AL.- La evocación de la superioridad de Occidente provoca en los “bienpensantes” reacciones de indignación. Sin embargo, esta afirmación merece ser estudiada. El primer argumento es que una civilización que tiene como fundamento la democracia es superior a las sociedades que rechazan este principio. Se puede objetar que otras civilizaciones están en la vía de la democracia. La India es la mayor democracia del mundo (demográficamente hablando) aunque su sistema de castas no haya desaparecido del todo. China se resiste a poner en marcha un proceso democrático pero Japón y otros países asiáticos ya han adoptado ese sistema.

Otro argumento de esa superioridad es la igualdad del hombre y la mujer. Esta valorización de la democracia y del respeto de la mujer es tal vez un etnocentrismo. Las prácticas culturales son difíciles de jerarquizar: los islamistas siempre podrán encontrar una mujer cubierta de arriba a bajo que declare estar contenta con su suerte.

Pero existen hechos objetivos que si pueden servir de criterio para jerarquizar las culturas. Los progresos de las ciencias y de las técnicas es una característica incontestable de Occidente. Los Copernico, Galileo, Newton, Lavoisier Edison, Pasteur y Curie, son todos occidentales. Ninguna otra civilización puede pretender alinear una serie igual de sabios.

La superioridad tecnológica de Occidente en la construcción naval y en la metalurgia ha favorecido las conquistas. La utilización de las armas de fuego y de los cañones permitió el éxito de los occidentales a partir de 1492. Ese año marca el inicio el Renacimiento, el descubrimiento de América y la expulsión de los musulmanes de España. A partir del siglo XVI, los occidentales se lanzan a la conquista del mundo: América, África y Asia. Portugal, España, Inglaterra, Francia y Holanda conquistan grandes territorios y fundan imperios. Estos hechos históricos están ahí: la Civilización Occidental ha dominado otras civilizaciones a partir del siglo XVI. Sin embargo los imperios coloniales se derrumbaron en el siglo XX. ¿Debemos concluir que Occidente está ahora al mismo nivel que los demás?

Los países occidentales siguen liderando el conocimiento científico y la potencia militar, pero únicamente gracias al los Estados Unidos. Ese país sigue siendo una fuente importante de creatividad y de desarrollo en la nuevas tecnologías. Los EE.UU son la primera potencia económica y militar del mundo. Las antiguas potencias coloniales han pasado a un segundo plano. Hoy las tecnologías más avanzadas giran en torno al átomo y la aeronáutica. Los EE.UU, Francia, Gran Bretaña y Rusia tienen la bomba atómica y disponen de una industria aeronáutica y espacial. Pero también China está en esa misma situación. Se ha convertido en la segunda potencia mundial. La India tiene el arma atómica e intenta recuperar su retraso en el campo aeronáutico. Pakistán es también un país del club atómico. Irán busca serlo.

Esta voluntad de colmar el retraso es por otra parte la mejor prueba de la superioridad de la técnicas occidentales.

La superioridad occidental es cada día más tenue. Esta situación no justifica el discurso relativista que postula por principio que todas las culturas son iguales. Una sociedad civilizada no es igual a una sociedad primitiva, y las diferencias culturales entre las civilizaciones han favorecido o frenado el progreso científico. Además, las otras civilizaciones no tienen todas las mismas relaciones con Occidente. Terroristas del mundo musulmán han cometido atentados en trenes y metros, y han destruido torres con ayuda de aviones. La primera crisis petrolera del 1973 fue provocada por un embargo sobre el petróleo decidido por los países árabes en reacción a la guerra del Yom Kippur. La segunda crisis petrolera de 1979 es consecuencia de la revolución iraní. Estas dos crisis petroleras favorecieron el estancamiento y el desempleo en los países occidentales. No cabe duda que la civilización islámica es más agresiva que las demás con respecto de Occidente. Sin embargo una élite occidental decadente se esfuerza en justificar esas agresiones. Los occidentales serían responsables de estos actos por la colonización. ¿Si fuera así, por qué los chinos y los indios no hacen explotar bombas en Occidente?

Los bienpensantes nos quieren también hacer creer que pasar del estatus de colonizador al de colonizado es una suerte, y que el pasar de la posición del conquistador a la de arrepentido es un progreso. Con estos prejuicios que rebajan a Occidente, es lógico creer que todas las civilizaciones son iguales.

Pensar que nuestros competidores son iguales en valor y mérito, ¿no es acaso el primer paso para ceder el primer puesto, terminar reconociendo la superioridad ajena y someterse a su poder? El descreer de su propia superioridad, ¿no esconde una secreta vocación de perdedor, una oculta inclinación hacia la derrota? ¿Esa duda vital es acaso compatible con la simple supervivencia en un mundo en que todo es competición y lucha por la existencia?