Feliz Semana Santa, por supuesto

El Cautivo congrega cada Lunes Santo a más de medio millón de personas en su recorrido por las calles de Málaga.
Antonio R. Naranjo.- El deseo que titula este artículo lo expresó el PSOE madrileño hace poco, como antes el presidente del Gobierno, muy rápidos siempre en estos lances y algo más torpes cuando se trata de lo nuestro. De la Semana Santa no parece haber rastro de felicitación alguna, como tampoco de la Navidad, convertida por algunos en unas fiestas más, como los Sanfermines o las Fallas, o desposeídas directamente de su sentido cristiano con una cursi apelación al solsticio invernal, que es mucho más progresista.
No es lo mismo celebrar el nacimiento de Cristo, o su martirio redentor, que el movimiento estacional del sol, así que un buen progresista optará siempre por lo segundo, aunque luego ponga el Belén y espere a los Reyes por los niños y se coja vacaciones en el mismísimo Gólgota, si es menester.
Puede parecer inocente todo, pero nunca lo es: la deconstrucción de las costumbres, los símbolos, los himnos o las banderas guarda siempre una estrecha relación con el anhelo de redefinir el espacio público, de cambiar las normas, de refundar un país y desde luego de reeducar a su sociedad, para adaptarla a unos parámetros nuevos donde quepa todo, por mamarracho que sea.
Eso de la ‘hegemonía cultural’ que tanto inspiró a Podemos con dos lecturas de Laclau y otras hierbas del montón vivió su apogeo con aquellos intentos, hace una década, de cargarse la Semana Santa de Sevilla o las Cabalgatas de Reyes en Madrid, y aunque fracasó y casi acaba con los promotores en el pilón del pueblo, dejó una huella que permanece y crece con mayor sutileza.
Ya no hace falta atacar frontalmente nada, basta con ignorarlo y esperar a que la Navidad o la Semana Santa sean como Halloween, una excusa para disfrazarse, beber, hacer un poco el tonto y trivializarlo todo en ese camino incesante hacia el relativismo que ningunea todo lo importante y eleva a los altares la frivolidad: hoy en día es más difícil ya decir que eres cristiano que, por ejemplo, no binario, una estupidez consistente en no identificarse con ningún género salida de esa sentina que es la ideología de género y enlazada con uno de sus grandes hits, la transformación del «sexo sentido» en un hecho jurídico: basta con quererlo para lograrlo, con las consecuencias legales, morales y laborales que acarrea, todas un despropósito.
Pero hemos dado ya un paso más y, junto a la consagración del delirio y el desprecio a la tradición, que siempre es una regla no escrita aceptada y heredada voluntariamente, celebramos lo externo sin estar invitados a la fiesta y con la duda de si, en el caso contrario, nos dejarían celebrar la nuestra.
Cuando el PSOE y Sánchez felicitan el Ramadán no solo están siendo injustos con una mayoría de españoles, a los que intentan aleccionar con su mitología buenista al margen de todo cotejo con la realidad: además están animando a que todo lo que quieren sustituir puede ser sustituido por otra cosa que no ha pasado los mismos controles de calidad democrática.
La estigmatización de lo ajeno siempre es injusta y lamentable, como toda causa general, pero hemos llegado a una terrible excepción sin darnos cuenta: sí se puede hacer, y se hace, cuando el señalamiento es a una religión, la católica; a un género, el hombre blanco occidental; o a una condición sexual, la hetero.
En el viaje de asumir el imprescindible respeto a las minorías, hemos acabado acatando el desprecio a las mayorías, como si todas tuvieran una tara y necesitaran de una urgente reeducación. Por eso celebrar la Navidad o la Semana Santa, con todas sus letras, son un memorable acto de resistencia cívica a tanto idiota con galones y firma en el BOE.