Enrique de Diego.- Cuando escribí y aún más cuando publiqué “La monarquía inútil” (Editorial Rambla) sabía que asumía riesgos y que sufriría consecuencias, porque rompía un tabú y tocaba al núcleo del mal del sistema. Pero por responsabilidad era fundamental avisar a la nación de que el peor enemigo de España es Juan Carlos de Borbón y la peor enemiga de la unidad de España la monarquía borbónica juancarlista.

Por supuesto que era un corrupto compulsivo, a sueldo de los saudíes, cosa que era un secreto a voces y que ya es un clamor internacional, con el The New York Times situando su fortuna en 1.800 millones. O que él fue el avalador del golpe de Estado del 23-F, aquella pantomima zarzuelera, que cortó Tejero cuando se dio cuenta de que estaba siendo utilizado.

Pero por encima de esas cuestiones –tengo para mí que “La monarquía inútil” abrió la veda por la que se desangra el crédito juancarlista edificado sobre groseras mentiras como la familia real ejemplar que se nos ha vendido cada Navidad- la fundamental era señalar ese peligro para la unidad de España que representa ésta monarquía, basada en la cesión al separatismo y, por ende, dedicada a la destrucción de España.

El propio Torcuato Fernández Miranda le explicaba a Gonzalo Fernández de la Mora que la legitimidad para la continuidad monárquica dependía de los “socialistas, que perdieron la guerra, y de los nacionalistas que culpan a los Borbones del decreto de Nueva Planta”. Los demás, señalaba, no iban a hacerse republicanos, no había que atenderlos; glorioso cinismo.

La Ley electoral ya se hizo a medida de los separatistas, para que ellos tuvieran el poder, y eso se expresó con claridad en los debates de la Ley de Reforma Política, con Cortes franquistas todavía, en proceso ya de demolición. El artículo 2 con el confuso concepto de nacionalidades fue una concesión clara celebrada con alborozo en Zarzuela. La Constitución de 1978 –de la que salva el artículo 8- es el mayor ataque a la unidad de España desde arriba y desde dentro.

El proceso de demolición está llegando a su final, a su culminación y es preciso hablar alto y claro, con la voz fuerte del patriotismo. Se pretende acostumbrar a la opinión pública a la palabra independencia, para después ir a un pacto en el que esa sea la situación de hecho, aunque parezca que, como siempre, todos han cedido, cuando lo único que se cederá es España, esta doliente y ninguneada España. Se ha llamado siempre el pacto con la Corona, pues al Borbón España le da una higa (su traicionado padre estaba lleno de defectos pero aún era un patriota, el hijo es un banal oportunista). Ese pacto se pretendió llevar a cabo durante la Constitución ofreciendo la independencia a Vascongadas, mediante una enmienda constitucional presentada por los cuarenta senadores designados por Juan Carlos, y no salió por los pelos. He contado ese episodio tremendo y oscuro en “La monarquía inútil”. Establecer una relación similar a la que la reina de Inglaterra tiene con Australia o con Canadá. Una especie de mini Commonwealth. Y es a lo que se quiere ir ahora con Cataluña. Juan Carlos sólo aspira a mantener el puesto que le permita a él y a los borbones vivir como gorrones. Si los separatistas están dispuestos se hará o se pretenderá hacer, porque algunos estamos dispuestos a dar la batalla hasta el final y la ganaremos. Por ahora, Artur Mas, el mindundi, el mayordomo de los Pujol, parece haber sublimado su papel mesiánico y habla de República, mientras Rajoy le remite continuamente dinero público para tapar su desastre gestor y Juan Carlos se prodiga con estúpida y exasperante melosidad. Se detuvo ante él en el aquelarre reciente de parásitos autonómicos con edulcorada sonrisa.

Lo que podríamos denominar Operación Commonwealth consiste en que Cataluña mantenga un lazo formal con la monarquía, que respete el puesto de trabajo borbónico y cierto decoro en el protocolo, mientras se destroza la piel de toro, esperando la aquiescencia de una sociedad adormecida y manipulada, donde los patriotas, con su enervante división, hacen el juego al sistema y se sitúan en complicidad con tales latrocinios por inanición e incapacidad de respuesta.

Lo que no se ha puesto en marcha ahora sino que lleva cuarenta años de caída libre por el despeñadero es una traición como un castillo, es una completa felonía, que se trata de pasar como la costumbre de la tarde pragmática y dulzona mientras, al tiempo, la sociedad va siendo llevada a la indigencia y al hambre. Por eso, la solución a la crisis es más España, mucho más España.

Cuenta el propio Juan Carlos en su frívola autobiografía mediante conversaciones con José Luis de Vilallonga que, estando en coma Franco, salió por un momento del estado letárgico, y aferrando al Borbón con fuerza las manos le conminó a “mantener la unidad de España”. Porque “Franco con la unidad de España no admitía bromas”, añade Juan Carlos. Pues éste las ha admitido todas, macabras, de un humor negro apestoso.

La broma negra está llegando a su desenlace y conviene estar alerta, hacer horas extra en la denuncia y en la lucha lúcida por España. Juan Carlos es el mayor enemigo de España, me reafirmo en lo escrito en “La monarquía inútil” y me enorgullezco de haber publicado ese libro y de la persecución sufrida. España ha sido, es y será una nación, no un puzzle, no una pequeña Commonwealth. Y no es baladí añadir que los separatistas son imperalistas y que los separatistas catalanes aspiran a anexionarse Baleares y Valencia y los vascongados, Navarra. Están provocando una guerra balcánica y hay que impedirlo. Juan Carlos cederá, es su instinto y su costumbre. Rajoy está cediendo, es el biotipo de político de este sistema degradado. Los patriotas no vamos a ceder nunca.