Imran Firasat y su familia.

Como todos ustedes saben, mi condición de refugiado fue revocada por el Ministerio del Interior con el argumento de que mis actividades contra el islam suponen un riesgo para la seguridad nacional de España. Me dieron un mes de plazo para presentar un recurso de apelación, que estoy en proceso de hacerlo. Pero la persecución no termina aquí. Todo la persecución de que estoy siendo objeto por parte de las autoridades españoles obedece a un único fin: tener contento al mundo musulmán, plegarse a sus chantajes y condiciones.

Esta noche (por la del martes), recibí una llamada de la Policía. Se me ordenó trasladarme a la comisaria y devolver mi tarjeta de residencia. Yo les dije que estoy en el proceso de recurrir la decisión de revocar mi asilo en España por parte del Ministerio del Interior y que no podían dejarme sin mi tarjeta de identidad hasta que la Audiencia Nacional diga la última palabra sobre mi estado legal. Me negué a ir a la comisaria.

Pero las autoridades españolas tienen tanta prisa en deportarme a Pakistán que ellos mismo vinieron a mi casa a las 21:00 horas para retirarme mi tarjeta de residencia. Me amenazaron también de que a partir de ahora ya no soy un residente legal de este país y que, por consiguiente, soy un inmigrante ilegal que puede ser detenido y deportado en cualquier momento. Ni siquiera al imán de Tarrasa le fue retirada la residencia cuando desde la mezquita defendía el maltrato físico a las mujeres. 

La retirada de mi tarjeta de residencia significa que ya soy una persona apátrida y sin ninguna identidad. En cualquier momento, cualquier agente de policía me puede poner detrás de las rejas por ser un inmigrante ilegal. Ni siquiera puedo trabajar, ya que mi permiso de trabajo también ha sido revocado por las autoridades españolas. Me han dejado como una persona con discapacidad. Ni siquiera pueden esperar a la sentencia final de la Audiencia Nacional sobre la apelación.

¿Saben por qué me está pasando todo esto? Solo por criticar el Islam. Mi estatuto en España no ha sido revocado por haber cometido un delito de acuerdo con la legislación española, sino por mi oposición al Islam, por advertir a los españoles de los peligros de una religión que pocos como yo han padecido en sus propias carnes. Parece que ahora, expresar nuestra opinión sobre el islam en el mundo occidental ha sido declarado como un crimen oficial. El nuevo Gobierno español tiene miedo del mundo islámico. Las autoridades españolas han dado un mensaje al mundo musulmán de que España ha perdido su dignidad y que España hará lo que el mundo musulmán quiera que haga. ¿Creen ustedes que, de esta manera, el terror islámico podrá ser derrotado? Por supuesto que no. Esto anima más a los musulmanes a seguir el camino que han seguido hasta ahora, sin necesidad de cambiar.

Amigos, estoy triste. ¿Dónde está mi derecho a la libertad de expresión? ¿Por qué en vez de estar protegido, estoy siendo perseguido por las autoridades españolas? ¿Es un crimen decir la verdad sobre el islam? ¿Voy a morir a causa de mis opiniones sobre el islam? Necesito el apoyo del mundo. Si soy finalmente deportado a Pakistán (que es muy probable ahora), entonces nunca nadie se atreverá a alzar su voz contra la ideología violenta del islam y el mundo tendrá que someterse a ellos. Por favor levanten su voz y ayudénme. Muchas gracias.

Mutismo de la Iglesia

AD.- Sorprende el mutismo de la Iglesia española ante esta condena a muerte segura a la que será condenado Imran Firasat de ser finalmente expulsado a su Pakistán natal por parte del Gobierno español. Una vez más, el estamento católico que preside Rouco Varela defiende antes los intereses del PP que los de un hombre que está dispuesto a ofrecer su preciosa vida antes que renunciar a su compromiso con la fe cristiana.

El caso resulta aún más indignante si cabe dada la pertenencia del ministro del Interior al Opus Dei, cuyos responsables parecen únicamente interesados en mantener bajo llaves el legado espiritual de San Josemaría Escrivá y en seguir estableciendo acuerdos económicos y consorcios políticos contrarios a la esencia misma del Cristianismo.

Tampoco debería sorprendernos a estas alturas el incalificable silencio de formaciones políticas que a sí misma se califican como católicas. El caso más elocuente es el de AES, siempre renuente a cualquier enfrentamiento con la corrompida Conferencia Episcopal. Los de Rafael López Diéguez, un grupo de meapilas sin ninguna sustancia combativa, siguen pasando de puntillas sobre cualquier acontecimiento que refleje el sometimiento de la casta española al energumenismo islámico. El catolicismo de AES, aseado y de salón, se ha convertido en parte del atrezzo de esta comedia execrable y bufa en que ha devenido la democracia española.