La patada en el tablero
Lo conocí en el 2007, en Buenos Aires. Era el aniversario del brutal atentado contra la sede de la Agrupación Mutual Israelita (Amia), cometido, según la investigación, por miembros de Hizbulah con apoyo de Irán, y que en 1994 provocó 85 muertos. Tuve el inmenso honor de hacer el discurso de homenaje a las víctimas. Ellos dos, Néstor y Cristina, estaban en la primera fila, casi perdidos entre una multitud que abarrotaba la calle Pasteur 633, en pleno corazón de la capital. Me saludó con amable firmeza y luego me contaron que, al oírme, había dicho “esta mujer tiene muchos h…”.
De aquel breve encuentro guardo la impresión de haber estado ante un hombre poco dado a la flexibilidad, y de que mandaba más allá de sus muchos cargos. El conocimiento de la vida política argentina me confirmaría posteriormente ambos supuestos. Néstor Kirchner fue algo más que un ex presidente y un controvertido marido de la presidenta. Fue el padre padrone de la vida argentina, y no sólo en términos políticos. Fue el hombre que lo intentó casi todo: amordazar a la prensa, asustar a la oposición, domesticar al campo y dominar al Gobierno sin demasiada sutileza. En El Calafate era el auténtico amo del corral, el gran propietario de la provincia, cuyo patrimonio había crecido tan aceleradamente como su poder. Recuerdo cómo, en un viaje al sur, el nombre de Néstor causaba tanta simpatía como miedo. Si su mujer intentaba ser una émula posmoderna de Evita, él intentaba ir más allá de Perón, a medio camino entre un aprendiz de Obama y un populista bolivariano.
Gran amigo de los Chávez que pululan, para su desgracia, por el continente, fue también el artífice de un burdo uso político de la memoria histórica argentina, hasta el punto de que no dudó en ensalzar a algunos personajes tétricos que, en nombre de los desaparecidos, gritan hurras a las FARC y celebran los muertos del 11-S.
A pesar de que la historia ya no podrá escribir su próximo capítulo, forma parte del consenso porteño considerar el mandato de Cristina un paréntesis entre su anterior mandato y el siguiente, perpetuando así en la Casa Rosada a una auténtica pareja de poder, casi a una dinastía. Pero ya no podrá presentarse y su muerte repentina es una auténtica patada en el siempre inestable tablero argentino. Primero, porque de los dos pingüinos -como son conocidos en el país-, Néstor era el auténtico motor, el Boss en mayúsculas.
Y segundo, porque ahora todo queda mucho más abierto y cualquier hipótesis manejada hasta ahora puede cambiar radicalmente. Argentina es un país en eterno psicoanálisis colectivo y a pesar del enorme rechazo contra los Kirchner, todo puede pasar. Sobre todo porque tiene una tendencia irrefrenable a convertir en mitos a los difuntos. Veremos. En cualquier caso, sin Néstor Argentina es otra Argentina. La cuestión es saber qué tipo de Argentina será.