Ante el Nuevo Año y la pasada Navidad
Cuando salga este artículo, ya habrá pasado la Navidad y estaremos en los umbrales de un Nuevo Año, que espero y deseo sea mucho mejor al que está a punto de desaparecer. De todas formas no creo que se tengan que producir cambios en nuestras vidas cada vez que inicia su aventura un nuevo calendario. Para mí el tiempo es una sucesión de intervalos que se inician en nuestro nacimiento y acaban cuando doña Parca hace su aparición y con ella terminan nuestras penas y alegrías. Lo mismo da un año que otro, salvo por la inevitable diferencia que denota nuestro organismo al paso de los años, sobre todo cuando se supera la barrera de los setenta. Sin embargo, no es un cambio que ha de sufrirse necesariamente en un determinado periodo de nuestra existencia.
Hay jóvenes que experimentan una profunda transformación en sus vidas y costumbres por un hecho casual, casi sin venir a cuento, hablando coloquialmente, y personas mayores que apenas sufren alteraciones en el devenir de los años pues dan la impresión de ser un calco del famoso cuadro de Dorian Grey. Y no me refiero a los que pasan por quirófanos o se inyectan esos extraños y molestos líquidos para llenar la flacidez de sus carnes. La merma de nuestras facultades físicas y mentales, más las primeras que las segundas, surge normalmente sin previo aviso, de manera casi inesperada, pues se va gestando lenta pero inexorablemente sin apenas darnos cuenta, cuando advertimos que lo que ayer era habitual y sencillo hoy nos resulta casi insuperable.
A veces nos parece que tarda bastante tiempo en manifestarse y creemos que somos incapaces de llegar a esa merma de facultades. Yo estoy experimentando esta transformación en los últimos meses, como si ya le viera las orejas al lobo y debiera estar preparado y alerta para el salto final a esa eternidad que a todos nos conturba, por muchas cosas buenas que nos cuenten de ella. Esta es la causa por lo que he procurado que los últimos eventos pasados, las bodas de oro matrimoniales del pasado día 7 y la Navidad, los celebrara como si se trataran de las últimas oportunidades de gozar y disfrutar con mis seres más queridos de unas fiestas tan entrañables. Apurando hasta el último minuto de cada día para saborear tanto bueno. Dios quiera que me equivoque y sigamos en contacto por estas fechas del año que comienza, un poco más viejo, pero con la misma ilusión que hoy me embarga y en las mismas condiciones mentales y físicas, pues prefiero desaparecer a verme hecho un vegetal incómodo y oneroso para los que se hallen a mi cuidado. .
La del Año Nuevo nunca ha sido una fiesta que me ha entusiasmado con exceso. No es fecha que forme parte de mis celebraciones más esperadas y deseadas. Siempre he considerado que el cambio de calendario, solo supone una nueva exhibición de bellezas ligeritas de ropa o futbolistas y musculitos enseñando sus biceps y torsos, pero nunca como el punto de partida que debe implicar una alteración en nuestras vidas. Tampoco ha sido de mi agrado, ni siquiera de niño, ese absurdo ritual de las doce uvas, que sólo nos supone empezar el nuevo año medio atragantado y casi sin respirar, tratando de acompasar esa ingesta constante y apresurada de uvas con las sonoras campanadas del reloj de la Puerta del Sol de Madrid, muy difícil de conseguir ya que siempre queda alguna en la bandejita cuando ha sonado la última. Al menos siempre me ocurre a mí. Lo considero una molesta trivialidad, contra el parecer de mi propia familia, por la que me someto cada año a esta difícil prueba. Lo estimo como una absurda costumbre a la que nos entregamos desesperados, intentando alejar la cotidiana calamidad que nos ha acompañado en el día a día y mes a mes del año que nos ha dejado. Como esa manía de llevar puesto algo rojo si queremos que la suerte nos acompañe en ese año que se inicia con más incógnitas y esperanzas que posibles y felices realidades, porque hace ya algunos años que perdimos toda ilusión en una vida mejor y más equitativa. En realidad lo que más me agrada de esta festividad es la oportunidad de presenciar el famoso concierto de Año Nuevo desde Viena, a través de la televisión. ¡Esto si que es una gozada!.
