Fumarse a los demás
A la primera van y, zas, comparan cualquier cosa con el nazismo. Los últimos en perpetrar tal dislate –y tal maldad– son de tipología variada. Por un lado, el alcalde de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva, cuya tendencia a admirar “los morritos” de las políticas lo hizo otrora famoso. Va el tipo y como no le gusta la ley antitabaco, porque debe de ser de esos ultraliberales aznarianos que quieren beber lo que les dé la gana, conducir a la velocidad que les dé la gana y fumarse la vida donde les dé la gana, pues no tiene otra que citar a Martin Niemöller en su histórica cita sobre las persecuciones nazis. Y luego llega otro ínclito, el escritor Pérez Reverte, cuyo gusto por la palabra gruesa marca tendencia entre los fans del histrionismo literario. Reverte aún ha sido más cerdo, y perdónenme que imite su estilo. Ha llegado a decir, ja, ja, ja, que a Ana Frank la detuvo la Gestapo porque bajó al bar a echar un pitillo.
Es más gracioso, y se viste de Goebbels por carnaval. Sinceramente, me resulta repugnante esta brutal banalización que algunos simples hacen de una tragedia que tiñó con sangre de millones de personas la piel de Europa. Y sí, se puede ser un simple de espíritu y vender miles de libros. Pero lo cierto es que detrás de alguien que minimiza la maldad del nazismo sólo puede haber un ser humano cuya sensibilidad se acerca a la del plomo. O eso, o es un fascista encubierto, lo cual descarto –supongo– en ambos dos casos. Ya está bien de hacerse los graciosos, usando el nazismo como si fuera un kleenex para limpiar los moquitos de los tontos a las tres.
Dicho lo cual, a mí tampoco me gusta nada esa idea de la delación, y eso que estoy de acuerdo con la ley antitabaco. Fundamentalmente, por una cuestión que es central, aunque no siempre centra los debates: la capacidad que tiene el tabaco de fumar a los que no fuman. Cuando la práctica de un vicio privado sirve para matar a los que no lo practican, la sociedad debe encontrar la forma de regular esa práctica.
A eso lo llamamos civilización. Se puede hacer mejor o peor, se puede entrar en contradicción, o en doble discurso o bla, bla, bla, pero lo cierto es que prohibir el tabaco en determinados espacios es una necesidad sanitaria y una obligación democrática. Otra cosa distinta es convertir a los ciudadanos en policías, lo cual me parece una barbaridad. Es cierto que desde los tiempos bíblicos todos somos los guardianes del hermano, pero hay una diferencia sustancial entre convivir y controlar al vecino. Es el Estado el que debe garantizar el cumplimiento de las leyes, y cuando se ve incapaz de ello, también es el Estado el que falla. Vean ustedes, pues, la ironía. Estoy de acuerdo con la crítica de León de la Riva y de Reverte, y, sin embargo, han conseguido que su crítica me repugne. Es lo que tiene el plomo cuando intenta opinar sobre la vida.