Más allá de la vida está la realidad
En España, no sé si en el resto de los países ocurrirá igual, somos muy dados a los homenajes y ditirambos,- en el caso de poetas-, cuando el sujeto de ese elogio ya no está entre nosotros. Nos esforzamos en destacar nuestros afectos y sus méritos cuando ya no puede saber lo mucho que le queríamos y oír esa letanía de póstumos elogios, a veces piadosamente exagerados.
La vanidad y el orgullo, si uno no tiene la humildad de un santo o vive alejado de oropeles y banalidades tan humanamente comprensibles, son defecto o virtud del ser humano. Aquél que diga que no le preocupan es tan cínico, como mentiroso. Nacemos desnudos e inéditos y a lo largo de nuestra vida y las circunstancias que nos salen al paso, nos cargamos de sueños, proyectos, éxitos, fracasos, ilusiones, penas y alegrías que nos marcarán hasta el final del recorrido. Y esa cándida desnudez se convierte en una pesada carga de emociones que nos apesadumbra tener que abandonar en el instante de regresar a nuestros orígenes.
Nuestras aspiraciones, seamos sinceros, no es pasar por este mundo casi de puntillas, sin hacer ruido, sino hacernos notar y si es posible hasta destacar ante propios y extraños. De cien consultados, noventa como mínimo, me darán la razón.
El que diga lo contrario, como en el verso, miente. Por suerte o por desgracia, aunque intentemos simular una indiferencia que no sentimos, por una fingida modestia, nadie es insensible al halago y la lisonja, aunque en su fuero interno pueda dudar de ser acreedor a ese merecimiento. En todo acto en el que se rinde homenaje a alguien, justificado o no, las habituales e hipócritas protestas del receptor, son tan poco sinceras como los elogios que les dedican los que intervienen. Ello no quiere decir, que no se den excepciones.
Conozco unas anécdotas de dos grandes escritores españoles con proyección universal, que corroboran lo expuesto:
La primera se refiere a Unamuno. Cuando Alfonso XIII le entregaba la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, el galardonado comentó:
– Me honra, Majestad, recibir esta cruz que tanto merezco.
– ¡Qué curioso!. La mayoría de los galardonados aseguran que no se la merecen- contestó el rey.
– Señor, en el caso de los otros, efectivamente no se la merecían.
La segunda se refiere a Benavente. En una de sus tertulias literarias, hacía grandes elogios de Valle-Inclán, del que aseguraba era uno de los más valiosos escritores que tenía España.
–
Pues don Ramón no opina lo mismo de usted, le comentó uno de los contertulios. .
– A lo mejor estamos equivocados los dos-respondió don Jacinto. ,
No es nada nuevo aventurar que España es uno de los países, donde la lisonja hipócrita y la envidia cicatera, tienen su más acreditada carta de naturaleza. Donde con una excesiva prodigalidad se dedican calles, monumentos y honores al personaje del momento que goza de poder o influencias y cuando éste desaparece o ha dejado de influir, no solo se eliminan y derogan tales distinciones, sino que se convierten en feroces críticas y descalificaciones despiadadas. Incluso por los mismos que con tanto entusiasmo y “eterna gratitud” los habían propuesto y acordado. No hace falta refrescar la memoria.
Cambiamos de lealtades como de vestuario. De ahí que a los que abandonan su fidelidad política, para adoptar la más conveniente en esos instantes, se les llamen “chaqueteros” por esa habilidad camaleónica. Me refiero a los “trepas”.
Hasta que uno no muere y pasa el turno de los elogios, no se conoce con certeza la huella que ha podido dejar. Pasados esos momentos en los que todos han sido incondicionales del difunto y comentan ufanos detalles y anécdotas inexistentes relacionadas con el mismo, sabedores que no podrán descubrir su mentira.
Como todo aficionado al cine y profesional de la comunicación, he sentido la muerte de esas dos grandes figuras que en tan corto espacio de tiempo nos han dejado: Alfredo Landa y Constantino Romero. Quiero aclarar que a pesar de mi dilatada vida profesional y dedicación a temas del cine en “Pueblo”,“ El Alcázar”, “Hola”, “Radiocinema”, “Cine en siete días” y demás medios de mi época, nunca llegué a tener relación alguna con ellos. Algo que hoy me pesa, pues me hubiese gustado poder recordar y revivir encuentros con ellos. Pero no, no tuve esa suerte y he de reconocerlo. Sé que me hubiese sido fácil decir que habían formado parte de mi actividad profesional en determinadas ocasiones, pero sería faltar a la verdad y no es mi estilo. Lo cual no quiere decir, que no haya sido un “landista•” acérrimo y un admirador de la “voz” más famosa de nuestra televisión, radio y doblajes cinematográficos, entre ellos a Clint Eastwood, uno de mis actores favoritos.
Estoy un poco saturado de necrológicas, todas ellas muy sentidas, doy fe. Es la desventaja o el premio de haber elegido una profesión nada sedentaria y monótona. He pagado un alto precio, excesivo, hasta llegar al final del trayecto con las alforjas no sé si medio llenas o medio vacías. Ignoro si dejaré constancia de mi paso por este mundo más allá del ámbito familiar y de aquellos que puedan recordarme más por su generosidad que por mis méritos. Y no es falsa modestia. Solo me queda el caudal enorme, no siempre positivo, de recuerdos, ilusiones y sueños realizados y sin realizar. Un bagaje poco alentador para tener que ajustar cuenta de los denarios recibidos.