Cristo en Tibehirine
Se estrena estos días en los cines de España la película “De dioses y hombres”, el galardonado film del cineasta francés Xavier Beauvois. No sólo la he visto, es algo más. Quienquiera que la vea no puede dejar de preguntarse quiénes y por qué decapitaron a siete de los monjes cistercienses del Monasterio de Notre Damme del Atlas en Tibehirine (Argelia) en 1996. Siempre se puede echar mano de una respuesta corta y fácil, pero en este caso no la hay.
He visitado el Monasterio, no lo que queda de él a 100 km de Argel, sino la réplica del mismo que se levantó en Midelt (Marruecos) tras la tragedia. Allí compartí con los monjes las horas del Oficio Divino y allí voy a volver con más detenimiento, si las puertas del monasterio se abren una vez más para mi alma.
El de Tibehirine se construyó en 1938, en la época de la colonización. Desde la independencia de Argelia en 1962 el monasterio vino sufriendo amenazas de cierre y expulsión: “extranjeros infieles”, “católicos franceses”. Cuando a principios de los años 90 Argelia se vio sumida en una lucha de facciones que querían o conservar o conquistar el poder del Estado, el país fue llevado al caos y se sembró el terror entre la población. Uno de los pretextos que entraron en liza fue el de la amenaza yihadista, el otro fue el de la toma del poder por parte del ejército, ambos se valieron del terrorismo como instrumento.
Cristo en Tibehirine
Los monjes, apreciados por el pueblo al que servían, supieron enseguida que se habían convertido en el objetivo de los odios contendientes y que tendrían que enfrentarse a la más dura de las pruebas: la misma que afrontó Jesús. ¿Quién mató a Jesús? Todos. Todos le mataron: el Sanedrín, la jerarquía sacerdotal judía, los funcionarios religiosos, los fariseos, los saduceos, los mercaderes del templo, los ricohombres, el pueblo que gritó “liberad a Barrabás”, el ejército romano, los seguidores que renegaron de Él, lo delataron o lo vendieron, Judas, el Sumo Sacerdote, Caifás, el Procurador romano de Judea, Pilato… Y Jesús lo sabía…. Fue sometido a juicio, una farsa, una comedia cruel: la sentencia estaba dictada, morir en la cruz (“el más bárbaro y terrible de los castigos”, según Cicerón).
¿Quiénes mataron a los siete monjes del aislado monasterio católico de Tibehirine en medio del Islam argelino? En la película no se explicita y aunque al buen entendedor pocas palabras le bastan, hay veces en que son necesarias algunas más para comprender. Dos manos negras, con todos y cada uno de sus dedos, tejieron los hilos de la tragedia: para los de la urdimbre la vida de los monjes no valía nada y para los de la trama sus muertes poco importaban. La sentencia estaba de antemano dictada, morirían de cualquier manera: “míos son los cuerpos, tuyas las cabezas, que cada cual haga con su parte lo que le parezca”. Sin saber el porqué, se acuerda uno de aquel grabado en el que Almanzor muestra las cabezas de los siete infantes de Salas a Gonzalo Gustioz, el padre, en aquel episodio de nuestro olvidado cantar de gesta castellano.
¿Quiénes mataron a los monjes?
Hubo una versión oficial. En la noche del 26 al 27 de Marzo de 1996 siete monjes cistercienses del monasterio de Tibehirine (Christian de Chergé, Paul Dochier, Paul Favre-Miville, Michel Fleury, Célestin Ringeard, Christian Lemarchand y Christophe Lebreton) fueron secuestrados a punta de pistola. El 26 de Abril el periódico Al Hayat publicaba en Londres el contenido del comunicado nº 43 del Grupo Islámico Armado, firmado por Yamil Zituni, reivindicando el secuestro y exigiendo a cambio la liberación del fundador del GIA Abdelhak Layada. El 21 de Mayo apareció un siguiente comunicado en el que se afirmaba que los siete monjes habían sido ejecutados. El 31 de Mayo el Gobierno argelino declaró oficialmente que una unidad del ejército había encontrado siete cabezas decapitadas correspondientes a los monjes, aunque no los cuerpos.
