La muerte de Onésimo Redondo, el Caudillo de Castilla
FFF.- El 24 de julio, se cumplió el aniversario de la muerte de Onésimo Redondo, en Labajos, cuando se dirigía al “Alto del León”, conocido algún tiempo más tarde, en conmemoración de la famosa batalla que allí se libró, como “Alto de los leones”.
Con tal motivo hacemos público el testimonio de uno de los protagonistas de aquel suceso, más concretamente, del propietario y conductor del “Ford” que trasladaba a Onésimo Redondo, su amigo, el médico vallisoletano Eduardo Martin Alonso-Calero.
El tema que comentamos ha sido objeto de distintas interpretaciones, a las que dió pábulo la prensa del bando nacional y, singularmente, los periódicos “El Norte de Castilla” y el “Diario Regional”, ambos de Valladolid, que en sus ediciones del 25 de julio de 1936 hacían referencia a que “el atentado” contra Onésimo Redondo, fue llevado a término por rojos “disfrazados de “falangistas”, con “las características camisas azules”. De otra parte, la “Historia de la Cruzada Española” incidirá en la circunstancia de la confusión, producto de la semejanza de los colores anarcosindicalistas con los de Falange, que dio lugar, en el curso de la guerra -hasta que por orden de Hedillla, siguiendo instrucciones de la autoridad militar, se retiró la bandera roja y negra con las flechas yugadas de los frentes de combate- a frecuentes incidentes, como el ocurrido también en la batalla del Alto del León, .
Este es el relato que recoge la Historia de la Cruzada Española:
“Luego (Onésimo) se prepara para acudir de nuevo al frente. Se le advirtió que fuera prevenido y con buena escolta, porque en la carretera podía haber peligro. Pero despreció el prudente consejo. Le acompañaban su hermano Andrés, dos amigos, don Jesús Salcedo y don Eduardo Martin Alonso Calero y un falangista de su escolta, Agustín Sastre, campesino del pueblo de Mojados. Ocupaban un coche Ford, que, conducido por Alonso Calero, se lanzó por la llanura castellana a una velocidad de vértigo. Quería Onésimo llegar aquella misma tarde a la batalla, que sabía se estaba librando con encarnizamiento.
Salieron a las doce y media del día. En los pueblos, bajo el sol tórrido, los vecinos le saludaban brazo en alto. Era Castilla que le decía adiós por última vez. El viaje careció de anécdotas hasta que dieron vista al pueblo de Labajos, en los límites de Segovia y de Ávila, perteneciente a la primera de dichas provincias y a su partido judicial de Santa María de Nieva. Su misérrimo caserío -casas de adobe y de piedras- se alza en una dilatada llanura a un lado y otro de la carretera de Madrid a La Coruña. Cuando el Ford de Onésimo se acerca a su Plaza Mayor, se ve que en ella hay un camión parado y que a unos metros de él un par de fusileros preparan sus armas para cerrarles el paso. Sobre el camión hay otros veinte hombres armados, que llevan a los cuellos, y anudados sobre la cabeza, pañuelos rojinegros. Un banderín de estos mismos colores desfallece en brisa que lo mueve en el baquet. A un lado del camión y conversando con unos lugareños se ve a un teniente del Ejército.
Onésimo y los que le acompañan juzgan que se trata de camaradas de Falange. La identidad de los colores de su gallardete e insignias con los suyos propios contribuye a obstinarlos en su error. Por otra parte, no se les ocurre pensar que un destacamento enemigo haya podido llegar tan a retaguardia, en plena línea de comunicaciones de la columna combatiente, con sus bases de Ávila y Valladolid. Con toda confianza el coche para ante los dos centinelas que se acercan a reconocerle; Andrés Redondo echa pie a tierra para saludarles:
-¡Arriba España, camaradas! Viene con nosotros el jefe provincial de Falange de Valladolid. Llevamos mucha prisa. Ya para entonces los hombres del camión se han apeado precipitadamente y el teniente se adelanta pistola en mano. También los compañeros de Onésimo dejan su coche. En aquel momento el teniente se vuelve a sus hombres y grita:
-Son fascistas ¡Fuego!
