¿Qué? ¿Va a caer?
Luís Ventoso.- Sabido es que los periodistas podemos hablar con solvencia de cualquier tema… pero nunca más de dos minutos. No es lo mismo saber contar que poseer un conocimiento profundo de las cosas. Sin embargo, el público tiende a sobrevalorar nuestro nivel de conocimiento, sobre todo si sabe que trabajas en la olla presión madrileña.
Cada vez que me toca un sarao social o una cena con amigos o conocidos, que no suelen ser precisamente votantes de Sumar, no le he dado todavía dos sorbos al vinillo cuando ya alguien me hace la inefable pregunta: «Bueno, ¿qué?, ¿va a caer el bicho o no?», cuestión que plantean con un tono de apremio, que detona que están del personaje hasta la mismísima glándula pineal.
Si estoy desganado, me escabullo con un cáustico «es que yo no soy Rappel»; o con un «depende» a la gallega. Si me insisten, les suelo decir que me parece que al final completará la legislatura, por tres motivos:
1.-No ha habido un descalabro económico de fuerte dolor en la calle (todavía). La economía está engrasada y anestesiada por un despilfarro de dinero público a deuda jamás visto, que ha disparado el empleo funcionarial y las subvenciones peronistas y camufla momentáneamente los muy serios problemas de fondo. Además, está el maravilloso milagro del turismo, nuestro petróleo. Por último, cunde la sospecha de que los datos estadísticos macro están cocinados (en el caso del paro resulta evidente y está siendo ya objeto de denuncias en Bruselas).
2.-El segundo problema es que ya todo da igual. Las tragaderas de la sociedad española se han ensanchado hasta tales extremos que a veces recurro a una parábola histriónica y chusca para explicarlo: si mañana Sánchez apareciese a la puerta de un banco tras un atraco con una bolsa de billetes en una mano y una pistola humeante en la otra, no pasaría nada, diría que todo ha sido una celada de «la derecha y la ultraderecha» y pelillos a la mar. Imagínense que en 2017 nos dicen que un presidente del Gobierno iba a tener imputados a su mujer, su hermano y a su hombre fuerte por corrupción y a su fiscal general por guerra sucia política, todos daríamos por descontado que ese mandatario se vería forzado a dimitir. Pero no. Sánchez, con su cañón de propaganda, sus televisiones y su tesón sostenido por una cara dura de hormigón, ha aguantado lo inaguantable. Ya no le hacen falta ni presupuestos ni parlamento para seguir okupando el poder. En Turquía está Erdogán. Aquí vamos rumbo a Pedrogán.
3.-La oposición anda a tortazos. El PP genovés se deja influir y se acompleja ante la cansina demagogia de la izquierda con Vox y contempla a ese partido con una aprensión que en algunos de sus dirigentes roza el respingo «progresista». Por su parte Abascal dedica más esfuerzos a abofetear al PP que a intentar acabar con Sánchez, amén de que está bastante entretenido intentando cuadrar el círculo cuadrado del «me encanta Trump en todo pero no sus aranceles». La pelea constante de los que han de conformar la alternativa supone una bendición para Sánchez. Además, patinará el PP si le ofrece una «mano tendida» al hilo de los aranceles, pues por el bien de España solo cabe confrontarlo sin darle respiro.
El divo de la Moncloa está desnudo. No hay presupuestos. Compromete gasto de manera alocada engrosando un pufo colosal (sin salir de esta semana: 7.000 millones de ayudas ante los aranceles, 2.000 millones más en defensa y la asunción de 83.000 millones de condonación de la deuda autonómica al dictado del separatismo). Además, la corrupción del sanchismo ha alcanzado la categoría espectáculo bufo (la «sobrina» Jéssica, el Maestro Azagra, la extraordinaria catedrática complutense…). La democracia está comprometida con la toma del TC y los ataques a jueces y prensa. Las humillantes cesiones al separatismo van desguazando la unidad nacional… Y sin embargo, la nave va. La oposición no logra fijar en el imaginario general la idea de que el Gobierno se encuentra en situación comatosa y urgen elecciones.
Así que me temo que la próxima vez que en un aperitivo me pregunten si Sánchez va a caer, mi respuesta va a ser pedirme un segundo vino. O dos y unas patatillas.
Pobre España. Es una cueva de sórdidos cutrichiles, donde se almacenan barriles de pólvora.