De inmediato surgieron dudas, se dispararon las sospechas, cruces de mentiras oficiales, medias verdades oficiosas, la confusión se apoderó del caso y se abrió una causa ante los tribunales galos. Son muchos los investigadores que han intentado averiguar la verdad. El lector español interesado puede consultar el detallado estudio realizado por el analista del GEES Carlos Ruiz Miguel (puede que a los legos en la materia no les resulte fácil). Abreviando, los datos resultantes de mayor relieve serían los siguientes:
Tres reputados periodistas de investigación llegaron a la conclusión de que efectivamente la autoría del secuestro es imputable al GIA. Didier Contant les imputó también la muerte; pero al parecer averiguó algo más y el caso fue que apareció muerto en un “extraño suicidio” que aún no se ha resuelto. René Guitton en su libro “Si nous nous taisons”, apuntó que el gobierno francés entabló una negociación con los islamistas a espaldas del gobierno argelino, que la negociación fracasó y que el resultado fue la muerte de los monjes. Y John W. Kisser aseguró que los monjes murieron durante el ataque que el ejército argelino realizó desde un helicóptero contra la base islamista en la que estaban retenidos.
Por contra, la investigación del periodista Jean-Baptiste Rivoire tomó otro rumbo y le llevó hasta un ex-agente del servicio secreto argelino (el DRS). Según este individuo (alias Abdelkader Tigha) los autores del secuestro fueron los servicios secretos argelinos, que no tenían la intención de matarlos, sino la de forzarlos a que abandonaran Argelia; pero el operativo se les fue de las manos, no cabía ya marcha atrás, los mataron y trataron de disimular los hechos.
El general de los servicios secretos franceses François Buchwalter, agregado militar en la Embajada de Francia en Argel en aquellas fechas (en Francia gobernaba Chirac), declaró judicialmente que según pudo saber los asesinatos fueron el resultado de un error del ejército argelino: durante la operación militar confundieron a los monjes con unos islamistas armados más y por eso los cuerpos estaban acribillados a balazos. Lo demás resulta fácilmente deducible. Aseguró que tuvo que guardar silencio obedeciendo órdenes superiores, a fin de no enturbiar las relaciones entre Francia y Argelia.
Tras la llegada de Sarkozy al poder, el presidente francés se ofreció a desclasificar los documentos secretos sobre el caso, asumió la versión que exculpaba a los islamistas de los asesinatos y que implicaba al ejército argelino, incluso llegó a acusar a Argelia de haberles mentido y ocultado datos y pruebas decisivas. Pero dos días después un Sarkozy que ya no era el mismo se desdijo, aseguró que los asesinatos fueron obra del GIA tal como los propios islamistas reivindicaron y oficialmente confirmaba el gobierno de Argelia. La declaración del general F. Buchwalter fue también desmentida por el Ministro de Defensa francés de entonces, el de Exteriores y el Jefe del servicio de contra-espionaje.
En la Argelia del presidente A. Buteflika, una férrea dictadura nacida de una nefanda guerra civil, se celebró la rectificación francesa y el general francés F. Buchwalter se convirtió en carne de cañón para la prensa amarilla argelina: le recordaron su oscura hoja de servicios en el servicio secreto galo repleta de operaciones de desinformación e intoxicación, las manipulaciones informativas galas sobre las pruebas nucleares en el Pacífico, el colonialismo francés en Guyana, Polinesia…
Sorprendentemente se le dio voz a Abdelhak Layada (el terrorista islamista que estaba preso en los baños de Argel, aquel por el que el GIA pidió su liberación a cambio de los monjes). Layada no sólo desmintió a Buchwalter, sino que además afirmó que la muerte de los monjes fue resultado de una doble traición de los servicios secretos franceses: puentearon al gobierno argelino, negociaron con una organización terrorista y no respetaron el acuerdo subsiguiente a la negociación. Más aún, acusó a Francia de haberse prestado a ayudarles en un fracasado intento islamista de golpe de estado contra el entonces presidente M. Budiaf…
Por si faltara poco, Marruecos (aliado de Francia y enemigo de Argelia, por el asunto del Sahara y el Polisario), le recordó a Argelia todo lo que Francia ya no podía decirle públicamente. Así que desde la prensa marroquí próxima al Majzén se acusó a Argelia de masacrar a los monjes, se asumió la versión del general F. Buchwalter, se aseveró que los monjes no fueron víctimas del GIA sino un crimen premeditado del ejército argelino al frente de cuyo operativo habría estado el general Smail Lamari.
Ciertamente resulta todo tan repugnante… pero nos guste o no la política internacional discurre por esos endiablados vericuetos.