El terrible episodio se desarrolló con la rapidez de un relámpago. Martin Alonso Calero había vuelto al baquet y trataba de poner en marcha el coche, cuando resonó la descarga. Andrés Redondo y Salcedo se hallaban en aquel momento uno en cada lado del coche. Andrés le gritó a su hermano:
-Échate, que tiran …
Onésimo, de un salto, quiso dejar su asiento, pero en el mismo estribo una bala le hirió una rodilla y cayó a tierra.
Sus acompañantes, imposibilitados de defenderse, procuraron ponerse a salvo. La patrulla agresora, que se componía de milicianos de la F.A.I. y que por eso llevaban el banderín y los pañuelos roji-negros -los colores de esa siniestra asociación- disparó de nuevo y esta vez las balas acribillaron al héroe castellano, que yacía inerme en la carretera. A pocos pasos de él cayó también muerto el falangista de su escolta Agustin Sastre, el campesino de Mojados.
Los tres supervivientes corrían en distintas direcciones perseguidos por las balas. Salcedo y Calero doblaron una calle hasta encontrar el resguardo de una tapia que les permitió llegar a un campo de trigo, en el que se ocultaron. Andrés Redondo siguió la dirección contraria.
Al cabo de un rato los escondidos en los trigos echaron a correr, pero a poco, Calero volvió a tenderse en tierra porque el calor sofocante y la emoción le imposibilitaron de todo esfuerzo. En esta posición oyó los pasos de los milicianos y que uno decía:
-¡Ahí va uno de la camisa azul!
¡Es el que falta!
Después de una verdadera odisea Salcedo llegó a un pueblo, donde intentaron fusilarle porque le creían un miliciano rojo, pero reconocido por el alcalde, que era falangista, lo alojó en su casa”. (1)
El biógrafo de Onésimo Redondo, José Luis Minguez Goyanes (2), que entrevistó a Eduardo Martin Alonso y a Jesús Salcedo Ciervide (3) , poco antes del fallecimiento de estos últimos, narra los hechos de esta forma:
“En la madrugada del 24 de julio de 1936, se dispuso Onésimo para partir de nuevo hacia el Alto del León. Salió temprano de Valladolid en un Ford de ocho cilindros propiedad de Eduardo Martin Alonso. Además de Onésimo, iban también en el coche su hermano Andrés, el joven campesino Agustín Sastre, Eduardo Martin y un individuo del pueblo de Mojados. Al llegar a Olmedo, este último se bajó del automóvil para poner unos telegramas a Valladolid, dejando su lugar a Jesús Salcedo que les estaba esperando en ese pueblo.
Hacia las 12,30 llegaron a Labajos. Poco antes de la entrada del pueblo vislumbraron un camión cargado de milicianos, que pensaron eran falangistas. Este camión formaba parte de la columna mandada por el teniente coronel Julio Mangada Rosenorn, famoso por su exaltado republicanismo y por sus excentricidades.
La columna Mangada había sido enviada desde Madrid con la idea de coger por la espalda a las tropas nacionalistas situadas en el Alto del León. Al llegar a Villacastín, pararon a repostar gasolina y como el combustible no llegó para todos los camiones, dos o tres de estos se dirigieron a Labajos a fin de repostar allí. El que esta columna venida de Madrid pudiese traspasar la sierra es comprensible, pues en esos primeros días de la guerra el frente no estaba consolidado y el trasvase de gentes de unas líneas a otras era relativamente fácil.
El caso es que con esos camiones que estaban repostando gasolina se encontró Onésimo cuando llegó a Labajos. Al aproximarse su coche a uno de los camiones, se bajó del mismo un miliciano y les encañonó con un fusil. En ese momento Redondo comprendió que no eran falangistas. El desconcierto cundió entre sus acompañantes y como el motor del automóvil se paró, se bajaron del mismo. Andrés Redondo, nervioso y no recuperado del susto, comenzó a gritar que no disparasen. A los pocos instantes una descarga abatió a Sastre. En cuestión de segundos, los demás acompañantes huyeron despavoridos. Solo Onésimo se quedó en las inmediaciones del automóvil.
