La entrevista de TVE al monarca
Ya lo explicaba mi padre cuando salía a discusión el tema regio de España. Nunca entendió, y eso que era una persona ilustrada, estudiosa y hasta erudita, lo de que por nacer de una madre, como todo humano viviente, biológicamente hablando, alguien tenga que llegar ser rey de una nación por narices.
Aprovechando que ayer fue el día de los Reyes Magos, me he sentado para escribir de otro rey, “nuestro monarca”. El rey que por narices nos impusieron a los españoles, con más de un enredo, y vendida su imposición como un guión de tragicomedia. Sobre todo cuando nos hablan de sus ancestros y del servicio a España que prestaron.
Con la excusa de que no hubiese una sola muerte “por mi culpa”, el abuelo del rey abandonó a los españoles en 1931, dejándolos a tiros entre ellos. Fue con el esfuerzo de muchos, incluido el de mi padre, que esa España ensangrentada y rota dio paso a una nación en una situación económica envidiable, con una clase media fuerte. Éramos la octava potencia industrial a nivel mundial, una sociedad feliz y próspera. Esa fue la España que heredó el rey Juan Carlos. Después de la consolidación monárquica, todos conocemos los ingresos de la familia real (incluido el yerno), de cómo llegaron en 1975 y cómo se encuentran ahora sus finanzas. También sabemos de la nada ejemplar vida “salsa rosa” del rey. Vamos, sabemos lo imprescindible y lo que ha sido capaz de traspasar los muros de Palacio.
Pero para no alargarme, quiero hacer unas reflexiones: ¿Tiene la misma responsalidad un profesor de instituto que el jefe del estado de un país de 47 millones de habitantes? No, claro que no. Sin embargo, el profesor hizo una carrera de cinco años y, con mayor o menor fortuna, ganó una plaza en un concurso-oposición. El rey surge, listo o tonto, de una carrera (o concurso-oposición) de espermatozoides (¡si el ganador supiera la responsabilidad que recae sobre su victoria, temblaría, o igual se dejaba ir!) en pos del ansiado óvulo. Los funcionarios y funcionarias sienten, con harto disgusto, que sus espermatozoides y óvulos son discriminados. Además, los futuros servidores públicos por nosotros engendrados no cobrarían, ni de lejos, los casi nueve millones de euros que percibe el regio engendrador, ni sus descendientes, aún tocándoles la lotería del Niño.