Una tragedia que nunca podremos olvidar
La tragedia, cuando supone pérdida de vidas humanas, tan incomprensibles como inesperadas, adopta caracteres que ningún ser humano es capaz de asimilar sin que le quemen las entrañas y le aturdan la mente ante tanta desgracia. La tragedia del tren a Santiago, ha sorprendido a todos y de qué manera. Yo me enteré anoche, de madrugada, cuando hice mi última visita al ordenador antes de acostarme. Entonces hablaban de unos cuarenta y cinco fallecidos y cientos de heridos. Hoy, tras una noche de pesadillas y sueños irreales cargados de malas vibraciones, me entero que han son cerca de ochenta los que han perdido su vida y superan el centenar los heridos. Me da grima seguir leyendo las últimas noticias, aunque he visto en la televisión escenas de las que llamamos espeluznantes y son imposibles de catalogar en nuestro muestrario de horrores.
Un exceso de velocidad dicen que ha tenido la culpa, en un lugar donde debido a las curvas y configuración del terreno debían circular a menos de la mitad de velocidad de la que circulaban. Lo más sorprendente del caso es que iban dos conductores, que han salido ilesos y ninguno de ellos por lo visto, desconozco los detalles, se dio cuenta de tan tremendo error. ¿Iban en animada charla?. ¿No pudieron advertirlo a tiempo por alguna causa desconocida?. Las investigaciones que se están realizando, nos dirán las causas, aunque a los familiares y las víctimas de poco les va a servir este estudio que no le devolverá a sus seres queridos, ni recuperar la visión y los momentos del espanto a los que, por fortuna para ellos, se han librado, aunque algunos no solo tengan que soportar algún tipo de secuela física, sino la que es peor, metal y anímica. El que ha sido testigo de ese infierno y ha vito tanto dolor, oído tantos gritos y llantos de angustia y sufrimiento a su alrededor, tardará mucho tiempo en sacudirse esa dantesca visión de sus recuerdos y le será imposible regresar a la anterior normalidad que disfrutaban.
El gobierno ha decretado tres días de luto oficial, pero me permito asegurar, que sin necesidad de proclamarlos todos los hombres de buena voluntad desde los Pirineos hasta el Estrecho, sentiremos un luto y una solidaridad que alcanzará mucho más de tres días, hacia esas personas que ya no están entre nosotros y a sus familias y amigos, cuya ausencia debe ser insuperables.
El verano no siempre es periodo de descanso, relax y un deseo de nuevas y mejores experiencias, a veces, avatares del destino, estas nuevas emociones, nos cuestan la vida y un inconsolable dolor a los que quedan en una soledad que les marca para siempre.
No hay palabras precisas, ni psicólogas capaces de aliviar la terrible pena que sufren estas familias. Son tentativas, muy loables, pero que no afectan a los que en ese momento hasta se sienten incluso culpables de lo ocurrido. Si son padres, porque no se opusieron a ese viaje del hijo o la hija para pasar un fin de semana de excursión y visita al Apóstol. No existe mayor tragedia que unos padres entierren a sus hijos. Lo natural es que éstos sean los que entierren a aquellos. ¡Dios me libre de ese trance!. Ni que unos hijos pierdan a sus padres por haber querido estos pasar unos días ajenos a sus monótonas y rutinarias existencias.
Mi más sentido pesar a los familiares afectados por este drama, mis deseos a los que aún se recuperan de sus heridas para que puedan regresar cuanto antes a su vida normal, físicamente, pues su mente tardará mucho en recuperarse y serenarse y a los que nos dejaron, que Dios les haya acogido en su seno y gracias a su misericordia puedan alcanzar la dicha eterna. ¡Descansen en paz!. Padre nuestro que estás en los cielos…