Un primer disparo le hirió en una rodilla, cayendo junto al coche. Y una segunda descarga ponía fin a su vida.
Según Jesús Ercilla Ortega, un día oyó contar a una persona como había tomado contacto en una cantina madrileña con unos milicianos a los pocos días de este suceso. Los milicianos comentaban que habían matado a un fascista en Labajos y que, poco antes de morir, les había dicho “cosas muy bonitas”. Mercedes San Bachiller, viuda de Onésimo, también oyó contar algo parecido”. (4)
El testimonio, con las contestaciones de Eduardo Martin Alonso a las cuestiones planteadas en cuestionario remitido, tiene alguna analogía con el relato que efectúa Minguez Goyanes, especialmente en cuanto atañe a la maniobra de infiltración de la columna Mangada, si bien, de forma rotunda, Martin Alonso señala que no se produjo confusión alguna respecto a la identidad de los atacantes, ni que indujese a error la presencia de simbología anarcosindicalista:.
1º El atentado se produjo cuando nos dirigíamos al Alto de los Leones desde Valladolid.
2º El coche era de mi propiedad y conducía yo personalmente, que hube de detenerle en la carretera, por hallarse ésta interceptada por una camioneta y mucha gente del pueblo que estaba reunida con ella.
3º Los autores del atentado iban vestidos con monos e insignias rojas, e incluso en la punta de los fusiles, de modo que no tuvimos confusión alguna, eran rojos.
4º No creo nada de complicidad en el atentado, pues la camioneta de falangistas, con otros dos vehículos que se encontraban en Labajos que pertenecían a la Columna repostaron en Villacastín. Al acabarse la gasolina, pues por lo visto eran muchos vehículos, fueron a repostar a Labajos, dando la casualidad de que algunos vehículos, entre otros el nuestro, pasase en esos momentos por Labajos. Prueba de ello es que al terminar de repostar y de cometer el atentado contra nosotros, un coche de un médico que había llegado anteriormente, se marchase nuevamente a reunirse con la columna Mangada.
Para su conocimiento la Columna Mangada pasó de madrugada por Ávila, nadie les detuvo, ni nadie les preguntó a donde iban y quienes eran, a pesar de haber guardias en la muralla. Repuestos de gasolina la Columna Mangada salió con dirección al Alto de los Leones pues Mangada suponía la escasa guarnición que había allí y su intención era atraparlos por la espalda; pero una camioneta que venía del Alto de los Leones con falangistas, al conocer que la Columna Mangada estaba repostando en Villacastín, por un aviso que les llegó, desplegó todos los falangistas que traía después de pasar por Villacastin, por las piedras que hay inmediatas a la carretera. El General Mangada al verse hostilizado desde todas partes al salir de Villacastin, dió orden de retirada y volvió a Madrid por el puerto del Pico.
Esta es mi honrada opinión y si le sirve de algo tengo mucho gusto en comunicárselo, pues nunca he oído que esto haya sido aclarado y lo encuentro todo razonable pues en su día recogí opiniones que lo confirmaban.” (5)
José Luis Minguez Goyanes hace también referencia a la versión opuesta, con el mismo escenario, pero “cambiando únicamente los personajes”: “En vez de milicianos -dice-, los emboscados serían un grupo de falangistas. Por extraño que parezca, muchos falangistas fueron y son voceros de esta versión” (6). Y, efectivamente, en cierta medida ha participado de esta opinión la propia viuda de Onésimo, Mercedes Sanz Bachiller -si tiene razón cuando afirma que “Onésimo fue el único que les hizo frente”- , y así lo pone de manifiesto en declaraciones a “El Mundo”, efectuadas con ocasión del 70 aniversario del inicio de la guerra civil:
“Yo creo que fue una cosa preparada. No sé. Hay un gran misterio alrededor de esto. No se sabe si hasta lo asesinó alguien casi nuestro… Es una barbaridad decir esto, pero José Antonio estaba en la cárcel, había cierta rivalidad entre las JONS y la Falange, y la verdad es que Onésimo el día anterior había ido y vuelto sin tener ningún problema. Iba al Alto del León a dar ánimo a los combatientes falangistas. Fue en coche con su escolta, bueno, con un chico, porque a él no le gustaba llevar escolta, con el conductor, que era un íntimo amigo, y con su hermano Andrés Redondo, que luego lo sustituyó como jefe de la Falange. Ellos tres se salvaron, se metieron por los trigos y pudieron escapar. Pero él no, porque, además, les hizo frente.
