Mario Vargas Llosa, la verdad y el coraje
Zoé Valdés.- Mario Vargas Llosa está ahí delante, en esa tribuna que con su presencia se dignifica, ahora habla, se dirige a los cubanos, les convence de la verdad, les reconoce el denuedo, el constante arrojo, subraya la importancia de lo que será de ahora en adelante vivir en democracia, en esta hora distinta de decisiones exactas, sin derecho al error.
Me hallo entre los presentes, junto a Álvaro, Gonzalo, Morgana, sus hijos, y esa gran dama y mujer que ha sido Patricia, su esposa; asistimos como si fuera una vez más a ese acto tan solemne y hermoso de oír a un escritor que eligió la verdad frente a la ignominia, que con colosal arrojo enfrentó a oprobiosas dictaduras. Sin duda, esta es una ocasión diferente. Se estremece luminoso, como cuando lo vi en Barcelona, cuando dio aquel discurso para los españoles y España, su otra patria; despeinada su cabellera plateada, el rostro aguerrido, las manos colocadas encima de los papeles, esos papeles tan bien ubicados como su pensamiento.
Oigo extasiada su intervención que es toda compromiso de futuro; necesito mayor concentración, porque a diferencia de las anteriores conferencias sé que debo estar más lúcida, desmenuzar cada frase, descifrar cada concepto, beber de su sabiduría. Sin embargo, la serenidad y firmeza de sus palabras vuelven a atraparme en una especie de torbellino envolvente, de frenesí inusitado, presiento que estoy en el interior de una nube ligera, colmada de amor, de la que no quisiera salir nunca.
Por fin alguien que no grita en aquella tribuna, que no manotea y gesticula con rabia, que no insulta, que no alardea ni hiere; por fin alguien que nos llena de aliento y nos agasaja con la brillantez de su verbo. Menciona a Guillermo Cabrera Infante, añade que en su nombre y en esta isla se inaugurarán nuevos espacios donde escribir supusiera lo mismo que respirar. Miriam Gómez, sentada delante, jubilosa de que Mario no olvide a su amigo.
Observo a una gran cantidad de niños entre el público, van con sus padres, nadie los ha obligado bajo aquel sol de bendición, y no de maldición. Les noto alegres, por fin han empezado a alimentarse como Dios manda… Y, en ese mismo instante, Mario Vargas Llosa se refiere al alimento espiritual que es la libertad, que va acompañada de los nutrientes principales de la vida, de la creencia en la palabra, con valentía, del aprendizaje y el valor de enfrentar las dudas con mayores dudas.
Recordé cuando recién exiliada un medio de prensa me envió a Londres a entrevistarlo, no pudo ser porque mi pasaporte cubano no me lo permitió. Pese a que el editor José Manuel Lara movió cielo y tierra no se produjo aquel primer y deseado encuentro; Lara entonces hizo todo para que esa situación no volviera a repetirse, eran otros tiempos. La asistenta de Mario me faxeó unas palabras: «Nunca debes rendirte ante nada». Todavía conservo el fax medio borroso. Evoqué, sentados en torno a Esperanza Aguirre, junto al poeta cubano recién liberado Raúl Rivera, Mario no cesaba de nombrar a cada uno de los presos cubanos de la Primavera Negra por sus nombres y apellidos, los que todavía quedaban en la cárcel mayor, se los sabía de memoria.
Mario Vargas Llosa no sólo es el gran escritor, el novelista único e irrepetible, el agudo ensayista, el intrépido periodista, es además el liberador de numerosos y valiosos cubanos; eso lo sabe este pueblo —pienso para mis adentros—, unidos siempre en tantas horas que lo definieron a nuestro lado. Ese pueblo que él conoce muy bien debe agradecerle y devolverle a su nobleza pruebas de fe y lealtad, por todo lo que hizo por nosotros, cuando nadie hacía nada, cuando nos ignoraban y menospreciaban por el mero hecho de ansiar ser libres, cuando nos impedían alzar la voz en todas partes.
Mario rompió con aquel horror cuando a otro poeta le impusieron un juicio estalinista, entre tantos juicios injustos de los que se celebraron, ese poeta fue Heberto Padilla; desde entonces Mario Vargas Llosa fue prohibido en Cuba debido a su posición imbatible. Leímos ocultos sus libros, provenían de la biblioteca itinerante con títulos censurados por la tiranía, volúmenes que pasaban literalmente de mano en mano de una punta a otra de la isla y regresaban gastados, más que leídos, interiorizados, que fueron forjando junto a otros autores ausentes de las librerías un carácter pleno de rebeldía, y por supuesto abrieron el camino hacia la verdad y la justicia.
En eso pensaba cuando de pronto la mirada de Mario Vargas Llosa se posó en la mía, pude entender en la intensidad de sus hermosos ojos la alegría que sentía al estar ahí, el día tan anhelado, junto a los que siempre lo hemos amado porque lo hemos leído y hemos creído en él. Con él hemos ido aprendiendo la importancia individual y humana de enfrentar con coraje a los ignorantes que ostentan el poder y abusan sin límites de los que poco pueden hacer para cambiar las cosas, pero que al final logran cambiarlas. Mario Vargas Llosa nos dio un arma, su literatura, y también una verdad, su pensamiento, se lo agradeceremos infinitamente.
Como comprenderán he narrado un sueño que ha transitado mil veces por mis noches de insomnio; en ese sueño veo a Mario Vargas Llosa regresar a una Cuba libre junto a patriotas cubanos exiliados. En la Plaza Cívica (porque recuperaremos el nombre auténtico de esa plaza) el autor de La ciudad y los perros, La Casa Verde, Conversación en la Catedral, de tantos libros extraordinarios cuya obra selló con un cuento majestuoso, y con un silencio de despedida dedicado a la música, declamaba el más bello discurso que jamás ha pronunciado un hombre libre, un escritor cuyo compromiso con la justicia no traicionó nunca.
En paz descanse, querido maestro, ese sueño lo cumpliremos, y usted estará allí, en espíritu y amor.