Brilla la luz
En Navidad me quiero acordar también de otras cosas. Dentro de estas fechas entrañables, mágicas, de encuentro familiar y de buenas intenciones, de decoración y felicidad, existe la fealdad y la aberración, la crueldad y el sufrimiento. Precisamente porque es Navidad no deseo permanecer impasible ni ignorar tragedias siempre incomprensibles que ponen en cuestión la bondad natural del ser humano.
El otro día conocía una noticia que casi me hace vomitar. Una niña de 14 años que vivía en la calle Serrano de Madrid se había enamorado de un rumano de 22 que le prometió una experiencia romántica inolvidable. Ella le creyó y abandonó su hogar familiar. Se marchaba, tan joven y tan pronto, entregando el corazón y la confianza, entregando sus ilusiones y sus risas.
El rumano la engañó. La introdujo en una red de prostitución en un municipio extremeño estableciendo los servicios sexuales de la menor en 30 euros. Vivía con otros veinte inmigrantes procedentes del mismo país y poco después en una chabola junto a un vertedero. Retenida contra su voluntad, la vejaban cada día sometiéndola a un trato del todo inhumano, alimentándola mal y descuidando su ropa y su abrigo. Así llevaba desde septiembre.
Podemos imaginar la soledad terrible de esta niña, su miedo y su desesperación. La frustración ante la mentira despiadada del hombre por el que se olvidó de todo. La impotencia de sus gritos silenciosos que no llegaban a ninguna parte. La repugnancia que le provocaría el trabajo impuesto por vividores de la peor calaña. La vergüenza ilimitada por vender a la fuerza la intimidad que deseaba compartir con el hombre de sus sueños.
La maldad en este caso ha sido exagerada. La perversión no ha conocido límites. No sólo por los que la explotaban sin compasión, sino por los que disfrutaban pagando el precio del horror. Un concejal del municipio se ha suicidado al ser descubierto. El juez de paz, casado, ex concejal y hombre supuestamente de moral intachable era otro de los habituales usuarios del placer de los 30 euros. El rumano le llevaba a la menor al propio despacho situado, precisamente, al lado del ayuntamiento.
Este alarde de descaro y frialdad me ha hecho reflexionar de nuevo, sobre la impunidad de tantas conductas habituales, sobre la bondad de los hombres buenos y sobre la indiferencia de los demás. El pecado por omisión, tan presente y tan hiriente. En un pueblo de cuatro mil vecinos, estoy segura de que muchos sabían que tales situaciones se venían produciendo con asiduidad. Muchos sabían que una menor estaba siendo utilizada para generar un placer repugnante a personas repugnantes que, sin embargo, gozaban de la protección del silencio cómplice y cobarde de la población honrada.
Qué desesperación, qué tristeza tan inmensa y desoladora tuvieron que experimentar los padres al conocer el aislamiento de su hija. Qué tiene que pasar a nuestro alrededor para despertar las conciencias, para irritar los corazones, para provocar la mayor respuesta de rechazo y asco. Nadie comentó, nadie denunció, nadie se conmovió. Ninguna reacción a conductas tan desgarradoras: las de los delincuentes que explotaban a la menor y las de los hombres normales, “buenas personas”, que pagaban por destrozarla cada día un poco más.
Siempre me he preguntado cómo vislumbrar la distancia entre lo bueno y lo malo. Cómo distinguir ciertas bromas que sirven de coartadas para el disimulo. Cómo descubrir a los perversos que gozan causando daño y humillación. Cómo identificar a los que parecen normales para no descubrir demasiado tarde que no lo son. Cómo señalar la maldad camuflada y amparada por una sociedad adormecida que por ello se convierte en peligrosa. Cómo evitar que hechos similares a éste puedan producirse.
Me siento decepcionada e impotente. Pero es Navidad y puede haber esperanza. Puede brillar la luz de esta magia que no sabemos retener para que su fuerza ayude a la niña y a sus padres a creer de nuevo en la belleza, en la verdad, en el amor, en el futuro, en la vida para ser vivida, en las personas, en los buenos momentos, en que debemos ser mucho mejores. Sólo así se recuperará una niña, por ahora, malograda. Sólo entonces, se habrá producido el milagro.
La Navidad siempre es otra oportunidad. ¡Feliz Navidad! Con toda mi alma.
P.D.: Mi enhorabuena más sincera al policía local, ya en segunda actividad, que descubrió esta espantosa realidad. ¡Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!
*Alcaldesa de Fuengirola y portavoz del PP en el Parlamento de Andalucía.