Sucedió así: Al llegar a Labajos les pararon unos individuos que iban en un camión vestidos con camisas azules. Dijeron que eran de la columna de Mangada, pero la verdad es que no se sabe quienes eran. Se detuvieron, porque el camión de los milicianos estaba atravesado en la carretera, de manera que el coche no podía continuar. Entonces empezaron a pegarles tiros.
«¡Al de los cordones! ¡Al de los cordones!», gritaban. Lo decían por Onésimo, que llevaba cordones. Primero le hirieron en las piernas y cayó. Desde el suelo, les decía a sus asesinos: «Estáis confundidos, yo no vengo en contra vuestra. Yo vengo a liberaros de muchas cosas que no son justas. Jamás mataré a un hombre con alpargatas». Eso lo decía siempre, porque la alpargata era el calzado habitual de la gente más humilde. Entonces dijeron: «Dale en la cabeza». Y lo remataron. Lo dejaron tirado en el suelo, cubierto de sangre. La vida es así. Hacía tres días que había salido de la cárcel de Ávila”. (7)
Por nuestra parte nos mostramos contrarios a cualquier teoría conspirativa y en su día nos parecieron convincentes los argumentos del jefe provincial de Falange Española de las JONS de Zamora, que si no fué protagonista del suceso, si siguió más de cerca los acontecimientos, que otros camisas viejas que se han apuntado a la tesis de la “vendetta” dentro del campo falangista. Coincidimos pues, con las consideraciones de José Luis Minguez Goyanes:
“…Redondo tuvo muchos encontronazos con alguno de los centuriones vallisoletanos y estas tensiones llegaron a veces a extremos preocupantes. Pero no hasta el punto de perpetrar el asesinato alevoso del jefe de la Falange vallisoletana. Tal especie podría ser creíble si el hecho hubiese ocurrido unos meses más tarde -recordemos las gravísimas divergencias habidas en el seno de FE de las JONS, andada ya la guerra-, pero no a los seis días de iniciado el alzamiento” (8).
También hay que descartar que la actuación contra Onésimo por parte del bando rojo, fuese una acción planificada, ni siquiera una emboscada, lo que implicaría la organización de un dispositivo en torno a alguna vía de comunicaciones con elementos apostados, pese a que, como represalia, fuesen fusilados más tarde algunos vecinos de Labajos, que nada tuvieron que ver con los hechos. Utilizando la terminología castrense, caso de que se hubiese producido auténticamente un choque, estos hechos habría que incardinarlos en lo que se conoce como “combate de encuentro”. No conocemos el tipo de armamento que portaba el grupo de Onésimo Redondo, aunque es verosímil que fuesen provistos al menos de pistolas, que en las distancias cortas, como parece era el caso, les hubiesen permitido intentar abatir al miliciano que les dio el alto y romper el contacto, iniciando un repliegue, utilizando, en su caso, el vehículo que ocupaban. Pero, en todo caso, la situación era difícil, el grupo de Onésimo era de escasa entidad y , al parecer, no estaba integrado por profesionales de la guerra, ni hay constancia que ninguno de sus componentes hubiese formado parte de la Legión, lo que le podía haberle impulsado al cumplimiento del “espíritu de compañerismo”, del Credo Legionario, “con el sagrado juramento de no abandonar a un hombre en el campo hasta perecer todos”.
