Especial de Enrique de Diego para AD: Las Navas de Tolosa, los protagonistas y los escenarios (I)
Está situado al occidente de la ciudad de Burgos (España), algo retirado del río Arlanzón, en un terreno llano que antiguamente estaba ocupado por prados y que era conocido como “Las Huelgas”, que era la forma en que se denominaba al terreno que no se podía utilizar. Forma parte del Patrimonio Nacional.
Existía un pequeño palacio en estos terrenos donde está ubicado el monasterio, del cual se conservan algunos pequeños vestigios. El lugar fue elegido por el rey Alfonso VIII y su esposa Leonor de Plantagenet para levantar un monasterio cisterciense femenino que se fundó en junio de 1187.
Fue la reina Leonor quien puso mayor empeño en conseguir esta fundación con el fin de que las mujeres pudieran alcanzar los mismos niveles de mando y responsabilidad que los hombres, al menos dentro de la vida monástica. Elevaron al papa Clemente III la petición para fundar y consagrar el nuevo monasterio, petición que fue concedida de inmediato. Los reyes donaron cerca de cincuenta lugares cuyas tierras constituyeron desde el principio un importante patrimonio que se multiplicaría con el tiempo. Se conserva la carta fundacional del rey que empieza diciendo:
Yo, Alfonso, por la gracia de Dios, rey de Castilla y Toledo, y mi mujer, la reina doña Leonor…
Cîteaux otorgó a este monasterio el derecho a instituirse como matrem ecclesiam equiparándose así al gran monasterio francés de Fontevrault. En 1199 se convirtió definitivamente en casa madre de los monasterios femeninos de Castilla y de León.
La vida del monasterio dio comienzo con un grupo de monjas que llegaron desde el Monasterio de Santa María de la Caridad de Tulebras (en Navarra), donde existía desde 1157 el primer monasterio cisterciense femenino de la península. Las dos primeras abadesas fueron la infanta de sangre real Misol (o Mariasol) y la infanta Constanza, hija de los reyes fundadores.
La abadesa de Las Huelgas llegó a disfrutar de una autonomía y poder tan elevados que sólo dependía del papa y estaba por encima de la curia episcopal. La abadesa, como mujer, no podía confesar, decir misa ni predicar, pero era ella quien daba las licencias para que los sacerdotes hicieran estos trabajos.
“Apoyada en su hermoso callado de plata y con lujoso pectoral de pedrería, la abadesa no se anduvo con etiquetas:
– ¿Cuándo vais a espantar a todas estas cigarras que disturban el recogimiento conventual?
– ¿Queréis, acaso, fomentar desavenencias en mi matrimonio?
– Sólo deseo conseguir un poco de sosiego para las madres. Y nada bueno ha de devenir de tanta exaltación del adulterio, ni de tan coqueteo libidinoso. ¡Ja! Amor cortés le llaman, a lo que siempre se ha citado de maneras más claras y distintas. A este paso, si no se pone coto, me van a enamoriscar a alguna, si antes no acaban con la despensa.
– Nos creíamos que veníais a agradecernos nuestros desvelos por el Monasterio. Contad, don Rodrigo, cuanto ha costado que las Huelgas sea cabeza de todos los cenobios de monjas cistercienses de Castilla.
– Bien sabéis, madre abadesa –comenzó el arzobispo, mientras doña Misol no disimulaba su enfado por el cambio de conversación-, la fuerte oposición presentada por otros cenobios, aduciendo su mayor antigüedad. Mas el Papa ha condescendido ante el interés mostrado por su Alteza. Doce abadías os rinden pleitesía y se han reducido a vuestra obediencia.
– Eso sin tener en cuenta los amplios señoríos de los que sois dueña –apostilló Alfonso VIII.
– El convento –interrumpió doña Misol.
– Cedidos del patrimonio real, con jurisdicción plena, también en lo criminal –señaló Alfonso VIII. Con las lucrativas salinas de Poza de la Sal.
– Se os han concedido privilegios como ninguna abadesa goza en la Cristiandad. El poder de conceder licencias en vuestros territorios, como un obispo, al margen de toda jurisdicción eclesiástica –señaló don Rodrigo.
– Bien, bien. Nada tiene que ver todo eso con el cigarreo. Cuando Su Alteza yaga en el panteón regio no podrá descansar con tanto estruendo.
