por su gestión más bien folclórica al frente de Cantabria o, tal vez, porque se empeña con una constancia entrañable en hacernos notar lo graciosísimo que se cree.
Siempre me he preguntado qué le ve la gente. Pablo Motos, por ejemplo, que tiene acceso a las personas más relevantes del mundo entero, insiste en invitarlo a El Hormiguero como si fuera un hallazgo único. Cada vez que lo hace, mi reacción es automática: cambio de canal como quien esquiva una bala.
Siempre he visto en Revilla como a un populista, pero no de los que lo son por cálculo, no es tan inteligente, sino de los que lo llevan de serie. Hay quienes adoptan el populismo como estrategia; él, en cambio, lo transpira. En algún punto de su interminable carrera pública debió convencerse sinceramente de que caía bien. Y fue entonces cuando, para desidia de todos, comenzó a caer… pero en sí mismo, que siempre es una caída más aparatosa.
Representa con maestría esa estirpe de políticos de medio pelo que siempre navegan con el viento a favor. Aunque sus maneras de abuelo dicharachero pretendan convencer de que es un hombre que se mueve fuera del sistema, en realidad no ha hecho otra cosa que seguir la corriente y calentar oídos. Es un arlequín profesional, con un verbo siempre desatado y una necesidad casi clínica de que alguien le ría las gracias.
Pero, a veces, cuando uno vive de la ocurrencia fácil, sucede que alguna broma se vuelve en tu contra.
Estos días hemos sabido que el rey don Juan Carlos I ha interpuesto una demanda contra el expresidente cántabro por haber vulnerado su derecho al honor en repetidas ocasiones a través de los medios de comunicación, entre mayo de 2022 y enero de 2025. Le reclama la nada despreciable cifra de 50.000 euros.
La respuesta de Miguel Ángel ha sido, como era de esperar, muy de . En lugar de reflexionar, actividad que nunca ha cultivado con demasiada pasión, ha visto en la demanda una nueva oportunidad de volver a copar titulares, esta vez como protagonista absoluto. Vamos a tener bigote para rato, ya lo verán. Un efecto colateral que probablemente no calcularon bien quienes asesoraron al rey: Revilla está encantado de pagar esa suma con tal de disfrutar unos minutos más bajo los focos.
Pero en esta historia lamentable hay un detalle que me llama poderosamente la atención por lo poco habitual. Como todos sabemos, la familia real es vapuleada a diario desde todos los frentes, sin margen alguno para defenderse. Una circunstancia que muchos periodistas y políticos aprovechan con notable cobardía para sacar rédito, ya sea mintiendo descaradamente o retorciendo la realidad que, a efectos prácticos, viene a ser lo mismo. Por eso, lo confieso, me alegra que, aunque sea desde el exilio forzado de Abu Dabi, don Juan Carlos haya decidido plantar cara a ese bufón que, hasta hace dos días, se rascaba ronroneando entre sus piernas. Para mi gusto ya iba siendo hora de que se defendiera de alguna manera de las toneladas de insidias que se han vertido sobre él.
A los pocos monárquicos que quedan conviene recordarles que la monarquía no se defiende sola. Es muy fácil llegar a una cena con amigos y, entre copa y copa, declarar que uno es monárquico. Pero eso no sirve de nada si no va acompañado de hechos y palabras concretas. Lo que cuenta no es la simpatía silenciosa, sino el respaldo público y sin remilgos.
No nos engañemos. La figura de don Juan Carlos está siendo utilizada de forma sistemática con un solo objetivo: dañar a su hijo. A quienes desean derribar la institución no les importa lo más mínimo el pasado del rey emérito. Su objetivo es otro. Y lo persiguen sin descanso.
Que un politicucho de cuarta como Revilla diga tonterías no es ninguna novedad; más bien parece un principio básico universal. Pero no se dejen engañar, este circo forma parte de algo mucho más grande.
Es como quien se declara cristiano en una iglesia, pero calla en el trabajo por miedo a parecer raro frente a sus compañeros. Hay que abandonar la cobardía que alimenta a personajes como el bigote cántabro, que atacan solo cuando saben que sus críticas serán mayoritariamente aplaudidas, y empezar a decir, clara y públicamente, cuál es nuestra opinión sobre las cosas. Ya que la familia real no puede defenderse, háganlo ustedes sin miedo alguno.
Callar es una opción, pero una opción cobarde.
*Periodista