Por qué los españoles no tendremos «gran coalición»

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo (d), felicita al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al término de la segunda jornada del debate de investidura,
Cristina L. Schlichting.- «Dios, qué buen vasallo si hubiese buen señor», el verso 20 del Poema del Mío Cid acuña desde la Edad Media el drama de nuestro pueblo. Somos ganapanes y dueñas, somos caballeros y peones de aquella hueste afrentada por su rey, que tuvo que poner penoso rumbo al exilio. Trovadores y juglares transmitían los romances desde mucho antes de su plasmación en pergamino, como ya demostró Menéndez Pidal, así que la tradición del dirigente que no está a la altura de su grey es muy anterior al texto del 1190. El Medioevo no es plano ni triste, como ya nos demostró Huizinga, y por sus venas corrían los humores que traerían la modernidad a partir del s. XIII. Así que desde entonces venimos padeciendo la falta de concierto entre mandatarios y mandados. ¿Cómo no va a admirarnos la recién sellada coalición alemana entre conservadores y socialistas si andamos en banderías que nos desangran? La difícil convivencia entre rojos (SPD) y negros (CDU) se ordena allí en torno a un programa sencillo con tres pivotes: más prosperidad económica, menos inmigración y más defensa. ¿Cómo puede un «rojo» admitir que los refugiados ucranianos no reciban un subsidio? ¿O uno del CDU ceder la ruptura del techo de gasto? Con la cintura que nace del deseo de pactar para hacer fuerte y grande tu país.
En estos días de «trump putsch» y putinismo zarista, cuando nos recomiendan montar un «kit» de supervivencia, es una pena que el dinero se comprometa (desde esta semana) en garantizar la enseñanza del catalán en las escuelas europeas para hijos de funcionarios comunitarios y de la OTAN. La petición y el logro son del Ministerio de Educación, por mor de los acuerdos del Gobierno con Junts. Son desperdicios nimios, pero desperdicios de un país que no tiene cobertura sanitaria dental ni una red de discapacidad digna. Y ya se sabe, tacita a tacita. Ocurren estos desafueros porque andan nuestros señores buscando aliados que solo piensan en sus feudos, mesnadas, fueros, almojarifazgos y gabelas. Son prebostes incapaces de levantar la vista, romos de mirada, negados para hacer la lista de objetivos comunes que unirían a populares y socialistas en tantas cosas en las que están de acuerdo: defensa europea en el marco atlántico, unidad del continente, racionalidad migratoria, estado social, mercado liberal. Se pregunta una por qué pueden seguir tan divididos, quién les garantiza inmunidad impune, ¿cómo es posible que la historia reciente de España sea la creación de más y más gajos de país, sean Pujol y Arzalluz u Otegi y Puigdemont los protagonistas? Porque somos iguales que ellos, porque los votantes votamos bandos, no políticas. Cada uno de nosotros tiene un abuelo o tío, un héroe de cabecera, ficticio e irreal, pasado por el tamiz del tiempo y la indulgencia de la memoria, al que deseamos ser fieles (¡!) cada vez que vamos a las urnas, independientemente de lo que el partido de turno, el de «nuestro bando», haya hecho. Poco da, insisto, que el héroe de cabecera exista o no.