Responsabilidad compartida
Hay una causa judicial abierta en Francia, un sumario y un tribunal tiene que llegar a un veredicto: ¿quién mató a los monjes y en qué circunstancias? El Procurador de la Orden Cisterciense Armand Veilleux llegó a la conclusión de que debió de haber una responsabilidad compartida: si el GIA perpetró el secuestro, los Servicios Secretos franceses intervinieron en negociaciones para la liberación y el Ejército argelino los mató en el transcurso de la operación militar contra la base islamista donde se encontraban, entonces hay responsabilidades penales y la justicia debe pronunciarse.
Por su parte, Patrick Bauduin, abogado de las víctimas, defiende que los servicios argelinos están implicados directamente en los asesinatos y apunta a ciertas responsabilidades de los servicios secretos franceses ya sea por torpeza o por razones de estado inconfesables. Y ante los tribunales y la opinión pública pregunta: ¿Son creíbles los comunicados del GIA?¿Quiénes con armas secuestraron a los monjes?¿Estaban manipulados o infiltrados por los servicios secretos argelinos los islamistas?¿Qué pasos dieron las autoridades francesas y las argelinas durante los dos meses que duró el secuestro?¿Por qué no se desclasifican los documentos en los que el general Buchwalter informa sobre el ametrallamiento de los monjes? Y por último, la pregunta del millón: ¿le conviene al Gobierno francés que se conozca toda la verdad?
La cuestión es que muchas de las dudas que existían sobre el GIA argelino y el terrorismo yihadista en el Magreb se van despejando. Nada ni nadie es lo que parece en este “totum revolutum”, en este gran teatro del mundo en el que cada cual tiene su asiento reservado en el carro de la farsa.
La leyenda de los siete durmientes
Cuando estuve en el Monasterio de Notre Damme del Atlas en Midelt (Marruecos), José Luis, uno de los cuatro monjes que allí permanecen, me habló de la leyenda de los siete durmientes. Yo no la conocía. En cuanto regresé a España la curiosidad me llevó a leer sobre ella. Ahora sé que se trata de una de las más antiguas y hermosas del cristianismo.
Cuenta la leyenda que siendo Decio emperador (250 d.C.) se quiso imponer el paganismo como religión única del Imperio Romano y los cristianos fueron obligados a rendir culto al emperador. En su visita a Éfeso, Decio dictó que el pueblo realizara un sacrificio en honor de los dioses paganos. Sólo siete jóvenes se negaron: Maximiliano, Iámblico, Martín, Juan, Dionisio, Exacustodio y Antonino. El Emperador les dio un plazo para que abjurasen de la religión de Cristo, de lo contrario serían ejecutados. Pero los jóvenes repartieron sus posesiones entre los pobres, huyeron a las montañas y se refugiaron en el interior de una cueva. Los soldados del Emperador los descubrieron allí dormidos y Decio ordenó tapiar la entrada para que murieran en la oscuridad. Asegura la leyenda que los jóvenes no se despertaron y que siguieron allí durmiendo más de un siglo sin sufrir hambre, sed ni frío. Después que el Imperio Romano se convirtiera al cristianismo, en tiempos del emperador Teodosio (al final del s. IV), alguien abrió la entrada de la cueva para aprovecharla como establo. Entonces los siete jóvenes despertaron. Sintiendo hambre, creyendo que el tiempo no había pasado y que las persecuciones de Decio se mantenían, convinieron en mandar a Dionisio a comprar comida a la ciudad y, en consecuencia, aceptar el martirio. Fue así como se descubrió en Éfeso el extraño caso. Los siete durmientes rindieron pleitesía a las autoridades cristianas y después de rezar murieron, esta vez definitivamente. Sigue contando la leyenda que el emperador Teodosio quiso construir siete tumbas de oro, pero los jóvenes se le aparecieron en un sueño y lo convencieron para que los enterrasen en la cueva.
En Argelia pasarán los años, caerá la dictadura, el ejército perderá poder, el yihadismo perderá definitivamente, llegará la democracia, habrá libertad, una nueva edad comenzará tarde o temprano. En Francia también cambiarán las cosas. Todo es transitorio en esta vida, la política mucho más. Llegarán nuevas generaciones. Se verán las cosas de de modo muy distinto. Lo secreto saldrá a la luz. Se descubrirá lo oculto. Todo se desclasificará. Y entonces Christian de Chergé, Paul Dochier, Paul Favre-Miville, Michel Fleury, Célestin Ringeard, Christian Lemarchand y Christophe Lebreton despertarán, se unirán de nuevo sus cuerpos a sus cabezas y el misterio será desvelado y rezarán con todos nosotros en Tibehirine. Así sea.