Apuntaciones sobre el Tribunal Constitucional, el falangismo y la tercera restauración monárquica
1. Tribunal Constitucional. No es una cuestión a debatir entre los partidos políticos o sus militantes, ni entre los medios de comunicación afectos o aliados con ellos. El Tribunal Constitucional es un órgano judicial y político clave en la formación y el funcionamiento de un Estado de Derecho realmente social y democrático. Su deficiente actuación, su vergonzosa situación, su asquerosa sumisión a los intereses y las conveniencias de los partidos políticos y del Gobierno ejerciente, demuestran bien a las claras que España vive desde hace demasiados años en un régimen realmente injusto, oligárquico y atrasado. Un régimen que los españoles debemos derribar cuanto antes para sustituirlo por otro de verdad justo, realmente democrático y sustantivamente social.
2. Tercera restauración monárquica.
HA llegado el momento de hacer un análisis crítico de la tercera restauración en España de la monarquía borbónica. La primera fue aquella que se hizo tras la caída de Pepe Botella, el hermano de Napoleón que reinó con el nombre de José I desde 1808 hasta 1811 apoyado en la fuerza militar francesa, en el consentimiento de Fernando VII -que lo dió a cambio de que Napoleón le garantizara un buen puesto en su Imperio-, y en los esfuerzos de una buena parte de españoles -los afrancesados- ilusionados con la posibilidad de construir una España más justa y moderna que la representada por Carlos IV y sus hijos. La segunda restauración borbónica fue en 1870, cuando el golpe militar del general Martínez Campos impuso a la indiferencia del pueblo que el hijo de Isabel II la reemplazara en la legitimidad dinástica con el nombre de Alfonso XII. La tercera y última restauración de la monarquía, como sabe todo el mundo, la hizo Franco al lograr que las Cortes Españolas y el pueblo español aprobaran por práctica unanimidad que Juan Carlos de Borbón fuera su sucesor a título de Rey en la Jefatura y la garantía de continuidad del Estado surgido tras el Alzamiento Nacional -militar y popular- del 18 de julio de 1936, siempre que el propio Franco hubiera previamente muerto, estuviera incapacitado o hubiera renunciado a su puesto, y tras la jura solemne de cumplir sus compromisos libremente contraídos en el momento de aceptar dicha sucesión y el título, la categoría y las ventajas de ser Príncipe de España en el Estado franquista.
3. El falangismo.
PROGRES y pijos -socioslistos y pulpolares- coinciden en calificar de fascistas o de residuos del fascismo a cuantos no renieguen y maldigan de cuanto se emparente o huela a falangismo o franquismo… Veamos cuánto hay de pobreza intelectual y de mala leche en esa actitud política, base de la monarquía parlamentaria y democrática que venimos disfrutando desde 1978.
En septiembre de 1932, Manuel Azaña, jefe del gobierno de la Segunda República, pronunció un discurso en Santander. En él podemos encontrar esta frase definitoria de su pensamiento político: “Nosotros, los hombres que hemos traído la República, necesitamos la patria republicana para nosotros, porque nosotros queremos una patria grande y libre”.
Uno de los hombres que leyó esta frase -pues no consta que asistiera al mitin azañista de Santander- fue José Antonio Primo de Rivera, en aquellos días alejado de la acción política por diversas causas que no son de analizar en este momento. Un año después, el día 29 del mes de octubre del año 1933, José Antonio proclamó desde el escenario del madrileño Teatro de la Comedia la fundación de un nuevo movimiento político que tardó algún tiempo en llamarse Falange Española tras renunciar -es otro dato significativo- al nombre de Fascio o Fascismo Español que otros le habían propuesto.
José Antonio fue elegido diputado a las Cortes por la provincia de Cádiz en la convocatoria de diciembre de ese mismo año 1933, al mes escaso de haber dado a conocer su propuesta política. No lo hizo, por tanto, en calidad de falangista. Llegó a su escaño como miembro independiente de la candidatura derechista que encabezaba quien fue alcalde de la ciudad gaditana durante los años que el general Primo de Rivera fue Dictador de España por encargo y consentimiento del rey Alfonso XIII. Desde su condición de diputado independiente tuvo ocasión de oir en diciembre de 1934 -dos meses después de haber fracasado el golpe de Estado marxista y separatista iniciado en Barcelona y Asturias por los socialistas y los catalanes de izquierda, justo cuando él acababa de ser elegido Jefe Nacional de Falange Española- cómo un diputado por Esquerra Republicana de Cataluña llamado José Antonio Trabal aseguraba no tener ninguna duda de que “el pueblo catalán siempre luchará por una España grande y libre”…
No existe, pues, ninguna posibilidad de que la unidad, la grandeza y la libertad de España estén ligadas o en algún modo dependan del fascismo, el falangismo y el franquismo, sobre todo si tales realidades políticas se consideran orígenes o residuos de un pasado opresor. Cierto es que ese lema “España, una, grande y libre” fue acogido por la Falange y hecho suyo antes de 1936, y en razón de ello adoptado por los españoles que desde el 18 de julio veían posible y deseable la construcción y el funcionamiento de un Estado nuevo. Así se concretó en el escudo -supremo símbolo político- de la nueva España cuando se decidió sustituir el implantado por los Borbones tras vencer en la guerra civil que su llegada provocó al iniciarse el siglo XVIII y que la Segunda República mantuvo en 1931 con las leves modificaciones que suponían la sustitución de la pesada corona borbónica por la cívica mural republicana y la eliminación de la flor de lis -divisa familiar de la dinastía francesa- como botón de cierre de los fundamentales reinos españoles. El nuevo escudo nacional, versión actualizada del adoptado por los Reyes Católicos tras lograr y consolidar la unidad de España destrozada por la invasión musulmana tras la decadencia y el desastre de la monarquía visigoda, lucía su lógico y esencial lema sobre la corona imperial y en torno del cuello del águila ibérica, símbolos de la España de mayor dimensión histórica.
Los diseñadores y constructores de la monarquía democrática y parlamentaria implantada en 1978 al amparo de ese escudo nos deben a los españoles una explicación del por qué lo sustituyeron por el actual, símbolo de la España protagonista de la creciente descomposición histórica y política de nuestro pueblo desde 1704 hasta ahora. Nos deben esa explicación el rey Juan Carlos, sus consejeros y auxiliares secretos durante el periodo que fue Príncipe de España y sucesor de Franco, sus chiquilicuatres y soplagaitas lacayos realizadores de la tan elogiada transición… Tenemos derecho a saber por qué les molestaba que España aspirara ser siempre “una, grande y libre”… Tenemos la obligación y el derecho de saberlo ahora, sobre todo ahora, cuando para nuestra desgracia está cada vez más desunida, empequeñece a diario, y se ve y se siente a cada momento más esclavizada por las bandas de intereses y ambiciones que conocemos se amparan y extienden bajo el nombre de partidos y sindicatos.