NOTAS:
(1) Historia de la Cruzada Española.- Volumen 3, Tomo 12, págs. 369-370 Ediciones Españolas
(2) El vallisoletano José Luis Minguez Goyanes inició sus investigaciones sobre Onésimo Redondo con el objeto de preparar su memoria de licenciatura en historia bajo el título de “Onésimo Redondo entre el conservadurismo y la Revolución”. En Madrid le asesoró sobre este tema, facilitándole incluso el contacto con Jesús Ercilla y el matrimonio Mercedes Sanz Bachiller- Javier Martinez de Bedoya, el que fuera gran amigo nuestro, Víctor Fernández Zarza, hoy en día catedrático en la Escuela de Bellas Artes de Madrid y que intervino en el intento de refundar JONS en la transición. Minguez Goyanes no es un nacionalsindicalista. Cuando realizó sus trabajos de investigación era funcionario de la Junta de Galicia y estaba en la órbita del Partido Popular. En todo caso, la caracterización que realiza de la figura de Onésimo Redondo, coincide sustancialmente con la que nosotros hacemos, bien entendido que nuestra fuente de información proviene principalmente del “bando rival”, encabezado por González Vicén.
(3) Jesús Salcedo Ciervides pasará “una temporada a la sombra” pues se vió implicado en un incidente con ocasión de la disolución de la Academia de Pedro Llen, secundando la actitud de José Cacao Sánchez, que al parecer sacó una pistola a los enviados del general Monasterio, al frente de los cuales se encontraba un teniente de la Guardia Civil.
(4) Citamos del opúsculo Vallisoletanos: Onésimo Redondo, por José Luis Minguez Goyanes.-Obra cultural de la Caja de Ahorros Popular, Valladolid.-1984:, págs. 157-159
(5) Testimonio de D, Eduardo Martin Alonso-Calero, Valladolid, 8 de Octubre de 1980.
(6) Vallisoletanos: Onésimo Redondo, ob. cit,, págs. 157-159,
Ante el autor de este artículo, defendieron la tesis de la “vendetta” entre falangistas, Ángel Alcázar de Velasco -poniendo nombre y apellidos al autor- y Vicente de Cadenas y Vicent, jefe nacional de prensa de FE de las JONS.
(7) El Mundo. “Mercedes Sanz Bachiller”. “La guerra civil setenta años después”.
(8) Las pugnas internas en la Falange vallisoletana durante la guerra civil adquirieron un carácter bastante turbulento, con el resultado de la destitución de Andrés Redondo como jefe territorial. De otra parte, poco antes del Decreto de Unificación, el neofalangista Antonio Tovar, jefe provincial de Prensa de FE de la JONS, fue víctima de un atentado, en el bar donde concurría, a cargo del falangista Conrado Sabugo, que le descerrajó varios tiros en la barriga, aunque, tras una temporada de hiospitalización, Tovar salió bien librado del trance. Girón de Velasco sustrajo a su amigo Sabugo de la actuación de la justicia, sacándolo de Valladolid y escondiéndolo en la provincia de Palencia.
Magnifico relato que ilustra aquellos dias en que se colapsó una situacion llevada hasta sus máximos extemos. Cuanto horror silenciado y cuanta injusticia enterrada.
Cuántos hombres de gran valía se dejaron la piel y la de los suyos por este trozo de tierra al que de nuevo quieren los enemigos de España expoliar y someter a vejación eterna. Si estos mismos hombres, valerosos, entregados y sacrificados, patriotas que lo dieron toda a cambio de nada, hoy pudieran ser testigos de adónde hemos permitido que volvieran a llegar las cosas, con toda seguridad se volverían a alzar en armas. Pero no contra las huestes del enemigo sino contra los que habiendo podido poner freno a tiempo a esta decadencia, nada hicimos para evitarlo. Y lo… Leer más »