. De todas formas yo me sentiría el más feliz de los mortales si el mundo entero diera un giro de 360 grados y lo que hoy es negro, se convirtiera en un blanco inmaculado; si el odio dejara paso al amor en todos los corazones, sea cual sea su procedencia, credo, raza y situación; si no tuviéramos que hablar y mal del gobierno que rige el presente y el destino de nuestra patria, porque todos sus miembros reflexionaran y pusieran en práctica las medidas más adecuadas para que España volviera a ser una nación unida, generosa, respetada y pujante; si ninguna región, sea cual sea su lengua materna y su idiosincrasia se sintiera distinta a las demás y no se uniera al resto en un esfuerzo comunitario de hacernos mejores a todos; si las familias que por cualquier causa se hallan distanciadas, no solo fisica, sino sentimentalmente, obtuvieran el privilegio y el entendimiento de volver a reencontrarse en un abrazo permanente e inseparable; si los inmigrantes que han encontrado la paz , el trabajo y en algunos casos la dignidad en nuestro país, se integraran en nuestra sociedad y en nuestras costumbres y tradiciones y en lugar de considerarse marginados y diferentes se sintieran felices y hermanados con la población que les ha acogido, sin pretender que su presencia sea objeto de discordias y subterfugios que puedan herir susceptibilidades, ni verse incomodados en la práctica de sus creencias, que debemos respetar al igual que ellos deberán respetar las nuestras; si nuestra España vuelve a ser una patria común y hermosa para todos sus ciudadanos y políticos sin excepción, aparcando sus intereses partidistas y personales en beneficio exclusivo del bienestar de la Comunidad. Y como remate a mis peticiones, que todos cuantos formamos parte de esta gran familia continuemos nuestra labor, sin acritud ni aptitud ofensiva, enjuiciando cada problema con la debida serenidad y ecuanimidad, pero sin bajar la guardia, ni mordernos la lengua cuando estén en juego nuestras creencias y figuras religiosas y la integridad y defensa de nuestra Patria, que junto a nuestra familia, deben ser los objetivos más firmes y transcendentales de nuestra lucha cotidiana. Pero siempre con la verdad por delante, sin acudir a la calumnia y la descalificación para afianzar nuestras ideas. .
Que esa noche milagrosa en la que nació ese entrañable Niño judío, Dios vivo humanizado, nos sirva a todos, creyentes y no creyentes, de luz y estímulo para dar un cambio a nuestras vidas e iniciar el nuevo año lleno de amor, entusiasmo, ternura y generosidad para con el prójimo, de forma que consigamos hacer un mundo mejor, donde la guerra, la miseria, los abusos y el rencor sean conceptos casi olvidados de un pasado que jamás debe regresar.
Sólo deseo y espero que cuando en estas fechas tan señaladas estemos reunidos al calor de la familia, degustando esos manjares y bebidas propios de estas fiestas, nos acordemos que cerca de nuestra mesa, a lo mejor en la misma esquina de nuestra casa, hay personas, familias, ancianos y niños que pasan la noche helada sin tener donde cobijarse, ni alimento que caliente sus desfallecidos estómagos.
Pensemos que cada uno de ellos es una representación de ese Jesús que nació en un pesebre, aterido por el frío y en condiciones infrahumanas por redimirnos y cargar con nuestras culpas y maldades. Mañana le tocará el turno a los judíos, otro día a los islamistas y a los practicantes de otras religiones, en estas fechas nos toca a los cristianos demostrar al mundo que hemos sabido asimilar las enseñanzas de ese Divino Niño y hacer de nuestras vidas un permanente ejemplo de su bondad, misericordia, amor y ternura sin ningún tipo de distinciones y excepciones. Hagamos que esta Navidad se convierta en un estímulo constante a lo largo de nuestra existencia. Que Dios nos bendiga a todos y nos haga comprender que hacer el bien, sin mirar a quién, debe ser nuestra mayor recompensa. Felicidades a todos.