– Escuchará, entonces, los cantos de Querubines, Serafines, Tronos y Dominaciones. ¿No sabéis que tañen y salmodian ante el Todopoderoso? –terció don Rodrigo.
– ¡Ja! Ni junto con Virtudes, Potencias, Principados, Arcángeles y Ángeles podrán hacerse escuchar con tanta algarabía y enmudecerán, por cierto, ante lo que cantan troveros y juglares. Ni el rey ni doña Leonor podrán descansar en paz.
– Tened en cuenta que a doña Leonor lo lleva en la sangre –intervino Alfonso VIII. Su hermano, Ricardo, conocido como Corazón de León, buen trovador era y montaba en cólera cuando los monjes no seguían las notaciones adecuadas. Podría hacer yo lo mismo.
– ¿Que habéis de decir sobre nuestros cantos?
– El Consejo de Castilla ha sido de continuo interrumpido por antífonas, responsos y motetes. No se puede decir que no seáis aficionada a la música.
– Pues se habrán edificado. ¿No querréis comparar nuestros himnos litúrgicos con esos villancicos lascivos de esos ociosos juglares?
– Dicen que Roma ha aprobado la Regla de un fraile, natural de Asís, llamado Francesco, que llama a sus seguidores “juglares de Dios”.
– Apañados vamos con tanta novedad –dijo con escandalizado desparpajo doña Misol.
– Recordad, abadesa, cuan cara era la música a los Padres de la Iglesia, a San Agustín, Boecio, Casiodoro y el gran San Isidoro de Sevilla. Cuya dulzura y armonía consideraban reflejo de la belleza de Dios –explicó don Rodrigo.
– ¿Armonía? ¿Dulzura? ¡Me gustaría que hubieran escuchado a estos haraganes! Bien pronto hubieran cambiado de opinión.
– Tened cuidado con vuestro callado que Nos lo vais a meter en un ojo –indicó el rey.
– A más de una de esas cigarras debería darle en la testa para que no interrumpa nuestro silencio y podamos rezar en paz.
– Oraciones, y no reconvenciones, es lo que necesitamos. Se avizora una guerra incierta, con enemigo poderoso de la fe, como no se vio antes sobre la faz de la tierra.
– ¿Y cómo vamos a rezar con tanta rondalla?
– Nos consideramos que debéis hablar con doña Leonor –indicó el rey, intentando quitársela de encima.
– Nos consideramos que pretendéis darnos largas.
– El Nos sólo lo utilizo yo en este reino.
– Y yo en éste convento –replicó retadora doña Misol.
– Tengo la solución para el conflicto –indicó don Rodrigo, captando la atención de ambos contendientes. Hoy se canta por todo el reino y por toda la Cristiandad. En todos los lugares se recibe con los brazos abiertos a estos juglares. En los castillos de los señores, donde amenizan sus veladas, y en las plazas de los villorrios, donde concurren hombres y mujeres para escucharles.
– Y ¿bien? –apremió el monarca.
– Pues que serían unos magníficos heraldos de la Cruzada. Estos no son los tiempos del Papa Urbano, cuando la primera Cruzada. Les enviaríamos a cortes y ciudades y serían nuestros mejores predicadores.
– ¿Que haríamos Nos sin nuestro canciller? –enfatizó Alfonso, dando su aprobación inmediata a la idea.
– De paso –añadió el arzobispo- abandonarían las Huelgas.
– El monasterio quedaría libre de esa plaga –tradujo doña Misol.
– Y las buenas madres podrían rezar sin distracciones.
– Por el triunfo de la Cruz –enfatizó el monarca.
– En ese caso, os aseguro que por oraciones no será –se comprometió la abadesa.
– Es conveniente que tengáis bien dispuesta la capilla de Santiago. Pronto el Príncipe Felipe se armará caballero –indicó el monarca, pasando a otra cuestión.
– ¡Cuándo se vayan esos juglares, predicadores, según don Rodrigo! –bramó doña Misol”.
Las Navas de Tolosa. Ed. Rambla. Enrique de Diego
Canción dedicada a los héroes de la batalla de Las Navas de Tolosa, 1212.
http://www.youtube.com/watch?v=DkIJgGtOBZs
Gran idea poner las referencia de la realidad… que daño han hecho las políticas educativas. Y que interesante la creación del monasterio de las Huelgas.
Eso es España, gracias
A ver si el ejercito sirve para limpiar españa